BLANCO Y NEGRO… ¿Y EL GRIS?
MAG
Historia
CAPÍTULO 10
AYMÉ
Cuando
el señor Núñez me llamó a su oficina no pensé que me reclamara nada. Pero el
hombre enseguida que entré me restregó en la cara una carta con letras
recortadas y una foto de una pareja en una cama con los rostros de Luis Gerardo
y mío. La carta era muy explícita, decía que habíamos salido en varias
ocasiones, que teníamos una relación amorosa y que nos habíamos acostado, más
bien decía que nos habíamos “revolcado”.
Yo
no lo podía creer, mi peor pesadilla se estaba haciendo realidad, todo el mundo
en la escuela se enteraría de que estaba saliendo con el padre de una alumna. Por
supuesto en un principio no supe qué responder, el señor Núñez me interrogó
buscando algún tipo de confesión y yo simplemente no podía dar una respuesta
coherente, mi mente estaba paralizada. –Respóndame profesora –me dijo con un
tono de voz frío, era la primera vez que era tan distante. Siempre me llamaba
Aymé, o me decía que Bastiditas, haciendo referencia a ser la hija de mi padre,
Alberto bastidas, quien también había sido profesor de ese colegio–. ¿Es usted
la amante de uno de los representantes del colegio?
–No
creo que mi vida privada tenga que ser del dominio público.
–No
me importa su vida privada, profesora. Me importa la reputación de nuestra institución
–noté que estaba furioso como nunca antes lo había visto, sus ojos echaban
chispas–. Espero una respuesta.
–Sí
profesor –le respondí con mi rostro muy en alto, no creía que estuviera
haciendo mal. Me había enamorado de Luis Gerardo, no lo había planificado, ni
siquiera planifiqué comenzar a salir con él, fue algo que simplemente pasó y yo
no me arrepentía de eso–. Luis Gerardo Soler y yo estamos saliendo. No soy su
amante porque él es viudo, Luis Gerardo y yo somos novios.
Salí
de su oficina rápidamente, lo único que quería era llorar, me encerré en mi
oficina para poder hacerlo sin interrupciones, pero antes tuve que descargarme
con la persona a la que en ese momento culpaba de todos mis males.
LUIS GERARDO
La llamada
de Aymé me sorprendió, a esa hora nunca llamaba. Respetaba mucho el horario de
clases, pero más me sorprendió todo lo que me dijo y la descarga que recibí sin
saber por qué ni cómo me convertí en el blanco de todo su enojo. Quedé sin
palabras al escuchar todo lo que me dijo, enfurecí también, no podía creer que
mi jefe me hubiera traicionado, me había prometido que no diría nada, pero no
había pasado mucho cuando ya lo sabía el director. Tenía que ser él, era el
único que sabía que Aymé y yo estábamos saliendo.
No
me pude contener, fui a su oficina y lo enfrenté. –¿Cómo pudo hacerme esto? ¿A mí?
¿A Aymé? –comencé a gritarle. Afortunadamente no había nadie en su oficina en
ese momento–. ¿Qué le hicimos? Me prometió que no lo diría.
Me miró
con su cara de póker, la misma que usaba antes de dar alguna puñalada o decir
algún comentario sarcástico. –¿De qué está hablando, Soler?
–Le contó
al director de la relación que Aymé y yo tenemos.
–¿Que
hice qué? –preguntó sin cambiar su expresión. No se había inmutado, ni siquiera
se había extrañado.
–Contó
nuestra relación.
–No sé
de dónde saca semejante estupidez, Soler, pero si no sale de mi oficina
enseguida voy a despedirlo.
–El director
le reclamó a Aymé, él ya lo sabe.
Suspiró
y puso los ojos en blanco, era evidente que estaba llegando al límite de su
paciencia. –Soler, se lo diré una vez más y espero que me crea, sino me dará
igual, con la diferencia que usted estará desempleado… Yo no le he dicho nada a
nadie. Ahora, le voy a pedir, no… a pedir no, a ordenar, que salga de mi oficina
y que hoy no entre más. No quiero verlo ¿Entendido?
