El Pequeño Magnate I - Secretos y Revelaciones

lunes, 18 de septiembre de 2017

Blanco y Negro... ¿Y el Gris?: Cap. 4



BLANCO Y NEGRO... ¿Y EL GRIS?

MAG

Historia

 

CAPÍTULO 4



                        ANDREA



      Como era de esperar luego del gran desplante que le hice a esa mi papá se puso furioso conmigo. No salió detrás de mí como yo esperaba, así que me quede un buen rato, y al decir un buen rato me refiero a dos horas esperando al lado del carro. Cuando regresó, lo  hizo con ella, tuve que ir en el asiento trasero a casa de esa, mi papá se bajó y se despidió de ella antes de que entrara a su casa. 


El camino de regreso al apartamento lo hicimos en silencio, pero cuando llegamos, mi papá explotó y claro, pasé todo el domingo castigada, pero no me importó. A esa no la quiero, ni cerca de mi papá ni de mí. Si cree que puede meterse en nuestras vidas y nuestra casa está loca, yo me encargaré de que no lo logre. 




Hoy lunes, papá me trajo a la escuela, y sé que continúa enojado. Está distante y callado, no dijo nada en todo el camino. No me gusta estar así con él, pero yo no daré mi brazo a torcer. No iba a decirle nada al bajar, pero él me detuvo antes de bajar. –Pórtate bien –dijo, y luego me dio un beso. 


–Siempre lo hago –dije de la forma más fría que nunca creí emplear para hablarle. Salí del carro y cuando estaba entrando me encontré con Saraí, Jonathan y sus padres, la señora Juliana y el señor Armando, el jefe de mi papá. Aunque lo conozco bien porque es también nuestro vecino. –¿Cómo está señor González? –saludé con una sonrisa, aunque quise evitar ese momento. Todo el mundo sabía que Diego se había peleado porque el chico nuevo me había saludado. 


–Aquí de nuevo, rescatando a Diego –respondió evidentemente molesto. 


–Hola señora Juliana ¿Cómo está? –con ella tenía un poco más de confianza, no solo porque Diego y yo hacíamos muchos trabajos juntos, sino porque Saraí y yo éramos muy buenas amigas hasta hace unos meses, cuando le dio por creer que era mejor que los demás al juntarse con las populares de la escuela. 


–Hola Andrea, yo estoy muy bien, gracias… ¿Cómo estuvo tu fin de semana? 


–Pudo estar mejor –no intenté disimular mi enojo y fue evidente que estaba molesta. Nadie en la escuela sabía de la relación de mi papá con esa, y nadie debía saberlo. Esa era la coordinadora de bachillerato, es decir, si yo me metía en problemas mi papá lo sabría en el mismo instante, además de las burlas de mis compañeros–. ¿Y Diego? 


Saraí fue quien respondió. –Se quedó durmiendo, creo que está disfrutando estar expulsado… Espero que la razón haya valido la pena –me dijo mirándome de arriba abajo. Luego continuaron su camino, los padres de Diego fueron a la dirección y Saraí fue con sus nuevas amigas. 


Me sentí muy mal, la verdad no quería que Diego se metiera en problemas por mi culpa, y aunque yo no había hecho nada, fui la razón de la pelea. Me quedé un rato más cerca de la entrada, sola como siempre. No soy de tener muchas amigas, para ser sincera mi única amiga era Saraí, y aparte de Diego, solo otros tres muchachos los considero mis amigos, y uno ni siquiera está en el mismo salón. Siempre he sido solitaria y nunca me ha molestado, pero ver como todo el mundo me mira por la pelea del viernes, eso sí que me molesta. 


Vi llegar al chico nuevo y supuse que el hombre que venía a su lado era su papá, se parecía bastante. –¡Hola! –me saludó con una sonrisa–. Dad, this is my friend, Andrea.


–Sabes que debes hablar en el idioma nativo –lo regañó su papá. Aunque yo había entendido lo que había dicho, prefería que hablara en español. 


–¡Perdón! Ella es mi amiga, Andrea. 


–Un placer, señorita. –dijo amablemente el señor, un hombre alto, rubio de ojos azules, lo único diferente entre ellos, era el color de ojos, los del chico nuevo son de color avellana. 


En ese momento me di cuenta de que no tenía idea de cuál era su nombre, no presté atención cuando la profesora de Historia lo presentó y después en el recreo no tuvimos tiempo de hablar porque Diego se atravesó. –¿Cómo te llamas? –pregunté sin importarme lo que pensaran de mí. 


Ambos sonrieron y el nuevo habló. –Peter, mi nombre es Peter Davis. 


