3 ROSAS
MAG
Historia
CAPÍTULO 3
La Cena. Primera Parte.
Cuando Rosa Paula entró en la casa Rosa María bajaba las
escaleras, sonrió y abrazó a su hermana menor, más allá de los celos que
sentía, se alegraba de verla después de tanto tiempo. Después le tocó el turno
a su tía Aurora, hermana de su madre y quien vivía con ellos desde que tenía
uso de razón y había sido como una madre para ellas, siempre salvándolas de la
mano dura de papá. Luisa también se acercó y con mucho cariño saludó y abrazó a
la joven, no dejaba de besarla y decirle cuánto había extrañado a su pequeña traviesa como la llamaba cuando
era niña.
Luego
de los saludos, la menor de Las Rosas
subió a su habitación, la encontró tal como la había dejado, solo la lencería
había cambiado, de las princesas de Disney que había dejado al marcharse
encontró unas sábanas unicolor que no combinaban para nada con su personalidad.
Las sentía fría y sin “sabor”. Su ropa continuaba en el armario, su escritorio
tenía los mismos libros encima, La Divina
Comedia de Dante Alighieri, El Zahir y Brida
de Paulo Coelho, El Retrato de Dorian Gray
y El Ruiseñor y La Rosa de Oscar
Wilde, Las Aventuras de Tom Sawyer de
Mark Twain, entre otros.
Se
sentó en la cama al tiempo que Rosa Elena entraba, fue hasta su lado y la
abrazó nuevamente, estuvieron hablando por largo rato, poniéndose al día sobre
los amigos que tenían en común en el pueblo y las haciendas de los alrededores.
Rosa Elena le contó su noviazgo de 5 meses con Juan José Zamora, el hijo de uno
de los doctores más respetables del pueblo. También le habló del noviazgo de
Felipe con Rosa María, y de las constantes discusiones que tenían por la
renuencia de la hermana a casarse, hasta le comentó del humor que tenía por la
mañana antes de que llegara. Rosa Paula no paraba de reír por la actitud de su
hermana mayor, sabía que Rosa María era impulsiva y malhumorada, pero de ahí a
enojarse con medio mundo por la discusión que había tenido con su novio, le
parecía absurdo.
Cuando
llegó la hora de almorzar, ambas hermanas bajaron para reunirse en el gran
comedor con el resto de familia, Eleazar, Rosa María y Aurora. Rosa Paula notó
la ausencia de Joaquín, su primo, el hijo de Aurora pero no dijo nada, pensó
que tal vez estaría en el pueblo con alguna de sus novias, como era su
costumbre cuando era adolescente. –Siéntate a mi lado, hija mía –dijo Eleazar
con orgullo, sentado en la cabecera de la mesa y señalando el asiento a su
derecha. Rosa María ocupaba el asiento a su izquierda como siempre–. No te
importa ¿Verdad, Rosa Elena?
–Claro
que no, papá –respondió con una sonrisa sincera–. Hoy la agasajada es Rosa
Paula.
–Que
aproveche hoy –intervino Rosa María–. Mañana tendrá que trabajar, como todos
–Rosa Paula sonrió ante el comentario de su hermana, pensaba para sí que la
vida del campo no era la vida que quería ni a la que estaba acostumbrada.
La
conversación durante la comida se centró en la vida que había llevado la menor
de las muchachas, sus viajes por toda Europa y su vida en París había sido tan
distinta a la vida en el campo y a la que habían llevado sus hermanas en sus
años de estudio. Ninguna de sus hermanas mayores había visitado Europa. Rosa
María había estudiado en Estados Unidos su carrera universitaria, y Rosa Elena
lo había hecho en México. Conocían los países vecinos como Perú, Colombia,
Ecuador, Bolivia, Brasil y Paraguay. Aún no habían podido conocer el resto de
los países suramericanos. Eleazar era quien hacía los negocios internacionales,
y era el único de la familia que conocía todos los países de América, ya fuese
por negocios o placer, los había visitado todos.
Después
del almuerzo familiar, la más joven de Las
Rosas subió a su habitación, volvió a sentirse extraña, como si no
perteneciera a ese lugar. Se dispuso a desempacar algunas cosas, sabía que su
padre había organizado una cena en su nombre, junto a la familia de su socio y
amigo Miguel Morales, padre de Felipe, además Rosa Elena había invitado a su
novio Juan José. Ella ya no se sentía cómoda con esas personas alrededor pero
no podía hacerles un desaire a su padre y a su tía, que con mucho amor habían
organizado el agasajo. Era una cena formal, eso se lo había dicho Rosa Elena.
Por lo que decidió usar un vestido turquesa largo con una abertura en la pierna
derecha que le llegaba al muslo, y la espalda descubierta.
Rosa
Elena entró en su habitación cuando ella estaba en el cuarto de baño
maquillándose frente al espejo, llevaba un vestido gris plomo bastante
conservador, con mangas hasta el codo y un cinturón negro que realzaba su
cintura. Se quedó sin palabras cuando vio a su hermana menor vestida y maquillada,
la más joven se había maquillado al estilo femme
fatale, era como solía maquillarse y no pensaba cambiar su estilo. –¡Wow!
Estás… hermosa –la halagó Rosa Elena.
–Tú
te ves pálida, ven aquí para ponerte un poco de color.
–¡No!
–dijo casi con miedo–. Así estoy bien, no necesito tanto color como tú.
–Está
bien, como quieras –se encogió de hombros, se dirigió a una de sus maletas y
sacó un neceser lleno de pequeños frascos de perfumes–. ¿Ya llegaron todos?
–No,
solo Juan José y Felipe… Miguel, Jimena y sus hijos aun no llegan.
–¿Y
cómo está la malgeniosa de tu hermana mayor? –bromeó Rosa Paula.
–Bien,
ella está bien mientras no le mencionen el tema del matrimonio.
–¿Entonces,
mencionar el matrimonio es una forma de molestarla?
–Rosa
Paula... –advirtió la mayor.
–Tranquila,
no diré nada –sonriendo pícaramente–. Tú, baja, no quiero que nos vengan a
buscar y me vean antes de bajar… Avísame cuando lleguen todos.
–Está
bien –dirigiéndose a la puerta–. ¿Vas a hacer tu entrada triunfal?
–Claro,
si todo esto es en mi nombre, entonces haré que todos esperen por mí
–sonriendo.
Después
de quince minutos, todos habían llegado, Miguel y Jimena Morales llegaron con
sus otros hijos, Mario de 25 años y Diana de 19 años, y que en la adolescencia
era gran amiga de Rosa Paula. La joven bajó las escaleras lentamente, y a
medida que bajaba evaluó las miradas de los presentes. Su padre y su hermana
mayor y su tía no podían creer lo atrevido del vestido y el maquillaje que
llevaba la jovencita. Miguel y su esposa Jimena también estaban impactados por
su audacia. Juan José estaba abrazando a Rosa Elena y sonreía al verla bajar.
Miguel también estaba sorprendido pero a la vez evaluaba la reacción de su
novia, y era evidente que estaba cada vez más molesta.
Mario
estaba impresionado, pero por la belleza de la menor de Las Rosas, recorrió con su mirada el cuerpo esbelto de la joven,
pensó que había encontrado una buena razón por la cual socializar más con la
familia de su cuñada, sonrió y ella le devolvió la sonrisa.
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