El Pequeño Magnate I - Secretos y Revelaciones

jueves, 8 de febrero de 2018

Blanco y Negro... ¿Y el Gris?: Cap.17



BLANCO Y NEGRO… ¿Y EL GRIS?

MAG

Historia

 

 

CAPÍTULO 17



                PETER


–Entonces ¿Tus papás se van a divorciar? –me preguntó Diego. Desde hace una semana más o menos se acerca a mí en el recreo y conversamos un poco. A veces me explica algo de matemáticas o física que no logro entender en clases. Ya no se junta con sus amigos, el tal Marlon y Frank, o los otros. Ellos en clases me siguen molestando y yo sigo ignorándolos y durante el recreo nos miran con cara de querer asesinarnos pero nunca se acercan. Creo que le tienen miedo a Diego. 

–No me han dicho nada, pero sé que así será. Ya casi no se hablan. 

Él asintió y luego se encogió de hombros. –Bueno, como dice mi papá, tienes que verle el lado bueno a todo. 

–¿Qué tiene de bueno que mis padres se divorcien? –pregunté molesto. 

–Al principio se sienten culpables y te complacen en todo lo que quieres, te compran cosas, te dejan ir a donde quieras y no te ponen límites… Quieren evitar que te sientas culpable del divorcio, y te lo digo por experiencia. 

–Pero yo sé que soy el culpable. 

–Ya eso es otra cosa –restándole importancia–. Tendrás doble regalo de cumpleaños, doble regalo en navidad, en las vacaciones podrás hacer lo que tú quieras, y si peleas con uno le dices que quieres vivir con el otro, verás como ceden a lo que pides –lo mire fijamente, la verdad no estaba convencido de que eso fuera bueno–. Pero recuerda, eso solo es al principio, así que tienes que aprovechar bien el tiempo. 

No dije nada, no sabía qué decir “Sí, tienes razón, no debo preocuparme porque mis padres no se hablen y se separen, total, eso hacen la mayoría”. Y era verdad, la mayoría de mis compañeros de salón tenían padres divorciados, pero eso no significa que yo quisiera ser parte de las estadísticas. Finalmente pregunté, ya que él tenía experiencia. –¿Hace cuánto que están divorciados tus padres? 

–Hace mucho que están separados. La verdad no sé si están divorciados o no, yo creo que no porque mi papá todavía se pone celoso cuando mi mamá tiene novio y más con este que es un carajito –dijo molesto. 

Volví a quedar en silencio por unos segundos y pude ver que se quería desahogar. –¿Por qué te cae mal el novio de tu mamá? 

–Porque es un niño y me cae mal –continuaba molesto, pensaba que en cualquier momento explotaría y yo sería su blanco, pero ahora tenía curiosidad. 

–¿Pero por qué te cae mal? Si me has dicho que los trata bien. 

–Ya te dije, porque es un niño, es un carajito de mierda que podría ser su hijo. 

–¡Ay, no exageres! Tu mamá no es tan vieja, y no creo que su novio tenga tu edad –había dejado de mirarme, estaba hiperventilando y supe que estaba controlándose, quizás para no gritar o quizás para no golpearme–. Creo que tú quieres que tus padres estén juntos como antes, así como yo quiero que los míos se lleven bien como antes. 

–¿Qué te pasa nuevo? –preguntó al levantarse y ponerse frente a mí, estaba rojo de la furia–. ¿Quieres que te parta la cara por decir cosas que no son? –miré sus puños y vi que los tenia cerrados, con los nudillos blancos de la presión que ejercía. 

Volví a mirarlo a los ojos, tenía miedo, sabía que esos puños golpeaban duro y no quería volver a sentirlos, pero no se lo demostré. No dije nada esperando a que se calmara o a que me golpeara. Su respiración se fue  enlenteciendo y supongo que sus latidos también, aunque los míos continuaban retumbando en mi pecho. Se sentó de nuevo y pude ver que peleaba con sus lágrimas para que no cayeran. –Sorry! I didn’t want... –se encogió de  hombros como si no le importara pero no dejó de mirar al suelo. 

Saraí se acercó y nos saludó, yo fui el único que respondió el saludo, ella vio a su hermano y se dio cuenta que algo le pasaba, se sentó a mi lado como si no le importara. Me sentí incómodo entre los dos y decidí marcharme. Saraí se molestó y me reclamó. Pensaba que la estaba evitando, y pasó lo que jamás pensé que pasaría. Diego me defendió de su hermana. –¿Crees que el universo gira a tu alrededor? ¡Pues, aterriza, diva! Cada uno tiene sus propios problemas y él tiene muchos. 

