3 ROSAS
MAG
Historia
CAPÍTULO
18
En busca de la verdad 3.
Eleazar
entró en su oficina seguido de Joaquín, se sentó en su escritorio e invitó a
hacer lo mismo al muchacho. Joaquín prefirió quedarse de pie, casi nunca se
sentaba cuando estaba allí, a menos que el tema se extendiera.
El muchacho
estaba más calmado, pero se le veía cansado, estaba ojeroso y se le notaba
enfermo. Eleazar no habló esperando que él lo hiciera. Joaquín no estuvo con
rodeos, sino que fue al grano. –¿Usted es mi padre?
Eleazar
se levantó molesto. –¿Pero qué carajos dices?
–Es una
simple pregunta ¿Usted es mi padre? ¿Sí o no?
–¿De
dónde sacas semejante estupidez?
–Mi
madre siempre ha estado enamorada de usted, así que no sería absurdo pensar que
usted es mi padre.
Eleazar
no se sorprendió de las palabras del joven pero sí que el chico lo supiera.
Nuevamente lo instó a sentarse, esta vez con más delicadeza. Joaquín aunque no
estaba muy convencido aceptó. –Yo no soy tu padre...
–Pero
sabe quién es –lo interrumpió.
–Déjame
hablar, muchacho –lo reprendió–. Siempre estás con el apuro y a la defensiva
–el joven lo miró incrédulo, era lógico estar a la defensiva con quien una vez
lo había mandado al hospital–. Yo no soy tu padre, y no sé quién es… Si Aurora
le contó a alguien acerca de él, fue a María Rosa y ella se llevó ese secreto a
la tumba.
–Alguien
más tiene que saberlo.
–Eso
no lo sé, pero te aseguro que yo no soy tu padre –le dijo mirándolo a los ojos.
–Pero
ella está enamorada de usted.
Eleazar
asintió. –Conocí a tu madre mucho antes de conocer a María Rosa, en mis años de
guerrillero. Ella era una de los secuestrados –el joven lo miró sorprendido. No
sabía que su madre había estado secuestrada–. Pero no la tocamos, ninguno de
los que estábamos en el campamento –continuó el relato sin prestar atención a
la expresión del joven–. Fuimos emboscados por la guardia nacional. Unos pocos
logramos huir, a mí me hirieron en la pierna, y gracias a sus cuidados no solo
logró salvarme la vida sino también logró que no la perdiera. Me llevó a la
hacienda de su familia, allí me cuido y me curó. A nadie le dijo que yo era uno
de los guerrilleros que la habían secuestrado. Siempre me trató con mimo y
amor, pero yo solo podía verla como una niña... Conocí a María Rosa casi seis
meses después, por supuesto, ya estaba recuperado. Ella llegaba de la capital
donde estaba estudiando. La catira me gustó y me enamoré. Desde entonces nunca
he tenido ojos para nadie más –Joaquín no podía dejar de mirar a su tío, se le
veía afectado por haber revelado algo tan privado a un muchacho con el cual en
los últimos años apenas había cruzado palabras–. Nunca toqué a tu madre,
tampoco me aproveché de ella de ninguna manera ni permití que nadie en el
campamento se le acercara. Tal vez por eso jamás le dijo a nadie quién era yo y
lo que había hecho, quizás si lo hubiera hecho María Rosa nunca se hubiera
casado conmigo ni se hubiera enamorado.
–Entonces
¿Quién es mi padre?
–Solo
ella puede contestarte.
–Ella
nunca me lo dirá –lo dijo más para sí mismo que para Eleazar.
Ambos
hombres estaban afligidos por diferentes motivos, quedaron en silencio por unos
minutos hasta que un nuevo ataque de tos del joven los trajo a la realidad.
Eleazar lo despachó a su casa para que descansara. Joaquín estaba
emocionalmente agotado, por una parte estaba aliviado de no ser hijo de Eleazar
pero por otro lado seguía sin saber quién era su padre y estaba seguro que Aurora
no se lo diría.
Rosa
María y Felipe estaban en la sala de la casa del joven. Felipe con los brazos
cruzados estaba negado a regresar con ella, no quería estar en una relación sin
futuro. Ella por su parte quería explicarle porqué había evadido tantas veces
la idea del matrimonio. –Olvídate de eso –le dijo furioso–. No quiero hablar
del matrimonio. Quiero que me digas qué clase de trato tienes con Mario –la
joven palideció. No creyó que Felipe indagara en ese tema, lo último que quería
era tener que explicar y justificar su proceder. Por un momento no supo qué
decir y comenzó a tartamudear buscando en su mente la mejor explicación posible–.
Deja de darle vueltas al asunto. Dime ¿Qué tienes tú que ver con la rata de mi
hermano?
–Por
favor, Pipe ¿Cómo puedes pensar que yo tengo algo con tu hermano? –Felipe no
dejaba de mirarla, continuaba con los brazos cruzados–. Pipe, por favor...
–quiso abrazarlo pero él la evadió.
–Estoy
esperando tu respuesta –Rosa María se tomó su tiempo para ordenar sus ideas y
ese tiempo a Felipe le pareció eterno–. ¡Habla de una vez! –gritó–. ¿Qué coño
tienes tú con mi hermano?
–Le
propuse que me ayudara a reconciliarme contigo y yo le ayudaba a enamorar a Rosa
Paula.
–¿Le
dijiste a Mario que lo ayudarías con tu hermana? ¿Tienes idea de la clase de
rata que es Mario? –preguntó asqueado.
–Pipe…
–Claro
que la tienes. No lo soportas.
–Pipe,
yo...
–¿Pipe
qué, Rosa María? Es tu hermanita. La que se supone deberías proteger –la joven
había comenzado a llorar abiertamente–. Y le propusiste al malnacido de mi hermano
que se aprovechara de ella.
–¡No!
Yo… Rosa Paula se sabe defender. Ha vivido en París, allí las muchachas pierden
su virginidad a los quince años.
–¿Pero
qué estás diciendo? Estás hablando de tu hermanita, por Dios.
–Pipe,
por favor... –nuevamente intentó abrazarlo pero esta vez el muchacho fue más
brusco.
–¡No
me toques! –gritó–. Estoy asqueado por tanta basura que me estás demostrando
ser.
–Lo que
hice fue porque te amo –continuó llorando.
–Lo
que hiciste fue venderle a tu hermanita al diablo y ahora te voy a pedir de la
manera más civilizada que te vayas.
–Pipe,
por favor...
–Vete
y déjame en paz, no vuelvas a buscarme nunca más.
Rosa
María no se movió, continuaba llorando sin poder evitarlo, sus piernas no
respondían, su boca no articulaba palabra alguna, Felipe al ver que la joven no
se movía salió de la casa dejándola en el salón. Rosa María se dejó caer en el
sofá y enterró su cara entre sus manos tratando de atrapar las lágrimas. Sentía
que había perdido a Felipe para siempre, sabía que los hermanos no se llevaban
bien y lo que pensaba cada uno, aun así se atrevió a hacer tratos con Mario,
arriesgándose a lo que había sucedido, el mayor se enteró de todo y la condenó
sin juzgarla siquiera. Ahora estaba allí, en el salón de la casa de su exnovio,
llorando.
Se
sentía tonta y culpable a la vez. Ella era una mujer fuerte y estaba
acostumbrada a tener el control de todo y que todos obedecieran sus órdenes. La
mujer fuerte, altiva, segura de sí misma no era la misma mujer que lloraba en
el sofá, nunca hubiera pensado que estaría llorando por un hombre aunque ese
hombre fuera Felipe.
Habían
sido amigos desde niños y en la adolescencia el joven había comenzado a enamorarla
hasta que finalmente ella accedió a ser su novia. Llevaban solo 3 años de
relación formal. Ella solo había estado con él y él solo había estado con ella.
Su relación iba más allá de lo físico. Cada uno complementaba al otro. Rosa María
lo había tenido a su lado y lo había perdido al negarse al matrimonio y más
ahora cuando al tratar de recuperarlo había pactado con el mismísimo diablo,
tal como le había dicho Felipe.
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