3 ROSAS
MAG
Historia
CAPÍTULO 8
Todos
deben disculparse.
Rosa Paula llegó a la hacienda en un taxi, Joaquín estaba en la entrada
de su casa con una rubia impresionante a su lado, no le gustó verla llegar
sola, sabiendo que se había marchado por la tarde con su hermana y el novio de
esta, pensó que la pareja se había marchado a un hotel y la habían dejado sola.
–Estás
pasando por el frente de mi casa, eres tú quien se acerca –respondió mirándola
fijamente a los ojos sin quitar el brazo de la cintura de la rubia–. ¿Por qué
regresaste sola? ¿Dónde están tus acompañantes?
–Se
quedaron cenando, yo no tenía ganas de acompañarlos, así que regresé –mirando a
la rubia que acompañaba a su primo–. No quise ser mal tercio… como ahora –y
reanudó su camino.
–¿No
me presentas a tu amiga? –preguntó la mujer y Rosa Paula se giró.
–No
hace falta –respondió la joven con mucha firmeza–. Mi nombre es Rosa Paula, su
prima –se giró y continuó su camino.
Joaquín
entró con su amiga a su casa y le pidió que lo esperara, no tardaría. Salió y
le dio alcance a la jovencita, tomándola por el brazo. –¿Qué tienes tú con el
muñequito de los Andrade? –Rosa Paula lo miró sorprendida, no entendía por qué
todo el mundo se había confabulado justo ese día para molestarla, increparla y
hacerla sentir una niña pequeña que debe darle explicaciones a todos–. Te vi
esta tarde agarrada de la mano con él.
Ella
se soltó bruscamente del agarre. –No tengo por qué darte explicaciones, lo que
yo haga con Mario es asunto mío, así como lo que tú hagas con tu amiguita es
asunto tuyo –levantó su cabeza y con altivez continuó–. Ahora si me permites,
quiero llegar a mi casa y hacer que este día de mierda se termine de una buena
vez –y lo dejó con la palabra en la boca.
Joaquín
entró a su casa de mal humor, le dijo a la rubia que lo esperaba que la
llevaría a su casa, la mujer se sorprendió por el repentino cambio en el joven
y luego de una discusión se marchó por sus propios medios.
Cuando
Rosa Elena regresó a casa, subió a la habitación de su hermana menor, había
escuchado la versión de Alejandro y quería escuchar la de Rosa Paula, pero ésta
fingió estar dormida para librarse de dar explicaciones.
Por
la mañana Joaquín vio a Mario llegar a la gran casa, se acercó a Él. –Quiero
que te alejes de La Rosita –le dijo
muy serio.
Mario
sonrió levemente. –¿Qué pasa, peón? ¿Te gusta tu prima?
–No
quiero que un ser tan despreciable como tú se burle de ella.
–¡Uuuuyyyy!
–se burló riendo–. Que delicado se ha vuelto el peón.
Joaquín
enfureció y lo agarró por la camisa con el firme propósito de iniciar una
pelea, pero Eleazar salió de la casa para detenerlo. Con un grito ambos hombres
se separaron y se sintieron tan pequeños como una hormiga. El viejo dueño de El Rosal se hacía respetar solo con su
presencia, y se imponía con su voz. Eleazar le dijo a Joaquín que entrara en la
casa y lo esperara en el estudio. Esperó a que el joven pasara a su lado, sin
tocarlo o mirarlo, en vez de eso miraba con odio a Mario y éste comprendió que
jamás tendría el permiso del viejo de enamorar a su hija menor.
Una
vez en el estudio, Eleazar le agradeció a Joaquín que defendiera y protegiera a
su hija, no soportaba la presencia del joven capataz más allá de lo que el
trabajo requería. Habían tenido un altercado hacía unos años que los había
distanciado como tío y sobrino. El viejo Eleazar podía ser la persona más fría
del mundo si se lo proponía, y así sucedía con Joaquín. Se sentó detrás de su
escritorio y le entregó una carpeta con unos documentos que el joven revisó
enseguida. Era el documento de compra de las reses de Agustín Goncalves. –Gestionaré
el traslado de las reses de inmediato, señor.
–No
esperaba menos –Joaquín rio para sus adentros, esa frase viniendo de Eleazar
era todo un cumplido–. Pero antes de que te pongas a ello –se levantó de su
asiento y fue directo a la puerta. Llamó a su hija mayor, la joven había
regresado a la gran casa a pedido de su padre y no tenía idea de por qué la
requería con urgencia. Rosa María entró al estudio y vio a Joaquín, su rostro
sonriente se tornó amargo y lo miró con odio. Joaquín no dijo nada, tampoco
sabía por qué el viejo había llamado a su hija a esa reunión–. Supe de la
discusión que ustedes dos tuvieron ayer por culpa de este documento –dijo Eleazar
señalando la carpeta que tenía Joaquín en su mano–. Y creo que Rosa María te
debe una disculpa –la joven no podía creer lo que había dicho su padre, creía
que había escuchado mal, pero el hombre lo repitió para que quedara claro–. Espero
que te disculpes con Joaquín.
–Tienes
que estar jugando, no voy a disculparme con este… peón.
–Joaquín
–le costó mucho decir su nombre–. No es un peón, es el capataz de la hacienda…
Y yo creo que he criado bien a mis hijas como para exigirles que hagan lo
correcto.
–Pero
papá, yo no tengo por qué disculparme con… éste –evitando llamarlo peón.
–Sí
tienes.
–Don
Eleazar –interrumpió Joaquín–. No hace falta que la señorita se disculpe.
–Si
hace falta –lo interrumpió esta vez el hombre–. Y lo hará.