–Si no
fue usted ¿Entonces quién? –puso de nuevo los ojos en blanco–. Solo usted lo
sabía.
–Imagino
que su hija también lo sabía, y es posible que también mi hijo –eso era cierto,
pero no podía creer que mi hija hubiera dicho algo, en varias oportunidades le
había pedido que no dijera nada y ella lo había prometido, tal vez se lo había comentado
al hijo de mi jefe y éste lo había contado, pero cómo saberlo… Andrea no podía
ser la responsable de esto, me negaba a creerlo.
ANDREA
Los
primeros minutos del recreo estuve sola. Ya ninguna de las muchachas se juntaba
conmigo, ahora todas o casi todas eran amigas de Saraí, y desde que me había
hecho la guerra cada vez me hablaban menos. Eso no me importaba, no necesitaba
de ellas, y si necesitaba hacer un trabajo en grupo lo hacía con Diego, aunque
ya no sería así, le diré a Peter en caso de ser necesario.
Él había
hecho algunos amigos, estaba con Sebastián y Mauro. Ellos eran buenos
muchachos, Peter estaba a salvo, ya Diego no estaba en el salón y eso calmaba
un poco a Franky y a Marlon, ellos tampoco lo molestarían.
Diego
llegó donde yo estaba. –¿Lo hiciste? –le pregunté impaciente.
–Sí
–me dijo muy sonriente–. Fue muy fácil, deberías darme un beso como premio.
–Quizás
lo haga –le dije sin pensar–. ¿Y la leyó?
–Yo creo
que sí, la profe Aymé tuvo que salir del salón en medio de la clase para ver al
director –mostrando su mejor sonrisa–. Y no regresó.
–Te amo
Diego, eres el mejor –y lo besé en la mejilla, no pensaba pasar de ahí, si
esperaba que lo besara en la boca, se equivocaba.
–¿Y ahora
qué? –encogiéndose de hombros. No tenía muy claro si debíamos enviar otra carta
y acelerar el proceso, quizás era muy arriesgado y más sabiendo que ahora la
dirección estaría vigilada.
–No sé,
supongo que esperar para enviar la otra carta mañana.
–Seguro
ya la despidieron y por eso no regresó al salón.
–No lo
creo, tal vez con la última…
–¿La
última? –me interrumpió.
–Sí,
la última carta, te dije que son cinco.
–¿Por
qué no me la das y la dejo en la oficina del director hoy mismo?
–Seguramente
la dirección está vigilada, la secretaria no se moverá de su puesto.
–Con
la diferencia de que Berta –hablando de la secretaria del director–. Toma su
pastilla para no sé qué justo a las once –con esa sonrisa que me mata–. Todos
los días a las once va a la cantina y pide un jugo de guayaba para tomarse su
pastilla –sin dejar de sonreír.
En
momentos como ese lo amaba, era capaz de darle el beso que tanto quería, pero
estando en la escuela no lo haría. Le dije que le daría la carta que tenía
destinada para el quinto día, cinco minutos después de entrar al salón. Estaba
dispuesta a jugármelo todo con tal de que despidieran a esa.
LUIS
GERARDO
Cuando
Aymé me llamó por segunda vez supe que las cosas no estaban nada bien, tenía
miedo de contestar esa llamada pero lo hice. Aymé estaba llorando, se escuchaba
desesperada. Intenté entender lo que me decía pero fue inútil. No sé si ella me
entendió, pero le dije que iría al colegio, en primera no sabía exactamente qué
había pasado para que me llamara esa segunda vez de la manera que lo hizo.