El timbre de entrada sonó y todo el mundo comenzó a caminar hacia el patio principal, para la formación, los consejos de parte de los profesores y para cantar el himno nacional. Lo mismo de todos los lunes, un verdadero fastidio. 


–Ve a clases –le dijo el papá a Peter–. Yo iré con el director… Pórtate bien –se despidió con un beso en la cabeza. 


Eso me hizo sonreír, eran las mismas palabras de mi papá. Supongo que son las mismas palabras que usan todos los papás.






            PETER



Cuando estaba por entrar al salón, dos chicos me cerraron el paso. Uno de ellos debía ser el más alto del salón, me sacaba como diez centímetros, el otro era un poco más bajo que yo, pero tenía cara de matón. Yo no estaba asustado por lo que podrían hacerme, sino más bien por perder el control de la situación. Papá siempre dice que uno debe ser responsable de lo hace, y que para eso debemos tener siempre el control, de eso depende todo. –Te metiste con El Diego –dijo el más alto–. Y quien se mete con El Diego, se mete con todos –el tal Diego debía ser el líder de la banda de matones de la escuela, si tenía dos secuaces que lo defendían y amenazaban. Me mordí el labio inferior pensando cómo podía evadir a aquellos dos, pero ellos debieron pensar que tenía miedo, porque continuaron con las amenazas–. Tu segundo día podría ser peor que el primero. 


–Podrías regresar a tu casa con algo más que el labio partido –finalizó el más bajo. 


–Márquez y Sánchez adentro –dijo el profesor detrás de mí, luego me miró–. ¿Tú eres el chico nuevo? ¿El hijo del embajador? 


–Soy el hijo del consejero del embajador –corregí. 


El profesor asintió. –Todos adentro –llevándonos con él. 


La clase de física no fue la más entretenida, de hecho pocos prestaban atención, había un grupo de chicas al fondo del salón que estaba en otra onda, reían como si estuvieran en una fiesta y no en una clase. El profesor Jesús les llamó la atención en varias oportunidades. 


Vi que Andrea se había sentado en la segunda fila y era una de las pocas personas que prestaba atención. Parecía realmente interesada en la física y me pregunté si le gustaba toda esa basura de letras y números que yo poco lograba entender.




Al terminar la clase y mientras recogía mis libros para salir al recreo, los mismos matones se me acercaron, pero no les dio tiempo de decirme nada, Andrea también se acercó y fue la primera que habló. –¿Acaso Diego los mandó a amenazarlo? –les preguntó cruzando los brazos. 


–Solo defendemos a nuestro amigo –respondió el bajo. 


–Ustedes lo único que hacen es meterlo en problemas, sobre todo tú, Franky… El muy tarado no se da cuenta de que lo manipulan. 


–Fuera del salón, saben que no puede quedar nadie adentro –nos interrumpió el profesor. 


Los dos matones salieron primero, Andrea me sonrió y salió antes que yo. Mientras caminábamos al cafetín de la escuela, le pregunté si le gustaba la física, ya que la había visto muy interesada en la clase. –No me gusta pero la entiendo, además tomo apuntes para Diego, él es el cerebrito del salón. 


–¿Ese matón es un cerebrito? –pregunté sin ocultar mi sorpresa. 


–¡Hey! Diego no es un matón –dijo muy molesta–. ¿Es un tarado que se mete en problemas? Sí… ¿Es un estúpido que se deja manipular por Franky, Dixon, Marlon y los otros? Sí… pero no es un matón –y se retiró furiosa. No estaba molesta, estaba furiosa, y yo no entendía por qué defendía a ese imbécil, tomaba apuntes para él, lo defendía como si fuera su… como si fuera su novio. Por eso el imbécil me había golpeado por hablar con ella y ella lo defendía con tanto fervor. 


Me sentí mal, en ese momento supe que no podía ser su amigo, ni nada más.






            SARAÍ



Me acerque al nuevo cuando vi que la santurrona de Andrea se había ido, sonreí y me presenté, él parecía desconcertado pero no supe si era por mi presencia o por la tonta. Me daba igual. –Sé que no has comenzado bien, pero ¿Qué te parece el colegio? Es uno de los mejores –le dije para romper el hielo, y no mentía. El colegio donde estudiábamos estaba en la lista de los diez mejores de la ciudad, por eso mis padres no querían que Diego se metiera en más problemas ni mucho menos que lo expulsaran. 


–Es muy diferente a mi anterior escuela –respondió algo cohibido. 


–¿Dónde estudiabas antes? 


–En Roma, Italia. 


–Cierto, eres hijo del embajador de Estados Unidos. 


