Rosa
María llegó al potrero hecha una fiera, su hermana Rosa Elena estaba atendiendo
el parto de una yegua, la miró de reojo, sabiendo que el humor de su hermana
mayor se debía a solo dos cosas, problemas con la hacienda o problemas con su
novio.
Rosa
Elena, era la segunda hija de Eleazar, y no podía ser más diferente a su
hermana mayor. La joven veterinaria tenía 25 años, y físicamente era muy
parecida a Rosa María, piel oscura como su padre, cabello oscuro largo,
ondulado y ojos oscuros, pero el carácter de la joven era sumiso, introvertido.
La mayor parte del tiempo estaba callada, y aunque todos pensaban que era por
no interactuar con los demás, la realidad era otra, la joven era muy
observadora y analítica, no participaba de discusiones absurdas y evitaba a
toda costa los conflictos.
No se
detuvo a preguntarle qué sucedía, no le interesaba inmiscuirse en los problemas
de la hacienda ni mucho menos saber sus problemas con Felipe. Continuó
atendiendo el parto de la yegua, que estaba tomando más tiempo del que debía.
La mayor de las hermanas le gritó a algunos de los empleados de la hacienda,
sin motivo alguno. En medio del parto Rosa Elena le pidió de la forma más
amable que pudo que se retirara, pero Rosa María no tenía intención de irse.
Caminaba de un lado a otro, dentro del potrero, resoplando y murmurando toda
clase de improperios, maldijo en voz baja en varias oportunidades, mientras
Rosa Elena continuaba con su labor y ponía los ojos en blanco sin poder
evitarlo. A veces su hermana se comportaba de forma muy inmadura.
Media
hora después el potrillo ya había nacido y estaba en perfectas condiciones, y
la yegua se estaba recuperando del cansancio del trabajo de parto. Rosa Elena
terminó de asearse y salió, se encontró con su hermana que continuaba
murmurando y maldiciendo. –¿Pasó algo con los animales? –preguntó como quien no
quiere, sabiendo que nada pasaba, ella estaba al tanto de todo lo concerniente
a los animales, ellos eran su pasión.
–Si
consideras a Felipe un animal, entonces sí, pasó algo.
–Así
que el problema y la furia es por un Homo sapiens –ironizó la menor de las
hermanas. Se retiró un poco para hablar con el encargado del potrero y dejarle
algunas instrucciones tanto para la yegua como para el potrillo.
–¿Cómo
te preparas para la llegada de la hija consentida de papito? –dijo la mayor,
evidenciando sus celos.
–Rosa
María ¿Por qué no puedes alegrarte? Rosa Paula es nuestra hermana… y ha estado
5 años fuera del país.
–Porque
ha querido, y papá se lo ha permitido –con dureza en su voz.
–Cada
una tuvo su oportunidad fuera del país, si regresábamos en vacaciones era
porque así lo queríamos, y ya sabes que Rosa Paula es de espíritu libre.
–Pues,
el espíritu libre tendrá que trabajar como todos aquí, las vacaciones ya se le
terminaron –y se retiró de forma brusca, sin darle tiempo a nada a Rosa Elena.
Eleazar
salió de su oficina y al pasar por el salón principal encontró a un pequeño de
4 años jugando con sus carritos. El niño se asustó y se quedó inmóvil cuando
vio al hombre. Eleazar tenía el ceño fruncido con evidente gesto de enojo y el
niño así lo percibió, pero su pequeño cuerpo no respondía a su instinto, que le
decía que debía huir de ese hombre. Solo cuando Eleazar gritó fue que el
pequeño reaccionó y apenas si le dio tiempo de agarrar dos de sus carritos y
salir corriendo con rumbo a la cocina. El hombre había perdido los papeles al
ver al niño, no le gustaban las irrupciones en su casa, ni encontrarse en sus
propiedades con gente que no era bienvenida. Una joven de 25 años apareció en
el salón, se disculpó por haber descuidado al pequeño y haber permitido que
entrara a la casa, recogió otro de los juguetes de su hijo y se dispuso a
salir. Eleazar la detuvo justo antes de que cruzara la puerta, y con voz muy
dura le ordenó que mantuviera al niño lejos de él. No le gustaban los niños y
no los quería cerca. Luego mandó a llamar a Luisa, el ama de llaves, que tenía
toda la vida trabajando para él y ya conocía sus manías y su carácter. –¿Ya esta
todo listo, Luisa? Quiero que mi casa se vea alegre cuando llegue mi princesa
menor –dijo muy sonriente, algo que pocas personas tenían la dicha de ver, y
Luisa sabía que esa sonrisa no tenía otro motivo que la llegada de la más joven de Las Rosas–. Cinco años sin verla, debe ser toda una señorita, hermosa
como su madre –sin poder contener lágrimas de felicidad.
–Rosa
Paula siempre ha sido muy hermosa, pero seguro que ya es toda una mujer y el
parecido con la señora María Rosa seguro es mayor –dijo la mujer también con
los ojos húmedos.
Rosa
María entró como un vendaval y sin siquiera saludar subió las escaleras rumbo a
su habitación, donde cerró de un portazo. Eleazar y Luisa se miraron si
entender nada, conocían muy bien el carácter de la joven pero no por eso
dejaban de preocuparse. El hombre subió las escaleras tan rápido como pudo y
cuando intentó entrar en la habitación de su hija notó que ésta había cerrado
con pasador. Tocó varias veces antes de recibir la respuesta grosera de la
joven, respiró profundo y cerró los ojos, buscando calmarse, se dijo así mismo
que esperaría a que saliera y hablaría con ella. Nunca había permitido
groserías ni altanerías a sus hijas y no lo haría ahora, aunque últimamente la
mayor de las muchachas estaba siendo bastante pesada.
A
las once de la mañana llegó Simón, la mano derecha de Eleazar, en su camioneta
junto a la más joven de las hermanas, Rosa Paula. Una hermosa jovencita de 20
años, de piel blanca, cabello castaño claro, liso y los ojos verdes, muy
diferente a sus hermanas mayores y su padre, pero era el vivo retrato de su
madre, que había muerto cuando apenas tenía 5 años.
Cuando
Simón detuvo la camioneta, la joven salió corriendo, Eleazar esperaba de pie en
el umbral de la puerta principal y salió a su encuentro, Rosa Paula lo abrazó
con fuerza y lo besó en la mejilla, el hombre lloró de felicidad, correspondió
al abrazo y la llenó de besos. –¡Te extrañé tanto, papi! –llorando. Llevaba 5
años sin ver a su padre y a sus hermanas. Al terminar el bachillerato, Eleazar
la envió fuera del país para que continuara sus estudios profesionales, tal
como había hecho con sus otras hijas. Extrañaba a todos, había dejado a su
familia, su casa, su hacienda, sus amigos, su vida, para obtener el título
universitario que tanto quería darle a su padre y poder estudiar lo que ella
quería. Rosa Elena la abrazó con igual intensidad y también con lágrimas en sus
ojos. La pequeña Rosa Paula había regresado a casa y eso era motivo de
celebración para todos.
Desde
la ventana de su habitación, Rosa María vio cómo su padre y su hermana se
abrazaron, sintió celos de la atención que ésta estaba recibiendo, aparecieron
unas lágrimas de rabia, de las cuales quiso responsabilizar a Rosa Paula. No
quería admitir que la verdadera razón de ellas era la discusión que había
tenido con Felipe.
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