El Pequeño Magnate I - Secretos y Revelaciones

domingo, 5 de noviembre de 2017

Blanco y Negro... ¿Y el Gris?: Cap 11



BLANCO Y NEGRO… ¿Y EL GRIS?

MAG

Historia

 

 

CAPÍTULO 11






                ARMANDO


Estaba sentado frente al director de la escuela, nuevamente escuchando quejas acerca de Diego. Esta vez no me citó la novia de soler, no. Esta vez fue peor. 


Cuando llegué a buscar a mis tres chicos, una de las maestras me dijo que el director quería verme. No hay que ser un genio para saber que el motivo era algo relacionado con Diego, pero nunca pensé las quejas que recibiría, ni lo que vería. Me mostró un video donde claramente se veía a Diego deslizando un sobre debajo de la puerta de la dirección y salir corriendo, luego el director abría la puerta con el sobre en la mano y miraba a todos lados buscando al responsable. Dos videos que mostraban lo mismo, con la diferencia en la hora. 


Mi enojo iba en aumento a medida que veía el monitor y el director mencionaba una lista de sanciones contra Diego. Tenía ganas de estrangular a mi hijo, nunca lo he maltratado, lo he castigado físicamente, algunas nalgadas y correazos pero nada como para decir que lo maltrato, sin embargo estaba tan enfadado que si lo hubiera tenido en frente no me hubiera contenido. Luego de escuchar las sanciones en las que se contaba una nueva suspensión por el resto de la semana, suspensión por el resto del año de las actividades deportivas y por supuesto las bajas calificaciones que todo eso conllevaría, el director me mostró las cartas que venían dentro de los sobres. Parecían sacadas del salón de kínder, palabras formadas con letras recortadas de periódicos y revistas. Allí se leía sobre la relación que la profesora Bastidas tenía con un representante, con Soler. Ambas tenían fotografías de parejas también recortadas, pero las caras las habían reemplazadas por la profesora de mis hijos y la de mi asistente. 


La primera era una pareja abrazándose, la segunda se veía a una pareja teniendo sexo. Ahora entiendo por qué Soler me acusó de contar su aventura. Me causó gracia imaginármelo junto a la profesora teniendo intimidad a escondidas como adolescentes, pero eso no minimizaba mi enojo hacia Diego. 


Antes de salir, el director me dijo que las sanciones mencionadas no las aplicaría, y me explicó que Soler intercedió por mi hijo, sabiendo que la única culpable era su hija, eso me sorprendió y lo agradecí en silencio. Salí de la oficina del director hecho una fiera, marqué el número de Juliana y sin saludarla ni esperar su saludo, gruñí. –¡Tenemos que hablar de Diego, ya! ¡Y cuando digo ya, es ya! 


–¿Qué pasó ahora? –preguntó con un suspiro cansado.


No era para menos, notó mi humor y mi enojo, y conociendo el personaje sabía que no era para nada bueno. –Te cuento en la casa, no tardes –corté la llamada y respiré profundo antes de llegar a donde estaban mis hijos esperando. No quise poner sobre aviso a Diego, quería agarrarlo de sorpresa, a ver con que cuento se iba a inventar.







                AYMÉ


No lo podía creer, me habían despedido por salir con un representante. No podía dejar de llorar por mucho que lo intentara. 


Habíamos llegado a casa de Luis Gerardo, él estaba en la habitación con su hija y desde hacía quince minutos estaba gritándole, y ella le contestaba. Era evidente que la niña me odiaba, las cosas que le decía a su padre al referirse a mí me hacían sentir muy mal. Yo estaba en el salón pero podía oír todo. 


Tenía mi rostro escondido entre mis manos mientras lloraba. Me sorprendí cuando Luis Gerardo me quitó las manos y me obligó a levantarme del sofá. Me abrazó con fuerza, un abrazo protector, tierno pero firme. –Todo va a estar bien –me dijo para calmarme–. Yo te ayudaré mientras consigues trabajo. Estoy seguro que será un mejor colegio. 


–No entiendes, Luis Gerardo –sin parar de llorar–. Me gustaba mi trabajo en la escuela… Quiero a mis niños –y renové el llanto–. Le tengo cariño a Andrea aun antes de conocerte, era muy cariñosa conmigo… Luis Gerardo, esto no está funcionando –dije sin pensar. 


Él se separó de repente. –¿Qué? ¡No! no, no, no, no, no empieces que ya sé por dónde vas –se notaba molesto y dolido–. No vamos a terminar, ya lo hablamos –se refería al inicio de la relación cuando tuvimos una discusión similar porque el padre de otro alumno nos vio cenando juntos. Claro, en esa ocasión el hombre no sabía que Luis Gerardo era un representante del colegio–. Yo te amo, Aymé, y no voy a dejarte solo porque mi hija sea una caprichosa –definitivamente estaba molesto, golpeó la mesa del comedor con la última frase. 


–Es tu hija, Luis Gerardo –acaricié su mejilla tratando de que calmara su enojo, cuando relajó el ceño y lo noté más tranquilo, continué–. Jamás voy a pedirte que elijas entre tu hija y yo. 


–Sé que no lo harías, además… yo no podría elegir, las amo a las dos. A ti te amo, como amé a Sylvana, estoy enamorado de ti, te lo he dicho. 


–Lo sé –lo corte–. Pero, Andrea... 


–A Andrea también la amo, es mi hija, pero es un amor diferente. Siempre la amaré porque es el mayor tesoro que Dios me ha dado, lo más bello que Sylvana me dejó, pero no me puedo enamorar de mi hija… son dos amores distintos, ella tiene que entenderlo. 


