El Pequeño Magnate I - Secretos y Revelaciones

domingo, 29 de octubre de 2017

3 Rosas: Cap. 10




3 ROSAS

MAG

Historia

 

CAPÍTULO 10

Aclarando.



Rosa Elena había notado la tensión entre sus dos hermanas, su tía y su padre, durante la cena del día anterior. Sabía que algo había pasado pero no se atrevió a preguntar qué. 


Antes de salir a hacer su recorrido por la hacienda para cuidar de los animales, abordó a Aurora que cuidaba del jardín. –¡Buenos días, tía! –besándola en la mejilla–. Un hermoso día para disfrutar de todos estos colores –dijo la chica mirando el cielo claro con pocas nubes. 


–¡Buenos días, Elenita!… Así es, el sol hoy salió con ganas –el calor comenzaba a arreciar y la joven asintió dándole la razón a su tía mientras acariciaba los pétalos de una rosa amarilla–. ¿Ya te vas a cuidar de tus niños?
 

–Sí, Juan José vendrá por mí, debo ir a El Fondo –refiriéndose al lugar más alejado de la hacienda, cerca del río–. ¿Tía, qué paso ayer? ¿Por qué mi papá tenía esa cara de gruñón durante la cena? 


–Eleazar siempre tiene cara de gruñón –sonriendo sin dejar de cuidar sus flores. 


–Pero anoche estaba más gruñón que de costumbre, y Rosa María y Rosa Paula mucho más calladas. 


–Con Rosa Paula no sé qué pasó –comenzó a contar la mujer susurrando–. Pero con Rosa María… me da vergüenza contártelo. 


–¿Pero, tan malo fue? –en el mismo tono que su tía. 


–No sé por qué pero de repente se empezaron a escuchar gritos en las habitaciones y todos subimos alarmados. Eleazar, Luisa, hasta las muchachas de servicio… y cuando llegamos vimos a Felipe afuera de la habitación de tu hermana –la joven frunció el ceño–. Estaba medio desnudo, se estaba vistiendo… y Rosa María estaba envuelta en una sábana. 


–¿Rosa María y Felipe lo hicieron en la casa? –completamente escandalizada. Aurora asintió– ¡Por Dios! ¿Pero, cómo se atrevió? 


–Yo no quiero juzgar a tu hermana, y Felipe… la verdad me cae bien, pero... 


–Nunca hubiera imaginado que Rosa María… 


–Llegó Juan José –interrumpió Aurora–. Por favor Elenita, no le comentes nada, ya sabes… 


–Claro que no, tía, eso no es para estar contándolo. 


–¡Buenos días, Doña Aurora! –saludó el joven a la mujer mientras abrazaba por detrás a Rosa Elena y le daba un beso en la mejilla. 


–¡Buenos días, Juan José! Que lindos verlos así –refiriéndose a verlos enamorados, como dos adolescentes. 


–Esta es la mujer con la que me quiero casar, Doña Aurora, pero ella todavía no lo sabe –guiñándole el ojo. La mujer sonrió y Rosa Elena lo miró sorprendida.




Cuando habían llegado a El Fondo, Rosa Elena tomó muestras de agua, de algunas plantas que crecían en el suelo y de algunos excrementos que encontró y que no supo identificar a primera vista. –¿No te da asco eso? –preguntó el chico haciendo una mueca mientras la joven recogía muestras de excrementos nuevamente. 


–No, deberías ayudarme. 


–Lo haré, pero que quede en acta que a mí sí me da asco –tomando un frasco para las muestras. 


–¿Cómo está Alejandro? –cambiando completamente el rumbo de la conversación–. Yo no he podido hablar con Rosa Paula de lo que pasó. 


–Él vino ayer a disculparse con ella –Rosa Elena miró a Juan José de forma interrogante–. Eso fue lo que me dijo… también me dijo que se había peleado con Mario. 


–¿Por Teresa? –quiso saber la muchacha. 


–Por tu hermana, en tu casa. 


Juan José le contó a Rosa Elena lo que le había dicho su hermano. Ésta escuchó atentamente como el joven había ido a disculparse, el mal entendido con su padre, la conversación que tuvo con su hermana menor y luego la pelea con Mario. También le dijo que su padre había echado a Mario de la hacienda y que no quería verlo más allí, con lo cual la joven estuvo de acuerdo. 


Para nadie era un secreto que el más joven de los varones de Miguel Morales no era bienvenido a la gran casa por la fama que tenía de mujeriego. Varias de las muchachas del pueblo de familias más humildes lo habían acusado de salir con ellas e ilusionarlas. Los padres de éstas habían acudido a su hacienda para que diera la cara por sus hijas pero no pudieron lograr nada, el joven se desligaba de las muchachas con facilidad, solo las buscaba para acostarse con ellas y pasar un buen rato.





La menor de Las Rosas estaba en el río tratando de ordenar sus pensamientos y sus sentimientos. Después de visitar a Joaquín en su oficina, para hablar sobre las cosas que aún no entendía de la hacienda y su familia, había quedado mucho más confundida que antes, pero nada tenía que ver con su confusión inicial.





Cuando llegó a la oficina de Joaquín no encontró a su secretaria, por lo que decidió entrar sin anunciarse y no pudo ocultar su sorpresa al encontrarlo de espaldas a la puerta, sin camisa. Joaquín se giró y se sorprendió al ver a la joven. Ambos quedaron en silencio. Rosa Paula no pudo evitar mirar a su primo de arriba abajo, los músculos pectorales y abdominales bien marcados y definidos le dejaron la boca seca. 


