BLANCO Y NEGRO... ¿Y EL GRIS?
MAG
Historia
CAPÍTULO 1
SARAÍ
Definitivamente, mi hermano es un suicida. Con todos los
problemas que tiene en la escuela y buscarse más con una expulsión. Mi mamá,
como siempre, solo gritó y gritó, castigarlo sin videojuegos y sin salidas ya
no está funcionando, creo que Diego ya se está acostumbrando a vivir aburrido
en su habitación, pero estoy segura de que con mi papá la historia será otra,
seguro se lo suena sin derecho a explicación, ya se lo tiene advertido. “–Una
más, Diego… una más y te doy de nalgadas… ya estás bastante grandecito para
entenderme”. Y mi papá no habla por hablar.
No
es que mi papá sea un troglodita o un abusador, pero sí es estricto, sobre todo
con el colegio. Mi mamá y él siempre nos dicen que, si lo único que tenemos que
hacer es estudiar, no se justifica que no lo hagamos bien, y Diego puede tener
las mejores notas del salón, pero lo que hace con las manos lo desbarata con
los pies. No hay forma de que no se meta en problemas, o se pelea con los
compañeros o discute inútilmente con los profesores, además de una que otra
escapadita que le ha salido mal y por la que se ha ganado varias visitas a la
dirección. En cambio yo… bueno, mis notas no son las mejores, estoy dentro del
promedio y, aunque quiero mejorar, debo admitir que no soy tan inteligente como
mi hermano. Para él, las materias como matemáticas, física, química son muy
fáciles, y de paso al “cerebrito” le gusta leer.
En
definitiva, yo soy “la ovejita negra” de la familia en cuanto al colegio se
refiere. De resto, soy “la princesita de papá y mamá”, y es un verdadero
fastidio. Soy la “bien portada”, la niña que pide permiso para salir, la que
solo sale con sus amigas al centro comercial o al club, la que por fortuna,
según palabras de mi papá, no tiene novio y no le da dolores de cabeza.
Prácticamente
soy invisible a los ojos de mis padres… Por una vez en la vida me gustaría
darles verdaderos problemas a ver si me van a prestar atención como a Diego,
aunque sea para gritarme.
LUIS GERARDO
Veía
a mi hija demasiado callada y sabía que algo escondía o algo quería decirme,
también sabía de qué se trataba. Me gustaría que ella me dijera lo que había
sucedido, pero la conozco muy bien cómo para saber que no se atrevería, quizás
porque piensa que la voy a responsabilizar por lo sucedido, pero ante el “amor
de adolescentes” nada se puede hacer, y aunque no me guste que mi pequeña niña
salga con ese muchachito, no puedo evitar que estudien juntos o que sean
amigos.
Mientras
terminaba de preparar el almuerzo veía cómo ponía la mesa. Solo somos ella y
yo, siempre ha sido así, su madre murió dos días después del parto y yo Salí
adelante con ella. Fue duro al principio, apenas era un adolescente cuando
Andrea nació, pero desde el primer momento que la vi, no dudé un segundo en
hacerme cargo de ese pequeño ángel que Dios me había regalado. Había perdido a
mi novia pero tenía una razón muy poderosa para seguir adelante.
Estaba
perdido en mis pensamientos cuando sentí como me golpeaba suavemente el brazo.
–Papá, el pollo se está quemando.
Cuando
reaccioné vi que el pollo había tomado un “bonito” color marrón, lo retiré
rápidamente del fuego, y serví dos platos, junto a un poco de puré de papas y
ensalada. –¿Cómo te fue en el colegio? –hice la pregunta intentando que fuese
ella quien tocara el tema que me interesa.
–Bien
–respondió sin siquiera levantar la vista de su plato.
En
vista de su poca colaboración, decidí ir al grano. –Aymé me conto lo que pasó
en la escuela –dije sin dejar de comer, como si fuera un tema de lo más común
entre nosotros–. ¿Cuándo pensabas contarme? –ataqué un poco.