–Mi papá no es el embajador, solo trabaja para la embajada. 


–Aquí estudiaban algunos hijos de diputados, pero los cambiaron de colegio… Es uno de los mejores pero no el mejor. 


–Te vi con el grupo de chicas al fondo del salón –dijo cambiando el tema por completo. 


¡Bingo! No pasaba desapercibida para El Nuevo, eso significaba que no solo la tonta de Andrea llamaba su atención. –Sí, detesto la física y las matemáticas, todo lo que tenga que ver con números –dije sin darle importancia a la clase–. Mi hermano me explicará luego en casa… o tal vez te pida a ti que me expliques –realmente me gustaba este chico, parecía ingenuo, como sacado de otro mundo o del siglo pasado. Era demasiado formal, cuando le dije que me explicara se sonrojó, se veía lindo… Es blanquito y rubio, pero con las mejillas rojas dio la impresión de ser un muñequito, un muñequito con el que me quiero quedar–. Podrías ir a mi casa y allí me explicas la clase… además, estudiaríamos para los exámenes del viernes, castellano y geografía ¿Te parece? 


–¿Hoy? 


–Sí, hoy por la tarde. 


–Está bien –sonreí y él también lo hizo. Por primera vez desde que comenzáramos a hablar lo noté relajado, la sonrisa era genuina, le di la mano y él la tomó, era un gesto de amistad, aunque sentí electricidad mientras regresábamos al salón.






            PETER



En el segundo recreo le avisé a mi papá que iría a casa de Saraí a estudiar, él no puso ninguna objeción, yo había cumplido mi castigo hasta el día anterior y no acostumbraba a mentirle. Solo me pidió que le informara la dirección para buscarme cuando saliera de su oficina. 


Al terminar las clases me quedé con ella a esperar a su mamá, vi como Andrea subía al auto con su papá y se marchaba sin despedirse de nadie. Me hubiera gustado que al menos me mirase, pero creo que no le gustó nada que llamara matón a su novio. Tuve la intención de preguntarle a Saraí si sabía algo de eso, pero me mordí la lengua para no meter más la pata. Llegó un niño como de diez años, era el hermanito de Saraí, Jonathan. Se parecía bastante, rubio de ojos verdes, con la diferencia de que hablaba demasiado, parecía un verdadero loro, no había forma de que se callara. –¿Eres el novio de mi hermana? –me preguntó de repente. 


Miré a Saraí y ella lo único que hacía era reírse. Estaba disfrutando con mi sufrimiento, sabía que su hermanito era fastidioso elevado a la potencia. –No, solo somos amigos. 


–Pero seguro te gusta, ella es bonita y tiene a muchos que le piden ser su novio –Saraí no paraba de reír–. Aunque… mejor no, porque mi papá te aplastaría el cráneo. 


–¿Esa es la palabra de hoy? –le preguntó Saraí riéndose. 


–No, la palabra de hoy es innovación


–Todos los días aprende una palabra nueva y la usa en diferentes oraciones –explicó–. Ya llego mamá, vamos.




Durante el viaje en auto, Jonathan iba hablando con la señora Juliana, la mamá de Saraí. Ella de vez en cuando me preguntaba cosas para conocerme. –¿Eres el niño nuevo? ¿De dónde vienes? 


–Vivía con mis padres y mi hermanita en Roma, Italia –respondí amablemente. La señora me inspiraba confianza, pero no tenía permitido decir nada más. 


–Es hijo del embajador de Estados Unidos –dijo Saraí. 


–¿En serio? 


–No, mi papá no es el embajador, solo trabaja en la embajada. 


–¡Que bien! ¿Conoces otros países? 


–Algunos –no quería seguir hablando, me sentía muy incómodo. Mi papá no quería que diera más información de la necesaria, y no porque tuviera algo que esconder, sino porque dice que los asuntos diplomáticos son muy serios y nadie que no tenga nada que ver con ellos debe saber. 


Por fin llegamos a la casa, sorprendentemente quedaba cerca de la mía, a solo dos calles. Le escribí un Whatsapp a mi papá con la dirección, si estaba en una reunión lo leería al salir de la misma. Cuando entramos pude ver que era una casa muy bonita, estaba adornada al estilo colonial, pero todo combinaba. No supe si era por la madera que abundaba en la casa, pero tenía un aroma a pino que me gustaba mucho. 


De repente la puerta principal se abrió y entró un hombre alto, imaginé que era el esposo de la señora Juliana y el papá de Saraí y Jonathan. Venía peleando con alguien que nunca pensé encontrar en esa casa. Era Diego, el mismo matón con quien había peleado el viernes. 


¿Qué hacía él allí?






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