BLANCO Y NEGRO... ¿Y EL GRIS?
MAG
Historia
CAPÍTULO 9
ANDREA
Ya pasaron cinco días desde que comencé mi plan en contra
de esa. Vendrán días muy difíciles
para ella. Quiso ser buena conmigo ayer cuando mi papá la invitó al cine con
nosotros, no tuve más remedio que tragarme todo y sonreírle, aunque ella supo
que no fui sincera.
Con mi
papá he hablado poco estos días, nunca había pasado tanto tiempo molesta con él,
no quiero estar así pero él no me deja otra opción… Pero hoy llevaré a cabo mi
plan, con la ayuda de Diego. Tengo que admitir que lo extrañé esos días que no
vino a clases, tampoco pudo ir a mi casa porque estaba castigado, pero cuando
estuvo con su papá el fin de semana pude explicarle bien lo que pretendía hacer
y, tal como pensé, estuvo de acuerdo. Sabía que no me fallaría, esa también le debe mucho a Diego y él
está dispuesto a cobrárselas todas.
Cuando
llegué al colegio enseguida me abordó, siempre tan cariñoso, aunque a veces es
demasiado meloso me gusta su trato. No se acercó a Peter, más bien evitó pasar
a su lado. En cambio Saraí fue directa a donde estaba él y parecían llevársela
muy bien lo que me molestó un poco. Reían demasiado para mi gusto. –¡Hola! Ya por
fin regresé –me saludó Diego con un beso en la mejilla.
–¡Hola!
¿Estás dispuesto a hacer lo que dijimos?
–Sí,
claro… ¿Ahora?
–No
–le dije molesta. A veces siento que no me escucha–. A esta hora todos los
profesores están en el salón de descanso. Hay que esperar a estar en clases.
–Está
bien, ya entendí. Dame la nota.
–Esta
es la de hoy –le dije mientras sacaba un sobre de mi morral.
–¿Cuántas
hiciste?
–Cinco,
una para cada día de la semana, cada una más explicita que la otra.
–¿Puedo
verla? –intentando abrir el sobre.
–¡No!
–y se lo quité–. Esto es personal, ya te dije. No quiero que todo el mundo sepa
que mi papá sale con esa –le guardé
el sobre entre sus cosas.
–Pero
todos se van a enterar.
–No
todos, solo el director.
–Y él
se lo dirá a los demás.
–Pero
no se lo dirá a toda la escuela.
–Yo tampoco
–me lo dijo en un tono de voz entre enojado y dolido. Yo sabía que no era capaz
de decirle nada a nadie, pero no sé por cuál razón prefería que ninguno de mis
compañeros supiera de esa relación.
–No
quiero que lo leas –le dije con mucha autoridad, señalándolo con el índice.
–Está
bien –encogiéndose de hombros como si no tuviera importancia.
Cuando
entramos al salón de clases ocurrió algo muy extraño, el profesor Jesús le dijo
a Diego que él no estaba en esta clase, que debía ir con la otra sección. Todos
prestamos atención porque era la primera vez que pasaba desde que comenzáramos
a estudiar allí.
–Esta
es mi sección, profe –le dijo Diego al profesor Jesús, sin levantarse del
pupitre–. Estuve suspendido una semana pero sé dónde estoy.
–Aquí
en la lista, dice que te cambiaron a la otra sección.
En
ese momento todos quedamos en silencio. Tenías que hacer algo muy malo para que
te cambiaran de sección, porque sería un grupo completamente nuevo, aunque
todos en el colegio nos conocemos, la confianza no es la misma. Diego se
levantó y se acercó al escritorio donde el profe Jesús tenía la lista del
salón. –¿Por qué me cambiaron? –hizo la pregunta que todos nos hacíamos.
–Tal
vez como parte del castigo, para que aprendas a no pelearte –creo que estábamos
sincronizados porque en ese momento todos miramos a Peter que no supo dónde
meterse.
DIEGO
Este pasara a la historia como uno de los peores días de
mi vida. Acabo de ser humillado delante de todo el salón y todo por culpa del nuevo, otra vez el nuevo, y lo peor era que tenía que dejar pasarlo porque le
prometí a mi mamá y a su mamá que no me metería más con él. Como odiaba a ese
imbécil.
Cuando
el profesor me dijo que me habían cambiado a la otra sección, pensé que estaría
jugando, quizás por el tiempo que estuve ausente quiso hacerme una broma. Me
llevo bien con la mayoría de los profesores, sobre todo con el profesor Jesús y
la profesora Denia, de matemáticas. Pero me quedé blanco cuando vi la nota que
había junto a mi nombre tachado “cambiado a la sección C”. Esto tenía que ser
obra de la profesora Bastidas, la coordinadora. La misma a la que Andrea quería
quitar del camino de su papá.
Aproveché
el momento en el que tuve que ir a mi nuevo salón de clases, odio a la mayoría
de ese salón, siguen como perritos falderos a Cristian, el mejor del colegio.