–¿Ya
te fue con el chisme? –se quejó, un poco altanera para mi gusto.
La
miré fijamente para que viera que su actitud no me gustaba nada y que su
altanería solo empeoraría las cosas. –Si llamas chisme a contarme que estuviste
en medio de una pelea de adolescentes en el patio de la escuela, entonces sí,
me contó el chisme –le respondí muy furioso por su actitud.
–Yo
no tengo la culpa de lo que haga Diego, él y yo solo somos amigos y ya… El
nuevo solo me dijo que era muy bonita y me invitó al centro comercial.
–Si
solo es tu amigo ¿Por qué tiene que estar todo el tiempo metido en mi casa y
acosándote?
–No
me acosa… Solo somos amigos.
–Dile
a tu amigo –hice mucho énfasis en la palabra amigo para que entendiera mi
punto–. Que no te cause problemas en la escuela, porque no me está gustando que
hablen de mi hija con eso de que está con dos muchachitos que aún no se saben
limpiar el…
–No
estoy con nadie –gritó para interrumpirme.
–Andrea,
escúchame –intento razonar.
–¡No!
Escúchame tú a mí, Diego es mi amigo y si nosotros queremos tener algo juntos,
ni tú ni nadie lo va a impedir –gritó nuevamente, esta vez levantándose y
dejándome con la palabra en la boca al salir para su habitación.
Siempre
me dije que no haría con mis hijos lo que mis padres hicieron conmigo, y sé que
estoy cometiendo el mismo error, pero mi hija solo tiene 14 años y ese muchacho
debe tener la misma edad o un año más, son apenas unos niños y no puedo
permitir que pase lo mismo que pasó entre mi amada Silvana y yo cuando teníamos
más o menos su edad.
JULIANA
No
hay nada más agotador que discutir con un adolescente. Cuando creo que por fin
Diego ha entendido mi punto y lo que hizo mal, todo se viene abajo porque,
según dice, yo soy la culpable de que lo hayan expulsado.
¿Acaso
podría tener un hijo más cínico y descarado? Eso, seguro lo heredó de su padre
y lo buscapleitos, también. A mí jamás me expulsaron del colegio cuando era
niña, ni siquiera llamaron a mis padres o me enviaron una nota, y con él todas
las semanas hay que ir a hablar con el director, o con la coordinadora, o con
algún profesor. A veces tengo que hablar con alguno de los padres.
Amo
a mi hijo, de verdad, pero su adolescencia me está matando. Apenas tiene 14
años y según el psicólogo faltan algunos años más de gritos y peleas, a menos
que encontremos la forma de negociar con él y de que él sienta que es quien más
se está beneficiando. Pero eso lo veo muy difícil si Armando no colabora
conmigo… La verdad no entiendo, Saraí tiene la misma edad y jamás he tenido
problemas con ella, es una niña modelo, a veces un poco contestona, pero eso sí
es normal en la adolescencia… Y pensar que aún me falta uno por crecer.
Afortunadamente Jonathan es un niño adorable y aun puedo disfrutarlo un par de
años más, antes de que se convierta en un pequeño monstruo como Diego.
Mientras
almorzábamos, todos estaban callados, Diego ni siquiera levantó su cabeza del
plato, Saraí solo habló para pedirme permiso para ir al club con Mariana y
Lina, y pequeño artista recitó todo lo que debía decir en la obra de la escuela
de la siguiente semana. Al menos nunca he tenido problemas con ellos para que
estudien o hagan sus tareas. El más flojito es Jonathan, pero cuando se trata
del teatro no hace falta alentarlo, él solo se estudia sus líneas y, el muy
pícaro, se las aprende a la primera. –¿Crees que papá venga? –la pregunta de mi
pequeño me trajo a la realidad. Lo miré y comprendió que no lo había
escuchado–. La obra es el jueves ¿Crees que papá venga?
