El Pequeño Magnate I - Secretos y Revelaciones

domingo, 22 de octubre de 2017

3 Rosas: Cap. 9



3 ROSAS

MAG

Historia

 

 CAPÍTULO 9



Es mejor no saber.



Rosa Paula y Alejandro salieron al jardín. Mario, que aun caminaba por los alrededores, se sorprendió de verlos juntos, no esperaba que Alejandro la visitara a ella. Los celos crecieron dentro de él y se acercó furioso a la pareja. Sin mediar palabras golpeó a Alejandro. Sorprendido, el rubio cayó al suelo donde recibió una patada en el costado. La joven, tan sorprendida como el agredido, reaccionó gritándole a Mario, pedía que detuviera los golpes y se interpuso entre los dos hombres. 


Alejandro logro levantarse, algunos trabajadores se acercaron pero enseguida los despacharon. Eleazar escuchó los gritos pero no salió, vio desde la ventana como los dos hombres querían liarse a golpes nuevamente. –No te quiero ver cerca de ella –gritó Mario–. Estás ardido por lo que te hizo Teresa –sin dejar de gritar. Rosa Paula no entendía qué pasaba–. ¿Tanto la querías y ya estás pensando en otra? 


–No estoy pensando en nadie, y en todo caso ¿Qué te molesta? ¿Que te robé tu novia como tú me robaste la mía? –le respondió Alejandro luego de escupir sangre. 


–¿Fuiste tú? –preguntó la jovencita mirando a Mario, comprendiendo que el hombre del que había hablado Alejandro hacia un momento era el que le gustaba. 


–No tienes las bolas para robarme nada ¡Mariquito bastardo! –Rosa Paula miró de uno a otro intentando comprender más de lo que estaban diciendo–. Así como no tuviste las bolas de golpearme, sino que te fuiste a llorar con tu mamá –Alejandro reaccionó abalanzándose sobre Mario, lanzó un golpe que el otro esquivó. Pero enseguida lo tomó del cuello de la camisa. Rosa Paula quiso intervenir pero los hombres la ignoraron por completo. 


Eleazar salió y detuvo la pelea. Alejandro no necesitó que el hombre hablara para soltar a Mario, su educación le obligaba a comportarse correctamente. –¿Que está pasando aquí? 


–Nada señor. Solo teníamos una diferencia de opiniones –respondió Alejandro muy tranquilo, aunque conteniendo su furia. 


–¡Déjame en paz, imbécil! –dijo Mario con furia en su voz y empujando a Alejandro. 


–Joven... –dijo Eleazar muy serio–. Es la segunda vez que lo encuentro peleando en el frente de mi casa. 


–Disculpe, señor. Pero es la segunda vez que me encuentra agarrado por el cuello en manos de otro –se defendió Mario. 


–Por buena gente, no será…  No lo quiero más en mi casa, joven. Así que le pido que se retire. 


–Vine a ver a su hija, Don Eleazar. 


–Vete Mario –intervino la joven. 


–Rosa Paula... –Mario frunció el ceño, pensó que la joven lo apoyaría, pero se equivocó. 


–Vete Mario, no quiero verte. 


El joven asintió y se retiró. –Y usted también, joven. –dijo Eleazar mirando a Alejandro–. Retírese, por favor. 


–Sí señor, disculpe el mal rato. 


–Disculpado. 


–Espero que tú también me disculpes –le dijo a Rosa Paula, la joven asintió. 


Alejandro se retiró y en el momento que Eleazar quiso hablar con su hija, ésta lo cortó. –Ahora no, papá. He tenido mucho de los hombres el día de hoy y ni siquiera son las diez.





Rosa María continuaba en su habitación. Caminaba de un lado a otro, furiosa, se sentaba en la cama y volvía a levantarse para pasearse nuevamente por la habitación. Poco antes de mediodía Felipe apareció en la habitación, era la primera vez que entraba allí. Ni siquiera cuando niño había podido acceder a la planta alta de la casa principal. Ahora se sentía como un adolescente que lograba escabullirse a la habitación de su amada. Rosa María se sorprendió y justo cuando iba a hablar él puso la mano en su boca y luego la sustituyó por su propia boca. 