–¿Y si nunca llega a entenderlo? –nuevamente tenía ganas de llorar y él lo notó. 


Se sentó en el sofá y me jaló a su lado, abrazándome con su brazo izquierdo. Estaba calmado mirando al techo y habló en voz baja, solo para que lo escuchara. –Amé muchísimo a Sylvana, fue mi primer amor, ese amor de colegio que siempre recuerdas porque los besos son a escondidas –lo miré de reojo y tenía la mirada perdida, estaba transportado en el tiempo–. Éramos unos niños que no sabían las consecuencias de amarse, no tomamos precauciones, no nos importaban las enfermedades. 


>>Era la primera vez para los dos sin saber que también sería la última. Ambos nos habíamos disfrutado, pero no solo era deseo y placer, también era amor, lo veía en sus ojos. Yo quería repetir y sé que ella también, pero no era fácil encontrar el momento y lugar adecuado, así que no pudimos –me abrazó más fuerte cuando reanudó su recuerdo–. Dos meses después su padre vino a mi casa furioso a querer matarme o eso decía. Mi papá y mi hermano lo detuvieron antes de que me agarrara. ¿El motivo? Había embarazado a su única hija. Mi papá y mi hermano lo soltaron de la impresión y su padre me golpeó. Me dejó inconsciente, no sé por cuánto tiempo, recuerdo que desperté en mi cama, mi mamá estaba acomodando mi ropa en una maleta… 


>>Mi padre me echó de casa y aunque mi madre lloraba no lo impidió. Busqué a Sylvana y juntos nos fuimos al interior del país. Una familia nos dio alojamiento, Sylvana limpiaba para ellos y yo trabajé duro para que no le faltara lo básico, compré cosas para el bebé y otras para nosotros pensando en una casa para los tres. Pero el parto se complicó. Cuando me vi solo con Andrea me dediqué cien por ciento a ella, por amor a Sylvana, por amor a mi pequeña hija. 


>>Fui creciendo y obviamente las mujeres comenzaron a ver el hombre y no el mocoso que fui, pero nunca miré o le hice caso a ninguna, porque el recuerdo de Sylvana siempre estaba presente y Andrea necesitaba toda mi atención… Hasta que llegaste tú –moví mi cabeza para mirarlo y él hizo lo mismo, pude ver en sus ojos que hablaba en serio–. Te conocí y a pesar de recordar a Sylvana, no me sentía culpable por querer desear a otra mujer –abrí mis ojos sorprendida–. Deseaba conocerte, saber todo de ti, y con cada cosa nueva más deseos tenia de conocerte, de saber qué te gustaba y qué no… Cuando estuve contigo… –me separé bruscamente, no me gustaba el giro que estaba dando su monólogo. Él me miró a los ojos y sin cambiar el tono suave de su voz, continuó–. Tranquila, sé que a nadie le gusta que lo comparen y no es lo que estoy haciendo, no comparo tu desempeño sino el mío… Te amo Aymé, te amo tanto como amé a Sylvana, y de la misma forma que luché por tenerla a mi lado, así lucharé por ti. No estoy dispuesto a perderte –lo abracé y él me abrazó aun con más fuerza. No pude evitar llorar, esta vez de felicidad, de tranquilidad, sabía que él estaría a mi lado en estos momentos difíciles, porque con sus palabras y su confianza al contarme su pasado acababa de mostrar que me amaba tanto como yo a él.







                ANDREA


Mi papá me gritó y yo le grité. Dijimos muchas cosas, nos gritamos muchas cosas que no nos habíamos dicho antes. Me sentí desplazada por una completa extraña que llegó a nuestras vidas para ponerlas de cabeza. Lloré mucho cuando él salió de mi habitación, lloré de rabia. Nunca antes había sentido odio por nadie, hasta ahora. Esa mujer había logrado robarme a mi papá. 


Salí con ganas de continuar la pelea, ahora delante de esa, que se nos había pegado como una garrapata y estaba en el salón. Pero escuché a mi papá hablando en voz baja, contándole acerca de mi mamá. ¿Cómo se atrevía? Su voz era suave, hablaba con devoción, pero sentí dolor en su voz cuando habló de mi nacimiento y la muerte de mi mamá, pero luego volvió a hablar con devoción al decir que amaba a esa mujer. 


Escuché cosas que no tenía que escuchar, pero no podía moverme, quería enterarme de todo. Él y yo siempre nos habíamos confiado las cosas, no teníamos secretos, o al menos eso creía. Él la quería, decía que la amaba tanto como amó a mi mamá Yo comencé a llorar de nuevo, sentí que había perdido a mi papá para siempre. 


Después de unos minutos de completo silencio decidí entrar al salón, pude verlos abrazados y como era de esperar se quedaron mirándome con cara de bobos. –Tengo hambre –me quejé mirando a mi papá, por supuesto seguía molesta y tenía que hacérselo notar. No dijo nada, se separó de ella, le secó las lágrimas y la besó antes de levantarse y caminar a la cocina. Eso era una clara señal de que estaba molesto tanto como yo. 


Nos dejo solas, esa me miró asustada y yo la miré con odio. Encendí la televisión y me senté en el sofá donde ella estaba pero ignorándola por completo. –Andrea, yo... 


–No me hable –la corté enseguida. ¿Acaso pretendía que hiciéramos amistad? 


–Creo que es mejor que me vaya… 


–Es lo más inteligente que ha dicho –volví a cortarla. 


–…A la cocina, con tu padre –terminó la frase y me dejó totalmente descolocada.




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