–No
lo sé, habrá que preguntarle cuando venga –respondí de la forma más sutil que
pude para no decepcionarlo.
Pero
mi pequeño demonio, entiéndase, Diego, no le importaba decepcionar a su
hermano. –¡Que idiota eres! Claro que no va ir, nunca va, siempre está
trabajando –dijo burlándose de Jonathan. Saraí debió patearlo bajo la mesa
porque enseguida se quejó–. No me golpees, sabes que tengo razón.
–Pero
no tienes que decirlo de esa manera –reclamo mi hija.
Así
comenzamos una nueva discusión. Por supuesto hacerle entender a Diego que había
hecho mal era inútil, en su mundo, él era el dueño de la verdad absoluta y los
demás siempre estábamos mal y nunca teníamos la razón, hiciéramos lo que
hiciéramos, siempre seríamos los responsables de todos sus males, incluyendo el
nuevo castigo al que lo confiné hasta que Armando viniera por ellos.
DIEGO
Y
aquí estoy, otra vez mirando el techo de mi habitación, castigado. Pero no
podía permitir que ese imbécil le hablara de esa forma a Andrea, ella es mi
novia y tiene que respetarla… bueno, todavía no es mi novia, pero eso es cuestión
de tiempo. Por ella soy capaz de todo, creo que lo probé hoy al darle su
merecido a ese mequetrefe. Creyó que por ser nuevo no lo haría pagar, pero se
equivocó.
No
soy un matón o un bravucón, hay peores que yo en la escuela, pero debo admitir
que sí tengo mi fama, no es algo de lo que me enorgullezca, y menos cuando
tengo que enfrentarme a las consecuencias. La mayor parte del tiempo me la paso
castigado, y eso es lo que ha demorado que Andrea se convierta en mi novia… eso
y que aún no me decido a decirle nada directamente. Es que no entiendo cómo no
se da cuenta de lo que siento por ella. Y ahora viene ese nuevo a hablarle
bonito y a tratar de enamorarla… ggggrrrrr es que de solo pensarlo me dan ganas
de partirle la cara otra vez.
Lo
único malo es que estoy mirando el techo de mi habitación, es decir, mi mamá
después de gritarme y gritarme me castigó sin televisión, sin poder jugar a La
Play y, obviamente, sin salir de mi habitación hasta que mi papá llegue a
buscarnos. No quiero que mi papá llegue. Me la tiene jurada, y una expulsión no
es cosa de juego. Una semana expulsado, mi papá me va a sonar de lo lindo. La
última vez que me pegó fue hace como dos años y fue porque le partí la cabeza a
mi hermano, aunque fue sin querer, jamás le haría daño al enano. Sé que
entonces me lo merecía pero lo de ahora no, el nuevo me provocó y estoy seguro
de que si le hubieran preguntado a Andrea, ella me hubiera defendido. Ella me
quiere, aunque no me diga nada, yo sé que me quiere.
Mi
hermana entró de repente en mi habitación y me asustó. –Ya papá llegó, baja –salió de la misma forma y me dejó aún más nervioso.
Mi
hora había llegado, mi mamá seguro estaba contándole todo a mi papá. Estuve
unos minutos caminando en mi habitación de un lado a otro, luego me decidí a bajar,
no porque me haya llenado de valor sino por el grito que pegó mi papá. Cuando
bajé las escaleras lo encontré de frente, Saraí y Jonathan ya habían salido. A
medida que me acercaba a él, sentía que quería matarme con la mirada, se hizo a
un lado para dejarme el camino libre hacia la salida, le di un beso a mi mamá y
Salí, sintiendo un nudo en el estómago. En el carro, mi papá solo habló para
decirle a mi hermanito que cuando llegáramos a su apartamento nos diera
privacidad en la habitación que compartíamos.
¡Estoy
frito!
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