Saraí miró a Diego totalmente sorprendida, tampoco se esperaba que él saliera en mi defensa. –¿Qué te pasa? –me preguntó mirándome. 

–Nada –dije apenas en un susurro, luego miré a Diego y en silencio le supliqué que no dijera nada. 

Me marché cabizbajo pensando en muchas cosas a la vez, en mis padres y su separación, en Diego y su reacción y hasta en cómo me había defendido, y pensaba en Saraí. No puedo negar que me gusta, pero hay cosas en ella que me molestan y bien lo había dicho Diego cuando la llamo “Diva”. Creía que el mundo estaba hecho para ella. Pero me gusta, me gusta mucho. Sin embargo no sería justo ni para ella ni para mí, ilusionarnos con una relación. Había algo que no le mencioné a Diego, de todos los problemas de mi casa, mi mamá había decidido visitar a mi tía en América durante las vacaciones. 

Mi papá se quedaría en el país y nosotros regresaríamos al nuestro. Ese era el inicio de la separación y el divorcio, estoy seguro de eso.





        LUIS GERARDO


Vi llegar al señor Víctor González, presidente de la empresa, venía acompañado de sus hijos, Jesús y Adrián, el menor. Me levanté y los saludé amablemente, por supuesto. El señor Víctor preguntó por su otro hijo, mi jefe. 

Armando no estaba en reunión ni le había pasado ninguna llamada, sabía que no estaba tan ocupado como para no atender a su familia, así que toqué la puerta y enseguida anuncié a los recién llegados, Armando estaba hablando por celular, sonrió cuando vio a los hombres, estaba de buen humor. Les ofrecí algo de tomar, Armando me ordenó llevarle café pero el señor Víctor canceló la orden y eso le borró la sonrisa a mi jefe. Me retiré lo más discretamente que pude. No era normal ver al presidente visitar a su hijo en su oficina junto a los otros. 

Especular que habían problemas con la empresa hubiera sido una irresponsabilidad, no había nada que apoyara eso. Sin embargo, por la presencia y las caras de los hombres sí pude especular que las cosas no pintaban bien. 

Estuvieron más de dos horas reunidos, no se escuchaba absolutamente nada, no ordenaron café, agua o algún aperitivo y no sé por qué todo eso me pareció raro. 

Cuando por fin salieron los tres visitantes vi que continuaban con las caras largas. Armando me llamó a su oficina, se veía demacrado, nada que ver con el hombre que había dejado hacía poco más de dos horas, el mismo que había llegado de buen humor. Había envejecido diez años con esa visita. –¿Puedo pedirte un favor? –me pareció extraño que me tuteara en la oficina pero su aspecto me hizo aceptar sin discutir. 

–Claro, por supuesto. 

–¿Podrías recoger a mis hijos en el colegio y llevarlos a casa de mi mujer? –eso sí que me sorprendió y supongo que se me notó en la cara–. Sé que eso no está dentro de tus funciones pero... –hizo una pausa como para organizar sus ideas–. Juliana me pidió que fuera por ellos, pero yo... –su mirada se perdió, entendí que sea lo que sea que se haya dicho en esa reunión de familia lo había perturbado y quise ayudarlo, al menos a solventar algunos inconvenientes. 

–No se preocupe. Yo me encargaré. 

–Gracias… yo debo... –seguía mirando la nada y yo empezaba a preocuparme de verdad, no era normal verlo en ese estado, tan perdido, cuando sabía que era un hombre que siempre estaba centrado en todo lo que tenía que hacer–. Yo debo irme, tengo que salir de aquí –se levantó rápido y salió. 

Me había desconcertado por completo, era evidente que le habían dado una mala noticia y eso me hizo sentir pena por él en caso de ser personal o mejor dicho familiar, y a la vez por mí, porque si era con respecto a la empresa mi empleo corría peligro.




        ARMANDO


Mi padre Víctor González tiene setenta años. Desde muy joven se vio en la necesidad de trabajar, era hijo único y su padre los abandonó a él y a mi abuela cuando era pequeño, solo porque se “enamoró” de una mujer más joven. Mi abuela murió cuando el tenia dieciséis años y para evitar pasar a un orfanato se puso a trabajar en lo que fuese y a vivir prácticamente en la calle. 

