3 ROSAS
MAG
Historia
CAPÍTULO 9
Es
mejor no saber.
Rosa
Paula y Alejandro salieron al jardín. Mario, que aun caminaba por los
alrededores, se sorprendió de verlos juntos, no esperaba que Alejandro la
visitara a ella. Los celos crecieron dentro de él y se acercó furioso a la pareja.
Sin mediar palabras golpeó a Alejandro. Sorprendido, el rubio cayó al suelo
donde recibió una patada en el costado. La joven, tan sorprendida como el
agredido, reaccionó gritándole a Mario, pedía que detuviera los golpes y se
interpuso entre los dos hombres.
Alejandro
logro levantarse, algunos trabajadores se acercaron pero enseguida los
despacharon. Eleazar escuchó los gritos pero no salió, vio desde la ventana
como los dos hombres querían liarse a golpes nuevamente. –No te quiero ver
cerca de ella –gritó Mario–. Estás ardido por lo que te hizo Teresa –sin dejar
de gritar. Rosa Paula no entendía qué pasaba–. ¿Tanto la querías y ya estás
pensando en otra?
–No
estoy pensando en nadie, y en todo caso ¿Qué te molesta? ¿Que te robé tu novia
como tú me robaste la mía? –le respondió Alejandro luego de escupir sangre.
–¿Fuiste
tú? –preguntó la jovencita mirando a Mario, comprendiendo que el hombre del que
había hablado Alejandro hacia un momento era el que le gustaba.
–No
tienes las bolas para robarme nada ¡Mariquito bastardo! –Rosa Paula miró de uno
a otro intentando comprender más de lo que estaban diciendo–. Así como no
tuviste las bolas de golpearme, sino que te fuiste a llorar con tu mamá –Alejandro
reaccionó abalanzándose sobre Mario, lanzó un golpe que el otro esquivó. Pero
enseguida lo tomó del cuello de la camisa. Rosa Paula quiso intervenir pero los
hombres la ignoraron por completo.
Eleazar
salió y detuvo la pelea. Alejandro no necesitó que el hombre hablara para
soltar a Mario, su educación le obligaba a comportarse correctamente. –¿Que
está pasando aquí?
–Nada
señor. Solo teníamos una diferencia de opiniones –respondió Alejandro muy
tranquilo, aunque conteniendo su furia.
–¡Déjame
en paz, imbécil! –dijo Mario con furia en su voz y empujando a Alejandro.
–Joven...
–dijo Eleazar muy serio–. Es la segunda vez que lo encuentro peleando en el
frente de mi casa.
–Disculpe,
señor. Pero es la segunda vez que me encuentra agarrado por el cuello en manos
de otro –se defendió Mario.
–Por
buena gente, no será… No lo quiero más
en mi casa, joven. Así que le pido que se retire.
–Vine
a ver a su hija, Don Eleazar.
–Vete
Mario –intervino la joven.
–Rosa
Paula... –Mario frunció el ceño, pensó que la joven lo apoyaría, pero se
equivocó.
–Vete
Mario, no quiero verte.
El
joven asintió y se retiró. –Y
usted también, joven. –dijo Eleazar mirando a Alejandro–. Retírese, por favor.
–Sí
señor, disculpe el mal rato.
–Disculpado.
–Espero
que tú también me disculpes –le dijo a Rosa Paula, la joven asintió.
Alejandro
se retiró y en el momento que Eleazar quiso hablar con su hija, ésta lo cortó.
–Ahora no, papá. He tenido mucho de los hombres el día de hoy y ni siquiera son
las diez.
Rosa
María continuaba en su habitación. Caminaba de un lado a otro, furiosa, se
sentaba en la cama y volvía a levantarse para pasearse nuevamente por la
habitación. Poco antes de mediodía Felipe apareció en la habitación, era la
primera vez que entraba allí. Ni siquiera cuando niño había podido acceder a la
planta alta de la casa principal. Ahora se sentía como un adolescente que
lograba escabullirse a la habitación de su amada. Rosa María se sorprendió y
justo cuando iba a hablar él puso la mano en su boca y luego la sustituyó por
su propia boca.
El
joven estaba deseoso por darle la gran noticia que había recibido en horas de
la mañana y estuvo esperándola en su casa pero la joven nunca llegó por lo que
decidió ir a buscarla en su oficina, y terminó en la gran casa, en la
habitación de su novia, besándola. Cuando la vio caminando de un lado a otro
con el pantalón ajustado y la blusa abierta hasta sus pechos le pareció tan
sexi que no lo pensó dos veces y la besó con pasión, comenzando a desabrochar
los botones de la blusa mientras ella, que también se había excitado, respondió
al beso de la misma manera y había hecho lo propio con el botón de su pantalón.