La voz de Joaquín la sacó de su ensoñación. –¿Qué haces aquí? –preguntó mientras se colocaba una camisa. 


–¿Acostumbras a trabajar sin camisa en tu oficina? –preguntó Rosa Paula con marcada curiosidad. 


–Tuve un accidente con las reses –terminando de abrochar la camisa–. ¿Qué te trae por aquí? 


La joven tardó un poco en responder, aún conservaba la imagen de Joaquín con el torso desnudo. –Necesito a hablar contigo... Creo que eres el único que puede ayudarme. 


–¿A qué te refieres? 


–Necesito respuestas sinceras. 


Joaquín suspiró y cayó sentado en su silla, se imaginaba qué tipo de respuestas buscaba su prima. –¿Qué quieres saber? –instándola a sentarse. 


Rosa Paula se sentó frente a él. –Quiero saber por qué tú y mi papá no se hablan ¿Por qué se odian? 


Joaquín volvió a suspirar y por un momento desvió su mirada. –Primero que nada, yo no lo odio… lo demás es mejor no saberlo. 


–¡Por favor, Joaquín! No soy una niña a la que deben ocultarle las cosas –alzando la voz. Estaba cansada de que todos la trataran como la adolescente que se había marchado hacía cinco años. 


–Poco después de que te fuiste tu padre se involucró con una de las empleadas de servicio… tuvieron una relación que duró unos meses –Rosa Paula estaba tan sorprendida que no supo qué decir–. Carol me gustaba, quería que fuera mi novia pero ella solo veía en mí a un niño… cuando lo supe me alejé de ella, estaba molesto, solo quería que ella me mirara como hombre pero en vez de eso se fijó en tu padre. 


–¿Tú le reclamaste? 


–Lo hice cuando me enteré de que Carol estaba embarazada. 


–¿Qué? ¡No! –negando con la cabeza–. No puede ser. 


–Tus hermanas dijeron lo mismo –Joaquín continuó con su explicación–. Enfrenté a tu padre y me golpeó tan fuerte que me envió al hospital por dos semanas –Rosa Paula continuaba negando, para ella era imposible que su padre embarazara a una jovencita–. No se hizo responsable de su hijo, no pensaba hacerlo –Joaquín no dejaba de mirar a su prima, leyendo sus expresiones, por primera vez veía que alguien más, además de su madre, creía en la historia que contaba–. No sé cómo hizo para que ella se retractara de haber dicho que estaba embarazada de él, lo cierto es que ella de la noche a la mañana Carol cambió su versión, pero yo sabía que mentía. 


–¿Y luego, qué pasó? 


–Quise apoyar a Carol, seguía enamorado de ella, y ella por supuesto aceptó mi ayuda. Tuvimos una relación por tres años… Damián, así se llama el hijo de Carol, lleva mi apellido. 


–¿Qué? 


–Así es, tengo un hijo que no lleva mi sangre y que tu padre odia. 


–Eso no puedo creerlo. 


–Viniste aquí buscando respuestas y te las estoy dando, si las crees o no es cosa tuya –Rosa Paula se levantó y comenzó a pasear por la oficina–. ¿Algo más que quieras saber? –cruzando sus brazos en su pecho. 


La jovencita no dejaba de caminar de un lado a otro, Joaquín la dejó hacer, sabía que lo que le había revelado no era fácil de digerir. –¡Sí! –se giró de repente para mirarlo–. ¿Qué puedes decirme de Mario? –cambiando por completo el curso de la conversación. Joaquín frunció el ceño–. Quiero que me hables de Mario –sentándose de nuevo frente a él–. Lo conoces de ahora. 


–¿Por qué crees que voy a hablarte de ese imbécil? 


–Porque te estoy preguntando y vine a buscar respuestas. 


Joaquín suspiró una vez más. –Está bien, te diré que es un imbécil, un mujeriego, un maldito con las mujeres, se ha acostado con la mitad del pueblo y nunca se ha hecho responsable de nada… no trabaja, es un vago, un mantenido de papi y mami… ¿Algo más? –volviendo a cruzar sus brazos en su pecho. 


–No –se levantó lentamente y se dirigió a la puerta–. ¡Gracias! –dijo antes de salir. Joaquín se quedó con los brazos cruzados, esperaba que lo poco que había dicho de Mario hubiera sido lo bastante conciso como para hacer que Rosa Paula se alejara de él.




Ahora, Rosa Paula estaba en el río pensando en su primo, en el torso desnudo de Joaquín y en todo lo que había dicho de Mario. Ella sabía que Mario no era el hombre adecuado, en primer lugar porque ella pensaba irse en pocos meses y en segundo lugar porque no era un buen hombre con las mujeres. No las respetaba ni les daba el lugar que debía, pero le gustaba, no sabía exactamente qué sentía por él. Sin embargo la imagen de Joaquín sin camisa aparecía una y otra vez en su mente. Quería eliminarla, pero simplemente no podía. Ni siquiera pensaba en el hijo de su padre sino en Joaquín, lo imaginó como padre, como padre de sus hijos, y sacudió su cabeza para alejar esos pensamientos.




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