Fui a la oficina del director. Como lo pensé, Maritza, su secretaria, estaba
desayunando con las otras secretarias cacatúas, deslice el sobre debajo de la
puerta y salí corriendo sin hacer ruido. De nuevo en los pasillos caminé a paso
rápido, casi corriendo, hacia mi nueva sección y cuando estaba a punto de
entrar vi al director asomarse al pasillo, buscando quién había podido dejar
eso en su oficina. Por supuesto no sospecharía de mí, estaba demasiado lejos como
para haber sido yo, y no había más nadie por los alrededores.
Entré
al salón y no pude ver si abrió el sobre o no, lo que si pude ver fue la cara
de la profesora Bastidas y mi sorpresa no pasó desapercibida. –Estaba
esperándote, Diego. Por favor, siéntate ahí –señaló un pupitre en la primera
fila.
No
lo podía creer. Esta mujer me dará clases de castellano y estoy seguro de que
me hará la vida imposible. Espero que el plan de Andrea funcione y en poco
tiempo la despidan.
JULIANA
El fin
de semana no vi a Esteban, estaba furiosa con él, se atrevió a ir a mi casa en
mi ausencia y pretendía hablar con mis hijos de nuestra relación y de planes de
matrimonio. ¿Pero qué se había creído?
Tuve
que explicarles a mis hijos quién era Esteban, por supuesto no lo presenté ni
nada. Le reclamé por teléfono lo que había hecho y le dije que no lo quería ver
hasta que se me pasara el enojo y aun no se me ha pasado del todo. Admito que
sí lo extraño. Es muy cariñoso y muy buen amante, pero yo no me puedo dejar
llevar solo por eso, tengo que pensar en mis tres hijos.
El que
menos preguntas hizo fue Diego, pero se le notaba que estaba muy molesto, igual
que Saraí. Ellos por ser los mayores entienden las implicaciones de salir con
un hombre más joven que yo, y aunque Esteban ya es mayor de edad y con sus 22
años es bastante maduro… la mayoría de las veces… mis hijos lo ven como un
adolescente y ellos son adolescentes, por lo tanto lo ven como su igual. El que
más preguntas hizo fue Johnny, él parecía emocionado con el hecho de que yo
tuviera novio y más cuando sus hermanos le dijeron que era un novio joven. Allí
comenzó la curiosidad de mi enano, sobre todo si le gustaban los juegos de
videos como a él.
La
puerta de mi oficina se abrió y quedé sin palabras cuando vi a Esteban entrar y
saludarme con un “hola amor” para después darme un beso rápido en los labios. –¿Qué
haces aquí? –fue lo único que pude decir, él no dejaba de sonreír y yo creía
que me iba a morir de un infarto.
–Vine
a verte, amor. A tratar de contentarte –entregándome un chocolate. ¡Dios! Este
hombre sabe que me derriten los chocolates.
–Esteban,
tienes que irte, sabes que las relaciones con los estudiantes están prohibidas,
no pueden vernos juntos y menos que me beses delan... –me interrumpió con otro
beso, esta vez un poco más profundo.
–Calma
–me guiñó el ojo–. Ya no soy tu estudiante.
–¿Qué?
¿Cómo que ya no eres mi estudiante? –le pregunté sin entender.
–Pues
no, ya no –sin dejar de sonreír–. Acabo de retirarme de la universidad –se encogió
de hombros–. Quiero estar contigo y nada nos separará –dijo muy seguro, luego
agregó con menos seguridad–. Bueno, tal vez tus hijos.
Yo no
sabía por dónde comenzar a hablar. Hablaba de la universidad, luego de que no
quería dejarme y después de mis hijos, en pocos segundos mi cabeza comenzó a
latir con fuerza, la maldita migraña había aparecido. –¿Cómo que te retiraste
de la universidad? No puedes dejar la universidad, es tu futuro.
–Tranquila,
me inscribí en otra. De esa forma podré estar contigo. Me falta muy poco para
graduarme, no lo dejaré.
–Pero...
–Pero
nada, quiero estar contigo, ya te dije –una vez más me quedé sin palabras, él
esperaba que dijera algo pero mi boca simplemente se rehusó a hablar–. A menos
que tú no quieras –quise responderle, de verdad que quise hacerlo pero mi cerebro
estaba como apagado, no sé si por el dolor de cabeza que cada vez era mayor o
simplemente porque no sabía cómo hacerlo. Pero él obviamente vio mi indecisión–.
No quieres –y cayo hundido en la silla.
Tardó
un poco en sobreponerse, yo ni siquiera había podido decir nada, no sabía qué
decir. Él se levantó y justo cuando iba a salir fue cuando reaccioné. –¡Esteban!
–él se giró y yo llegué a su lado–. Sí te quiero, pero... –de nuevo mi
indecisión y mi falta de valor para hablar.
–Pero
no me amas –susurró–. Entiendo –dijo con evidente dolor en su mirada, sin
embargo acarició mi rostro con el dorso de su mano–. Entiendo –repitió y me
besó de la manera más tierna que jamás nadie me había besado. Ni siquiera Armando
en nuestros días de novios adolescentes. Y se marchó.
Esta
vez fue mi turno de hundirme en la silla, no pude evitar que dos lágrimas
corrieran por mi rostro. Había sido una triste y dura despedida.
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