Rosa
María interrumpió el beso y su tarea para cerrar la puerta con el pasador y
regresó para continuar con tan placentera labor. Intentaron no hacer ruido. Para
poder acallar los gemidos y gritos de la joven, Felipe la besaba con frecuencia
mientras la embestía una y otra vez.
Estaban
abrazados en la cama luego de hacer el amor, Rosa María acariciaba el pecho del
joven, jugaba con los vellos entre sus dedos. –¿Cómo lograste llegar hasta
aquí?
–Entré
por la cocina… iba a hacerlo por la puerta principal pero quise sorprenderte.
–Me sorprendiste
–sonriendo.
–Quería
darte la buena noticia.
–¿Cuál
buena noticia? –preguntó con una sonrisa, incorporándose.
–Me
llamaron de España. Quieren que envíe algunas muestras de las obras que expondrán
–dijo con entusiasmo–. Quería que me ayudaras a elegir cuáles debo enviar.
–Seguro
–respondió con el mismo entusiasmo–. ¿Cuándo debes enviarlas?
–Imagino
que debo enviarlas lo antes posible. No me dieron fecha exacta, pero la
exposición será a mediados de enero –hizo una pausa larga y al ver que Rosa
María no hablaba, continuó–. La exposición durará unos dos meses más o menos y
quieren que esté allá todo ese tiempo.
–¿Te
irás todo ese tiempo? –preguntó incorporándose aún más.
–Sí,
tengo que hacerlo… quiero hacerlo –la joven se sentó en la cama pero no dijo
nada, seguía desnuda igual que Felipe–. Quiero que vengas conmigo.
–¿Estás
loco? No puedo ir contigo… Mi padre...
–¿Tu
padre? ¿Que tiene que ver él en esto?
–No
puedo irme con mi novio a España por dos meses y esperar que mi padre no piense
mal de mí.
–Somos
novios y… él debe esperar que hagamos esto.
–Una
cosa es que sospeche que lo hagamos y otra muy diferente confirmarlo –dijo
contrariada.
–Entonces,
casémonos y nos vamos como marido y mujer.
–¿Qué?
¿Esta es tu forma de obligarme a casarme contigo? –sin poder evitar gritar–. No
voy a casarme contigo, te lo he dicho, no quiero casarme aun –sin dejar de
gritar.
–Cálmate...
–No
me calmo nada, vienes aquí y me haces el amor para suavizarme y luego me acosas
con el tema de siempre –agarrando una de las sabanas para cubrirse y lanzando
la ropa del joven para éste se vista. Felipe logró ponerse el bóxer y estaba
poniéndose el pantalón a medida que Rosa María lo empujaba hacia la puerta–. No
quiero casarme, no estoy lista para ello y no me casaré solo porque tú
quieras –gritando y empujando al joven
fuera de la habitación sin importarle nada.
Eleazar
subió las escaleras atraído por los gritos de la joven y quedó sin palabras al
ver a Felipe a medio vestir frente a la habitación de su hija mayor y a ésta
gritándole de la forma que lo hacía, solo cubierta por una sabana. –Quiero que
se vaya de mi casa, joven –dijo Eleazar cuando por fin pudo hablar. Estaba tan
furioso como nunca antes y todos podían notarlo. Dos de las criadas, Luisa y Aurora,
que también habían subido atraídas por los gritos–. Y no quiero que vuelva
nunca más ¿Me oyó? –conteniéndose de partirle la cara.
–Pero,
Don Eleazar, yo...
–Lárguese
de mi casa –repitió furioso.
Felipe
bajó la cabeza y se dirigió a las escaleras aun a medio vestir. Eleazar se
quedó mirando fijamente a su hija y meneó la cabeza antes de retirarse.
Rosa
María entró a su habitación y cerró de un portazo, con eso todos comprendieron
que no debían molestarla. La joven se tiró en su cama a llorar, no solo se
habían enterado todos de lo que habían hecho Felipe y ella en su propia
habitación, sino que era una clara ruptura, Felipe se iría a España en unos
meses y estaría otros tantos por allá. Además, no podía perdonarle al joven lo
que había provocado en su casa. Había decepcionado a su padre.
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