El Pequeño Magnate I - Secretos y Revelaciones

domingo, 5 de noviembre de 2017

3 Rosas: Cap. 11



3 ROSAS

MAG

Historia

 

 

CAPÍTULO 11

No Estoy Conforme.



Rosa María, montada a caballo, llegó al río donde estaba su hermana menor intentando ordenar sus ideas. Se sentó a su lado sin decir nada, ni siquiera saludar. La mayor de Las Rosas necesitaba compañía pero no quería hablar, solo quería estar con alguien al lado y no verse sola. 

El día anterior, luego de que su padre echara a Felipe de la casa y se enterara que habían tenido relaciones en la propia habitación de la chica, se había refugiado allí mismo, no quería darle la cara a su padre y que éste hiciera preguntas que la incomodaran. Solo se atrevió a salir para la cena, no quería que sus hermanas sospecharan que algo había pasado, aunque intuía que ya todos lo sabían. Cenaron en silencio, muy incómodo para todos. Su padre no tenía buena cara y la mirada de su hermana menor estaba a kilómetros del lugar. La única que parecía ajena a todo era Rosa Elena. 

Ahora, con el sol del nuevo día intentaba pensar con más claridad. Se arrepintió de haber dicho lo anterior a su novio, de la ruptura y de la forma como su padre lo había echado pero nada podía hacer, se decía a sí misma. Su orgullo no le permitía retractarse. Ella no quería casarse, no estaba preparada. Aunque amaba a Felipe, lo dejaría ir. –Joaquín me conto todo acerca de papá, la criada y su hijo –la voz de Rosa Paula la sacó de sus pensamientos. 

–¿A qué te refieres? –preguntó apretando los dientes, sabiendo muy bien lo que quería decir su hermana. 

–Me refiero a que sé lo de nuestro hermano. 

–¿Vas a creer todo lo que te diga ese peón? –Rosa María puso en esas palabras todo el desprecio y odio que sentía hacia Joaquín, así como su frustración del momento. 

–Joaquín no es ningún peón –lo defendió la menor–. Es nuestro primo, y por querer hacer las cosas correctamente y enamorarse de esa mujer, la defendió, pero papá la tomó contra él. 

–El padre de ese niño es él… ¿Acaso no sabes que lleva su apellido? 

–Sí, un acto muy noble de su parte hacerse cargo de un niño que no es suyo para que no tenga necesidades en el futuro –Rosa Paula miró a su hermana que no supo cómo refutar lo que decía y finalmente se levantó–. Por primera vez siento vergüenza de ser la hija de Eleazar Aldana –estaba dispuesta a marcharse cuando su hermana también se levantó. 

–¿Pero, que estás diciendo? –gritó histérica–. Ese tipo te envenenó en contra de nuestro padre. 

–Joaquín jamás me ha mentido. 

–Papá tampoco. 

–Es cierto –concordó–. Pero siempre he podido ver la sinceridad en los ojos de Joaquín. En cambio en los de papá solo veo la dureza que acompaña a sus palabras –y se retiró caminando por donde había llegado. 

Rosa María pensó en las palabras de su hermana y por primera vez se tomó su tiempo en analizar la versión que el joven había dicho cinco años atrás, donde se notaba que estaba enamorado de la criada, pero insistía que estaba embarazada de Eleazar y éste reaccionaba y actuaba agresivo y a la defensiva. Por supuesto concordaba con la menor en la dureza de la mirada del hombre. Eleazar era una persona de demostrar poco afecto, aun para sus hijas le era difícil decir un “te quiero” o hacer contacto afectivo.


Joaquín estaba con dos peones recorriendo la hacienda, estaban decidiendo donde establecerían las reses que llegarían al día siguiente. Vio a Rosa Paula caminando en la distancia, se despidió de los hombres con las indicaciones pertinentes. La joven iba tan distraída que no notó al caballo acercarse y dio un brinco. –Que manía tienes de acercarte y asustarme –gritó con la mano derecha sobre su corazón. Joaquín se carcajeó, lo que la hizo enfurecer más–. Vete, déjame en paz. 

–No deberías caminar sola por aquí –dejando de reír–. