3 ROSAS
MAG
Historia
CAPÍTULO
22
Sangre 2.
Joaquín
llegó a la terminal de buses del pueblo junto a Sebastián, buscó con la mirada
a Carol y a Damián, pero no vio a ninguno de los dos, los dos jóvenes se separaron
y continuaron buscando, Joaquín no tenía idea de a dónde podía ir Carol, poco
sabía de su familia y la joven nunca manifestó deseos por salir de ese lugar.
Se
encontró con algunos conocidos y les preguntó pero no la habían visto ni mucho
menos al pequeño. –¡Joaco! –Sebastián le gritó mientras se acercaba–. Me
dijeron que compró boleto en la San Blas, pero no saben a dónde.
Se dirigieron
al mostrador de la línea de autobuses y Joaquín desesperado interrogó al
vendedor. –Lo siento señor, pero no puedo darle esa información.
–Por
favor, se quiere llevar a mi hijo.
El
vendedor miró a Sebastián como buscando confirmación y este asintió, lo pensó
un poco para finalmente responder. –Lo siento, pero de verdad no puedo decirle,
sin embargo, nuestros autobuses salen a partir de las seis, si usted quiere…
–¡Olvídelo!
–se retiró con un gesto de la mano–. ¿Qué hago, Sebas? ¿Qué hago?
Sebastián
vio a su amigo abatido era evidente que quería llorar pero se estaba
conteniendo. Joaquín se dejó caer en una de las sillas y escondió el rostro
entre sus manos pensando en cómo encontrar a su pequeño Superman, como solía
llamarlo.
Eleazar
estaba de pie mirando por la ventana, hablándole al hombre de pelo gris que
estaba sentado frente a su escritorio. –No me importa donde estén, quiero que
los encuentres, a ella y al niño. No me importa si están en el pueblo o fuera
del pueblo, quiero que los encuentres y los traigas aquí de inmediato, a ella
especialmente, quiero que la traigas directo a mi oficina –finalizó mirando por
fin al hombre, este asintió lentamente entendiendo las ordenes de Eleazar.
–Así
será –dijo mientras se levantaba de su asiento y estrechaban la mano.
–Los
quiero aquí hoy mismo.
–No te
preocupes, los tendrás aquí antes del anochecer –el hombre salió y se encontró con Rosa María en el salón, apenas asintió a
manera de saludo y siguió su camino.
La joven
entró en la oficina de su padre. –¿Qué hacía ese hombre aquí? –el tono altanero
y la molestia no los pudo ocultar.
–Le di
un trabajo.
–Tú solo
llamas a Demetrio cuando...
–Cuando
necesito resultados rápidos.
–¿Y qué
trabajo le diste? No me digas que le encargaste buscar al bastardo del capataz.
–Lo que
yo haga o deje de hacer es asunto mío y no tengo por qué dar explicaciones y
mucho menos a mis hijas –Eleazar cortó la altanería de su hija mayor como mejor
sabía, evadiendo las respuestas importantes.
Faltando
poco para las 6:30 de la tarde 4 hombres bajaron de un auto, uno de ellos llevaba
a Damián cargado en brazos, el otro que bajó de la parte trasera, sacó a la
fuerza a Carol y entre los otros 2 trataban de inmovilizarla. Demetrio, el
hombre que había hablado con Eleazar, bajó de otro auto mientras hablaba por teléfono,
cuando finalizó la llamada le quitó el niño al hombre y este fue a ayudar a sus
compañeros. Les dijo que entraran en la casa y la dejaran en la oficina de Eleazar
y así lo hicieron en medio de insultos y forcejeos por parte de Carol.
Cuando
vio que Eleazar estaba de pie junto al escritorio se calmó, y los hombres se
retiraron. Se quedaron en silencio por un buen rato. Carol miraba a Eleazar con
odio, desde que habían tenido el problema, la jovencita no había estado más de
5 minutos en el mismo lugar. –Vas a tomar este cheque y te vas a ir dejando al
niño en la hacienda –le entregó un cheque.
Ella
sin mirarlo si quiera lo rompió en su cara. –Usted a mí no me va a decir qué
hacer.
Eleazar
regresó hasta el escritorio y comenzó a hacer un nuevo cheque. –Tu boleto es
para las nueve y quince de la noche –comenzó a decir mientras terminaba de
firmar el cheque–. Tomarás el cheque y te irás a la capital que es allí donde
querías ir, dejarás al niño aquí en la hacienda… –Carol se mofó al escucharlo
pero Eleazar continuó–. Y no regresarás nunca más –le tendió el cheque
nuevamente.
Sin
embargo ella no lo tomó, cruzó los brazos y lo enfrentó de manera desafiante. –Usted
no me va a decir qué hacer, yo me voy y me llevo a mi hijo, es mío y me lo
llevo a donde yo quiera.
–No puedes
llevártelo sin la autorización de su padre –Carol volvió a mofarse–. El niño
lleva el apellido de Joaquín, él es su padre legal.
Su sonrisa
burlona creció. –Todo el mundo sabe que él no es su padre.
–Así
es… Por años has dicho que es mi hijo… Me pregunto qué pasaría si yo pidiera
una prueba de paternidad y que sea el ADN quien hable –la sonrisa se le borró
de manera instantánea–. Te sugiero que mires el cheque antes de romperlo, lo
tomes y te largues de la vida de ese niño, que es lo mejor que puedes hacer por
él –Carol tomó el cheque y lo miró, sus ojos se abrieron desmesuradamente y
regresó su mirada a Eleazar–. Ese cheque es tuyo si desapareces de esta
hacienda, del pueblo y de la vida de mi familia.
–Si no
logro cobrar el cheque… –comenzó a decir mientras lo doblaba y guardaba, pero Eleazar
la interrumpió.
–No acostumbro
a hacer malos negocios ni a estafar a nadie ¿Puedes decir lo mismo tú? –la joven
lo miró como si el odio que sintiera se incrementara–. Los hombres que te
trajeron te llevarán a la terminal, te están esperando afuera… Puedes
despedirte del niño si quieres.
–No es
necesario –se encaminó a la puerta, antes de salir se giró–. Nunca más sabrá de
mí –Eleazar asintió, sabía que así sería.
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