Nunca se rindió, aun siendo un adolescente solo en la calle se negó a caer en drogas o la delincuencia. Vendió caramelos, café, cigarrillos y todo cuanto podía. Aprendió mecánica, albañilería y posteriormente aquello que le daría el imperio que tiene hoy, zapatería. No solo para reparar zapatos sino para hacerlos y fabricarlos. 

Actualmente es presidente y dueño de una de las empresas más solidas del país. Y todo gracias a su esfuerzo y un poco de suerte y buena fe de mis abuelos maternos que creyeron en él y sus proyectos. Con apenas veinte años se había ganado la confianza de mis abuelos maternos, antes siquiera de conocer a mi madre. Logró convencerlos de invertir en una pequeña fábrica de calzado, con solo cinco empleados, que ha ido creciendo con el paso de los años. Tanto fue la confianza que tenían en mi padre que estuvieron muy contentos cuando anunció su compromiso y boda con mi madre, Gisela Clemens, cinco años mayor que él. Pasó a ser Gisela Clemens de González cuando tenía treinta años. 

La empresa familiar seguía creciendo y los abuelos querían que pasara lo mismo con la familia. Mi madre también en hija única por lo que mis abuelos estaban deseosos de llenarse de nietos. Cuando nació Jesús, mi hermano mayor, mi madre tenía treinta y cuatro años y mi padre veintinueve. Para muchos Jesús sería el único hijo de la pareja, a ella la consideraban vieja para tener más hijos y la verdad ellos no estaban apurados por tener más, pero cinco años después nació Yolanda y un año más tarde nací yo. Así mi madre, con cuarenta años, ya tenía tres hijos, una familia completa según decía mi abuelo. 

A medida que yo iba creciendo, Yola se convirtió en mi compañera, mi hermana mayor, mi cómplice en los juegos y las travesuras. Muchos llegaron a pensar que éramos mellizos porque el parecido era grande, exceptuando las diferencias típicas del sexo. Jesús era muy grande y tenía sus propios amigos, por lo que ella y yo nos acompañábamos en todo. Pero luego mi madre dio a luz a Adrián. Tenía casi cincuenta años cuando el bebé nació, específicamente cuarenta y ocho años. De igual forma la diferencia entre Adrián y nosotros era abismal y no podía adaptarse a nuestros juegos y amigos. Así que siempre fuimos Yola y yo, hasta hace cinco años que ella se casó y se fue a vivir a México con su esposo. 

Por supuesto siempre nos llamamos y nos texteamos, y las videollamadas son más frecuentes con ella que con cualquier otra persona. Por eso cuando mi padre me dijo lo que le pasaba el mundo se me vino encima. Se estaba haciendo todos los análisis para determinar por qué no se ha embarazado y descubrieron que algo no iba bien con sus ovarios. Siguieron investigando y se dieron cuenta que tiene cáncer. Mi hermana, mi compañera, mi confidente. Solo tiene treinta y seis años y un horrible diagnóstico de cáncer que le limita la vida. Lo sabe desde hace un mes más o menos y no me había dicho nada, se lo dijo primero a mis padres, por supuesto ellos están tan devastados como yo. Pero tengo mucha rabia, rabia por la noticia, rabia porque no tuvo la confianza para decírmelo ella misma y rabia porque no puedo hacer nada para ayudarla. 

Y ahora estoy aquí en mi camioneta llorando como un bebé. Así pasé no sé cuánto tiempo hasta que  marqué un numero en mi celular, lo hice de forma automática y no fue hasta que escuché su voz que supe lo que había hecho. No pude decir nada, no sabía qué decir, ni siquiera sabía por qué la había llamado. –¿Armando? –preguntó Juliana al ver que no le hablaba–. ¿Qué pasa? ¿Pasó algo con los niños? –preocupada. 

–No –respondí para evitar que se preocupara más. 

–¿Entonces? 

No sabía qué decir, no podía decirle que mi subconsciente la había llamado justo a ella. Yo solo quería hablar con alguien, desahogarme y mi mente pensó justo en ella. –Le pedí a mi asistente que recogiera a los niños y los dejara en tu casa, yo tengo algo muy importante que hacer –no se me ocurrió decir nada más. 

–¿Cómo que tu asistente? ¡¿Tú te volviste loco?! –comenzó a vociferar y a acusarme de irresponsable por dejarlos en manos de un extraño. 

A pesar de mis sentimientos me llené de valor y colgué la llamada. Encendí la camioneta y me dirigí a mi casa a seguir llorando como un niño.



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