Cuando
me asomé en la oficina del señor González, éste puso los ojos en blanco,
supongo que pensó que vendría a reclamarle de nuevo. Le dije que necesitaba la
tarde libre y me despachó como siempre, con un movimiento de manos. A pesar de
ser un pesado la mayoría de las veces, no era una mala persona.
Llegué
al colegio de mi hija y me dirigí a la oficina de Aymé, sabía cuál era, allí nos
había conocido hacía casi dos años. Cuando entré la encontré con una mujer,
imagino que otra profesora como ella. Estaba recogiendo sus cosas, dejó lo que
hacía y vino hacia mí. Comenzó a llorar y yo no perdí tiempo, la abracé con
fuerza, sabía que eso era lo que necesitaba. No necesitaba que yo hablara o
dijera nada. Aun no era el momento. –¿Qué haces aquí? –dijo después de unos
cinco minutos abrazados.
La mujer
nos había dejado solos, me dirigió una sonrisa antes de salir que no sé si correspondí.
–Vine por ti, para llevarte a casa –cuando dije eso me refería a llevarla
conmigo, a mi casa, no sé si ella captó mi tono, pero no pensaba dejarla sola.
Amo a esta mujer y no pienso renunciar a ella.
–Me
despidieron –no dejaba de llorar y eso me partía el alma, no sabía como
ayudarla.
–¿Pero,
qué pasó?
–No sé,
de pronto al director comenzaron a llegarle cartas acerca de nosotros...
–¿Cartas?
–la interrumpí, era absurdo–. ¿Qué cartas?
–Eran
letras de periódicos recortadas, habían fotos de nosotros, bueno no de
nosotros, pero sí tenían nuestras caras.
–¿Qué?
–poco a poco fui comprendiendo que efectivamente la responsable de todo esto
era Andrea. Cerré mis ojos para contener mi furia y mi decepción, jamás pensé que
mi hija me jugara sucio–. ¿Saben quién las envió? –pregunté sabiendo cuál era
la respuesta.
–No,
los sobres aparecieron debajo de la puerta y cuando el señor Núñez salió ya no
hay nadie cerca.
–¿Y
las cámaras? –recordando que había visto varias en los pasillos–. Hay que
revisarlas.
–¿Y de
qué serviría?
–Nos
diría quién las entregó –dije, sabiendo que eso podría meter en problemas a mi
hija, pero es que dentro de mí tenía la esperanza de que Andrea no tuviera nada
que ver.
Hablamos
con el director, no para pedirle que le devolviera el trabajo a Aymé, era
evidente que no lo haría, pero sí para saber quién era el responsable, y el
hombre estuvo de acuerdo. También sintió curiosidad de saber quién entraba
furtivamente a la oficina de la secretaria sin ser visto. Los tres quedamos sin
palabras cuando vimos las imágenes. Esperaba ver a mi hija metiendo el sobre
bajo la puerta pero en vez de eso era su noviecito el que lo hacía, el hijo de
mi jefe, el mismo que le había pedido a Aymé que cambiara de sección para que no
molestara a mi hija.
Le pedí
al director que no le hiciera nada al chico, Andrea era la responsable de todo
y estaba dispuesto de darle un buen regaño y un buen castigo. El hombre creyó
en mis palabras, a pesar de que el niño era problemático esta vez lo dejaría
pasar.
Escuché
el timbre sonar, era la hora de salida. Salí acompañado de Aymé, le dije que me
esperara en el carro mientras esperaba a Andrea. Cuando mi hija salió y me vio
esperándola en la puerta, sus ojos se iluminaron, hacía días que no la veía sonreír,
me abrazó y besó en la mejilla. –¡Hola, papi! –yo no podía sonreír como ella lo
hacía, no después de lo que había hecho.
–Vamos
a casa, tenemos que hablar –le dije muy serio.
–¿Qué
pasó? –me miraba buscando algún indicio de enojo, pero yo no estaba enojado…
bueno, sí lo estaba, pero mi decepción era más grande.
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