El Pequeño Magnate I - Secretos y Revelaciones

domingo, 15 de octubre de 2017

Oscuridad



OSCURIDAD

MAG

Relato Corto

 



Los últimos días mi cama no me resulta cómoda. Por las noches paso mucho tiempo tratando de conciliar el sueño. Quizás no es mi cama sino mi consciencia. Está tan negra como una noche sin luna. He visto mucho horror, he vivido mucho horror y he provocado mucho horror, pero nunca me he arrepentido de nada y no creo que mi consciencia quiera que lo haga ahora.


Hace diez años más o menos me fui de mi casa buscando mejorar mi calidad de vida. Eso le decía a la genta para evitar mencionar todos los maltratos a los que era sometido. Mi padrastro me golpeaba cada vez que llegaba borracho, es decir, un día sí y el otro también. Mi hermano mayor también era un abusador, igual golpeaba a todos cuando quería, inclusive a mi pequeño hermano de cinco años le daba grandes palizas. Mi hermanita con diez años, por ser virgen, fue vendida a uno de los borrachos apostadores amigos de mi padrastro, y la de trece años tenía que soportar el hedor a tabaco, alcohol y sudor de mi padrastro cogiéndosela, luego de cogerse a mi mamá. Ella nunca hizo nada para evitar que todo eso pasara, no sé si lo permitía porque tenía miedo de su macho  porque realmente no le importábamos. El hecho es que cuando iba a cumplir dieciséis decidí que mejor estaba en la calle que allí con ellos, pudriéndome… bueno, ahora que lo pienso con calma, ya estaba podrido. 

Por mucho tiempo me tocó dormir en las calles, sin poder bañarme y mendigar para poder comer. Las personas se apartaban de mí, algunos por el mal olor, otros porque veían en mí a un delincuente o a un pordiosero. Eso me molestaba cada vez más y decidí acabar con ello, convirtiéndome en uno de los mejores ladrones de la calle. Robé ropa, zapatos y dinero, mientras más me iba pareciendo a la gente normal más fácil era robar. Una cosa llevó a la otra y entré en el negocio de las drogas, mucho más lucrativo pero mucho más arriesgado. Una vez que entras no sales, y la verdad no quería salir. Por primera vez en la vida me estaba yendo bien. Tenía una casa para mí, buena ropa, buena comida y buenas mujeres. Había dejado de ser un niño, un mocoso mal oliente para convertirme en uno de los más respetados de las filas de abajo del narcotráfico. ¿Mi meta? Subir y subir cada vez más hasta ser El Gran Jefe. Pero de nuevo los planes cambiaron y conocí a otras personas, que de una u otra forma estaban relacionadas con el medio. 

Mi mentor fue un hombre que había sido entrenado por los gringos y que tenía buenos contactos por todo el mundo. La gran diferencia era que él no traficaba con drogas aunque sí hacía muy buenos trabajos a los más altos jefes, incluyendo al Gran Jefe. Era experto en explosivos y vio mí curiosidad nata de un joven de veinte años. A esa edad yo quería aprender de todo y de todos. 

Debo decir que, modestia aparte, soy muy buen alumno. Mi mentor vio en mí potencial, y me enseñó diferentes tipos de explosivos. Me enseñó a armarlos, activarlos, desactivarlos y hacerlos volar cuando yo quisiera.

Trabajamos juntos por un tiempo, a veces había que explotar una casa, un depósito, un carro. Jamás utilizamos el mismo método, por supuesto, la idea era que no nos rastrearan. Pero como dije, del narcotráfico nunca se sale y me contrataron para asesinar a mi gran mentor. Al parecer el muy hijo de puta había traicionado al Gran Jefe y eso era imperdonable. No tuve más opción que hacer mi trabajo… bueno, tampoco es como si me doliera hacerlo, para mí solo había sido alguien que me enseñó un oficio, y alguien pagaría mucho por verlo volar

Después de ese gran golpe me gané fama entre mis compañeros y fui escalando dentro de la organización, aunque ya sabía que nunca llegaría a ser el Gran Jefe. Había aprendido que ese hombre jamás se ensuciaba las manos, otros hacían el trabajo sucio, o sea yo.

En un par de años me hice de tanta fama que grupos terroristas me buscaban para unirme a sus filas, pero yo ya había visto lo que el narcotráfico les hacía a quiénes intentaban salir. Sin embargo se me presento una muy buena oportunidad de hacerme con mucho más dinero del que jamás había visto nunca y caí en la tentación. 

Una escuela, un edificio empresarial y comercial, una iglesia y un hospital. Cuatro grandes golpes que debían darse de manera simultánea sin importar quiénes estuvieran adentro. Los blancos eran mundialmente conocidos. El presidente, el hombre más rico del mundo, el papa y el más importante filántropo, respectivamente. Ante tal tentadora oferta no pude resistirme.

El veinte de mayo fue el gran día, la ciudad elegida, Nueva York. Debo hablar a mi favor nuevamente, trabajé solo, de esa forma me aseguraba el crédito y hasta había preparado mi oportuna muerte. Una simulación perfectamente planificada en uno de los escenarios, para por fin desaparecer. 

Mi plan resultó casi tal como esperaba. A las dos de la tarde, cuatro puntos de la ciudad explotaban, haciendo retumbar los alrededores. Toda la ciudad entró en pánico pensando en un ataque terrorista, yo no pude evitar sonreír, veía a todos correr de un lado a otro en completo caos sin saber qué pasaba. Cuando me disponía a marcharme y desparecer por fin, fui arrestado en el aeropuerto. No sé si fui víctima de un soplón o víctima de mis actos, dudo mucho que haya dejado algo que me delatara, pero me dijeron habían pruebas en mi contra. Lo cierto es que a pesar de contar con mucho dinero nunca pensé en gastarlo en asesorías de abogados inútiles, así que luego de diez horas de interrogatorio me asignaron uno de oficio y, por supuesto, más que querer sacarme de allí, me quería hundir. Había asesinado al presidente, a niños inocentes, al papa y a muchas personas que nada que tenían que ver con estar en el lugar menos indicado a la hora menos indicada.

El juicio fue rápido, después de indagar sobre mi infancia abusada, mis antecedes delictivos y mis compañeros traficantes, el jurado me encontró culpable. No me sorprendió, no me importó. Aun luego de unos meses no me importa. La sentencia tampoco me sorprendió, pena de muerte por inyección letal. Pude haber apelado pero hubiera sido inútil, ningún abogado quería hacerse cargo de mi caso, era un caso perdido, siempre lo he sido.


Faltan solo dos días para cumplir la sentencia, me dijeron que vendría un cura, no se para qué, maté a su jefe, poco me puede importar él. Yo no me arrepiento de lo que hice, quizás de lo único que me arrepiento es de haberme quedado más tiempo del debido y dejarme atrapar.

La celda es fría y oscura, pero nada tan oscuro como los primero quince años de mi vida y en dos días por fin seré libre

No le temo a la muerte, durante mi infancia perdí el miedo a morir, después de cada paliza sentía que el fin llegaría pronto pero me recuperaba. Sin embargo ahora el fin sí está cerca, a solo dos días y quizás sea eso lo que me tiene dando vueltas en mi cama. 




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