El Pequeño Magnate I - Secretos y Revelaciones

lunes, 25 de septiembre de 2017

El Dolor no es solo Físico



EL DOLOR NO ES SOLO FÍSICO

MAG

Relato Corto 

 


Recuperó la consciencia pero no abrió los ojos, no se atrevió si quiera a respirar profundo para no volver a despertar su furia. Fue consciente del dolor que se instalaba en todo su cuerpo, sentía como si micro agujas atravesaran cada célula de su cuerpo, no podía moverse, el dolor no se lo permitía. Fue cuando recordó lo que había pasado.


Acababa de llegar de un día de trabajo muy duro y lo encontró golpeando a la única mujer que amaba, se abalanzó sobre él para protegerla, pero el cansancio y la diferencia de peso y estatura jugaban en su contra. Él era más grande, más fuerte y, como siempre, estaba más furioso, borracho y drogado como todos los días. 

El primer golpe llegó directo a su rostro partiéndole el labio inferior y sin tiempo a reaccionar llegó el segundo golpe, esta vez al pecho, provocándole un dolor insoportable y creyendo que le había fracturado las costillas. Ahora él también estaba furioso, y se defendió empujándolo contra la pared y golpeándolo en la nariz, haciéndolo sangrar. La reacción no se hizo esperar, lo tomó  por el cuello llevándolo hasta la otra pared. Estaba estrangulándolo, pudo ver odio en su mirada, no era el alcohol ni las drogas, era verdadero odio. Siempre lo había odiado por quitarle el amor y atención de su mujer. 

Ella yacía en el suelo, estaba sangrando, no sabía que tan malherida estaba y el miedo a perderla le hizo reaccionar, pateó sus genitales y lo dobló del dolor, logrando zafarse. Corrió hacia donde estaba la mujer y pudo ver que seguía con vida, aunque no sabía por cuanto tiempo. Buscó el teléfono y regresó a su lado, intentando hacer que reaccionar. Había comenzado a llorar sin darse cuenta, por el sabor salado y metálico de sus lágrimas entendió que sangraba más de lo que creía, aunque no le importaba, solo quería que ella estuviera bien, pensaba que no podría vivir si algo le pasaba. 

De repente sintió un horrible dolor en la espalda, como si algo se rompiera, era su columna, lo había golpeado tan fuerte que cayó al suelo. El dolor se repitió tres veces más, impidiendo que pudiera ponerse de pie. La mirada de odio se profundizó cuando se acercó para escupirlo y patearlo en sus costillas y su rostro, ahora era él quien sangraba y no sabría si viviría para contarlo. 

No era la primera vez que tenían una pelea, muchas veces discutían por tonterías, casi siempre cuando llegaba borracho o drogado terminaban peleando y haciéndose daño mutuamente, pero nunca habían llegado a esos límites. Él nunca la había golpeado hasta dejarla inconsciente ni la había hecho sangrar tanto. Nunca pasaba de un hematoma en el rostro o el labio partido, sobre todo cuando respondía de forma altanera o cuando reclamaba por algo. Ahora ella no se movía, y él tenía miedo. Estaba a su lado, tirado y sangrando como ella, sentía que iba a morir y temía que ella hubiera muerto ya. 

Lo vio regresar con un bate de béisbol en la mano, entendió que con eso lo había golpeado y continuó llorando en silencio. No lograba entender por qué lo odiaba tanto. Desde que tenía uso de razón no había recibido una palabra de cariño por parte de él, ni mucho menos un beso o un abrazo. Durante todos esos años y a pesar de las constantes peleas tenía la esperanza de que sintiera cariño, o que al menos no lo odiara, pero su rostro le decía lo contrario. 

Pudo ver en cámara lenta cómo levantaba el bate para golpearlo, de repente sintió un fuerte dolor en la cabeza y todo se puso negro, había perdido la consciencia.


No supo cuánto tiempo estuvo inconsciente, continuaba con los ojos cerrados, pero podía oír sus pasos yendo y viniendo. El ruido se acentuó, golpeaban la puerta insistentemente. Era la policía que por fin había llegado, alguien más había llamado. Se atrevió a abrir los ojos y lo vio salir por la puerta trasera, huyendo. Estiró la mano para tocarla, la policía entró seguida de los paramédicos que se acercaron a él, no pudo hablar, las palabras no salían de su boca pero se agolpaban en su cerebro. Lloró más, cuando vio al paramédico, que se había acercado a la mujer, negar con la cabeza. Entendió que ella había muerto y un sollozo se escapó de sus labios. 

Todo el mundo le decía que estaría bien, pero él sabía que ya nada sería igual, su vida había cambiado. El hombre que había ocasionado su dolor físico, le había arrancado lo más importante, su amor incondicional, su madre. Era el mismo hombre que durante sus 12 años de vida había llamado “papá”. 




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