EL DOLOR NO ES SOLO FÍSICO
MAG
Relato Corto
Recuperó
la consciencia pero no abrió los ojos, no se atrevió si quiera a respirar
profundo para no volver a despertar su furia. Fue consciente del dolor que se
instalaba en todo su cuerpo, sentía como si micro agujas atravesaran cada célula
de su cuerpo, no podía moverse, el dolor no se lo permitía. Fue cuando recordó lo
que había pasado.
Acababa de llegar de un día de trabajo
muy duro y lo encontró golpeando a la única mujer que amaba, se abalanzó sobre
él para protegerla, pero el cansancio y la diferencia de peso y estatura
jugaban en su contra. Él era más grande, más fuerte y, como siempre, estaba más
furioso, borracho y drogado como todos los días.
El primer golpe llegó directo a su
rostro partiéndole el labio inferior y sin tiempo a reaccionar llegó el segundo
golpe, esta vez al pecho, provocándole un dolor insoportable y creyendo que le
había fracturado las costillas. Ahora él también estaba furioso, y se defendió
empujándolo contra la pared y golpeándolo en la nariz, haciéndolo sangrar. La
reacción no se hizo esperar, lo tomó por
el cuello llevándolo hasta la otra pared. Estaba estrangulándolo, pudo ver odio
en su mirada, no era el alcohol ni las drogas, era verdadero odio. Siempre lo
había odiado por quitarle el amor y atención de su mujer.
Ella yacía en el suelo, estaba sangrando,
no sabía que tan malherida estaba y el miedo a perderla le hizo reaccionar,
pateó sus genitales y lo dobló del dolor, logrando zafarse. Corrió hacia donde
estaba la mujer y pudo ver que seguía con vida, aunque no sabía por cuanto
tiempo. Buscó el teléfono y regresó a su lado, intentando hacer que reaccionar.
Había comenzado a llorar sin darse cuenta, por el sabor salado y metálico de
sus lágrimas entendió que sangraba más de lo que creía, aunque no le importaba,
solo quería que ella estuviera bien, pensaba que no podría vivir si algo le
pasaba.
De repente sintió un horrible dolor en
la espalda, como si algo se rompiera, era su columna, lo había golpeado tan
fuerte que cayó al suelo. El dolor se repitió tres veces más, impidiendo que
pudiera ponerse de pie. La mirada de odio se profundizó cuando se acercó para
escupirlo y patearlo en sus costillas y su rostro, ahora era él quien sangraba
y no sabría si viviría para contarlo.
No era la primera vez que tenían una
pelea, muchas veces discutían por tonterías, casi siempre cuando llegaba
borracho o drogado terminaban peleando y haciéndose daño mutuamente, pero nunca
habían llegado a esos límites. Él nunca la había golpeado hasta dejarla
inconsciente ni la había hecho sangrar tanto. Nunca pasaba de un hematoma en el
rostro o el labio partido, sobre todo cuando respondía de forma altanera o
cuando reclamaba por algo. Ahora ella no se movía, y él tenía miedo. Estaba a
su lado, tirado y sangrando como ella, sentía que iba a morir y temía que ella
hubiera muerto ya.
Lo vio regresar con un bate de béisbol
en la mano, entendió que con eso lo había golpeado y continuó llorando en
silencio. No lograba entender por qué lo odiaba tanto. Desde que tenía uso de
razón no había recibido una palabra de cariño por parte de él, ni mucho menos
un beso o un abrazo. Durante todos esos años y a pesar de las constantes peleas
tenía la esperanza de que sintiera cariño, o que al menos no lo odiara, pero su
rostro le decía lo contrario.
Pudo ver en cámara lenta cómo levantaba
el bate para golpearlo, de repente sintió un fuerte dolor en la cabeza y todo
se puso negro, había perdido la consciencia.
No supo
cuánto tiempo estuvo inconsciente, continuaba con los ojos cerrados, pero podía
oír sus pasos yendo y viniendo. El ruido se acentuó, golpeaban la puerta
insistentemente. Era la policía que por fin había llegado, alguien más había
llamado. Se atrevió a abrir los ojos y lo vio salir por la puerta trasera,
huyendo. Estiró la mano para tocarla, la policía entró seguida de los
paramédicos que se acercaron a él, no pudo hablar, las palabras no salían de su
boca pero se agolpaban en su cerebro. Lloró más, cuando vio al paramédico, que
se había acercado a la mujer, negar con la cabeza. Entendió que ella había
muerto y un sollozo se escapó de sus labios.
Todo
el mundo le decía que estaría bien, pero él sabía que ya nada sería igual, su
vida había cambiado. El hombre que había ocasionado su dolor físico, le había
arrancado lo más importante, su amor incondicional, su madre. Era el mismo
hombre que durante sus 12 años de vida había llamado “papá”.
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