–Pero
papá…
–Eduqué
bien a mis hijas… ¿O no es así, Rosa María? –la joven miró furiosa a su padre, y
con mucho odio a Joaquín, no entendía por qué su padre la humillaba de esa
manera.
–Estoy
esperando a que hagas lo correcto.
Rosa
María respiró profundo varias veces para darse valor. –Me disculpo por mi
comportamiento de ayer –dijo finalmente la joven. Pero su mirada seguía siendo
de furia total.
Joaquín
dejó de mirarla, en todo momento estuvo serio y no vio motivo alguno para
disfrutar de lo que la joven pensaba era una humillación. –Como le dije, Don
Eleazar –mirando al hombre–. No hace falta que la señorita se disculpe… Ahora,
si me disculpa usted, debo trabajar en el traslado de las reses –Eleazar
asintió y Joaquín salió del estudio dejando solos a padre e hija. La joven no
perdió tiempo para reclamarle a su padre la humillación sufrida, estaba completamente
alterada y no entendía por qué su padre se había empeñado en aquella disculpa.
Eleazar se jactaba de ser un hombre correcto y de que sus hijas seguían su
camino y sus enseñanzas, para él, Rosa Paula ya se estaba descarrilando y lo último
que quería era que otra de sus Rosas
hiciera lo mismo. Le explicó sus razones para aquel proceder pero la joven no
pareció convencerse y salió furiosa del estudio.
Mario
continuaba caminando por los alrededores de la gran casa esperando a que la
menor de Las Rosas saliera, era la
única forma que tenía para verla, estando el viejo en la casa, sabía que en
todo momento le negarían la entrada o la presencia de la jovencita. Vio como
una Hilux 4x4 se acercaba a la casa, reconoció al chofer justo cuando bajó del
vehículo. Alejandro Zamora, el hermano de Juan José, del que todo el mundo
decía que no era hijo de Juan Andrés. Como era de esperar, el joven fue bien recibido
en la gran casa, no sabía qué era lo que buscaba, pensó que estaría allí por su
cuñada, pero se equivocaba.
Alejandro
esperó en el salón, estaba desesperándose, vio salir a Joaquín del estudio y
salir por la puerta principal, minutos después vio salir muy furiosa a la mayor
de las hermanas pero ésta en vez de salir, subió las escaleras. Se giró hacia
las grandes ventanas que daban al jardín frontal. Eleazar se dio cuenta de su
presencia y llegó al salón. –¿Te puedo ayudar en algo? –preguntó al reconocer
al joven.
Alejandro
giró sorprendido por la voz grave del hombre. –Buenos días, señor –estaba
nervioso, no esperaba encontrar al patriarca en la casa–. Yo… yo vine a
disculparme con su hija –Eleazar frunció el ceño y el gesto puso más nervioso
al joven–. Anoche… fui un… No me comporté como un caballero –dijo finalmente.
–¿Es
que acaso tú…? –no terminó la pregunta, pero su tono evidenciaba enfado.
–¡Oh,
no señor! No es lo que usted piensa –cuando se disponía a explicarle a Eleazar
lo sucedido, Rosa Paula entró en el salón.
–¿Qué
haces aquí? –preguntó la joven.
Eleazar
se sorprendió, cuando el joven había dicho que venía a disculparse con su hija,
no pensó en la menor de ellas. –¿Acaso este muchacho ha abusado de ti?
–preguntó furioso mirando de uno a otro.
Alejandro
negó con la cabeza de manera desesperada, lo último que quería era enfurecer a
Eleazar. –No papá, él no abusó de mi… Fue un imbécil, sí, pero no abusó
–respondió muy tranquila la jovencita.
–Vine
a disculparme por eso –mirándola a los ojos–. Tienes razón, me comporté como un
imbécil… No es por justificarme pero… no estoy pasando por un buen momento.
–Sí,
bueno… yo tampoco estoy pasando por mi mejor momento –dijo Rosa Paula mirando a
su padre–. Pero es lo que hay.
–¿Podemos
hablar? –la jovencita se encogió de hombros–. ¿Señor? –le preguntó a Eleazar
como esperando su aprobación.
–Estaré
en el estudio –besando a su hija en la mejilla–. Si te hace algo solo tienes
que gritar.
–Tranquilo,
sé defenderme –Eleazar salió y dejó a los dos jóvenes en el salón para que
hablaran en privado–. Tú dirás –se cruzó de brazos y esperó a que
Alejandro hablara.
–Como
dije, vine a disculparme… No debí decirte todo eso que te dije anoche –se sentó
en el sofá y apoyó los codos en sus rodillas–. Hace una semana terminé una
relación de diez años –comenzó a contarle sin mirarla–. Por eso he estado como
un zombie –sonrió de manera triste, al recordar cómo lo había llamado la noche
anterior–. No es de tu incumbencia, pero ella me engañaba con otro –Rosa Paula
no supo qué decir. La verdad no quería enterarse de la vida privada de nadie ni
de los pormenores de la relación del joven–. Como te dije, no soy un hombre de
una noche de pasión, creí que mi hermano y Rosa Elena me habían organizado una
cita a ciegas.
–Creo
que tu hermano y mi hermana solo querían animarnos un poco y subirnos la
autoestima.
–Sí,
eso me lo explicaron después –dijo levantándose–. No soy un imbécil como te
hice creer ayer… ¿Me disculpas? –extendiéndole la mano. Rosa Paula esperó unos
segundos como midiendo la sinceridad del joven, y finalmente la estrechó aceptando
una amistad que no se había dicho. El joven era bien parecido y, aunque no
buscara ningún compromiso con el género masculino, creía que podían llegar a
ser buenos amigos. Siempre que ambos fueran sinceros.
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