El joven estaba deseoso por darle la gran noticia que había recibido en horas de la mañana y estuvo esperándola en su casa pero la joven nunca llegó por lo que decidió ir a buscarla en su oficina, y terminó en la gran casa, en la habitación de su novia, besándola. Cuando la vio caminando de un lado a otro con el pantalón ajustado y la blusa abierta hasta sus pechos le pareció tan sexi que no lo pensó dos veces y la besó con pasión, comenzando a desabrochar los botones de la blusa mientras ella, que también se había excitado, respondió al beso de la misma manera y había hecho lo propio con el botón de su pantalón. 


Rosa María interrumpió el beso y su tarea para cerrar la puerta con el pasador y regresó para continuar con tan placentera labor. Intentaron no hacer ruido. Para poder acallar los gemidos y gritos de la joven, Felipe la besaba con frecuencia mientras la embestía una y otra vez. 


Estaban abrazados en la cama luego de hacer el amor, Rosa María acariciaba el pecho del joven, jugaba con los vellos entre sus dedos. –¿Cómo lograste llegar hasta aquí? 


–Entré por la cocina… iba a hacerlo por la puerta principal pero quise sorprenderte. 


–Me sorprendiste –sonriendo. 


–Quería darte la buena noticia. 


–¿Cuál buena noticia? –preguntó con una sonrisa, incorporándose. 


–Me llamaron de España. Quieren que envíe algunas muestras de las obras que expondrán –dijo con entusiasmo–. Quería que me ayudaras a elegir cuáles debo enviar. 


–Seguro –respondió con el mismo entusiasmo–. ¿Cuándo debes enviarlas? 


–Imagino que debo enviarlas lo antes posible. No me dieron fecha exacta, pero la exposición será a mediados de enero –hizo una pausa larga y al ver que Rosa María no hablaba, continuó–. La exposición durará unos dos meses más o menos y quieren que esté allá todo ese tiempo. 


–¿Te irás todo ese tiempo? –preguntó incorporándose aún más. 


–Sí, tengo que hacerlo… quiero hacerlo –la joven se sentó en la cama pero no dijo nada, seguía desnuda igual que Felipe–. Quiero que vengas conmigo. 


–¿Estás loco? No puedo ir contigo… Mi padre... 


–¿Tu padre? ¿Que tiene que ver él en esto? 


–No puedo irme con mi novio a España por dos meses y esperar que mi padre no piense mal de mí. 


–Somos novios y… él debe esperar que hagamos esto. 


–Una cosa es que sospeche que lo hagamos y otra muy diferente confirmarlo –dijo contrariada. 


–Entonces, casémonos y nos vamos como marido y mujer. 


–¿Qué? ¿Esta es tu forma de obligarme a casarme contigo? –sin poder evitar gritar–. No voy a casarme contigo, te lo he dicho, no quiero casarme aun –sin dejar de gritar. 


–Cálmate... 


–No me calmo nada, vienes aquí y me haces el amor para suavizarme y luego me acosas con el tema de siempre –agarrando una de las sabanas para cubrirse y lanzando la ropa del joven para éste se vista. Felipe logró ponerse el bóxer y estaba poniéndose el pantalón a medida que Rosa María lo empujaba hacia la puerta–. No quiero casarme, no estoy lista para ello y no me casaré solo porque tú quieras  –gritando y empujando al joven fuera de la habitación sin importarle nada. 


Eleazar subió las escaleras atraído por los gritos de la joven y quedó sin palabras al ver a Felipe a medio vestir frente a la habitación de su hija mayor y a ésta gritándole de la forma que lo hacía, solo cubierta por una sabana. –Quiero que se vaya de mi casa, joven –dijo Eleazar cuando por fin pudo hablar. Estaba tan furioso como nunca antes y todos podían notarlo. Dos de las criadas, Luisa y Aurora, que también habían subido atraídas por los gritos–. Y no quiero que vuelva nunca más ¿Me oyó? –conteniéndose de partirle la cara. 


–Pero, Don Eleazar, yo... 


–Lárguese de mi casa –repitió furioso. 


Felipe bajó la cabeza y se dirigió a las escaleras aun a medio vestir. Eleazar se quedó mirando fijamente a su hija y meneó la cabeza antes de retirarse. 


Rosa María entró a su habitación y cerró de un portazo, con eso todos comprendieron que no debían molestarla. La joven se tiró en su cama a llorar, no solo se habían enterado todos de lo que habían hecho Felipe y ella en su propia habitación, sino que era una clara ruptura, Felipe se iría a España en unos meses y estaría otros tantos por allá. Además, no podía perdonarle al joven lo que había provocado en su casa. Había decepcionado a su padre. 




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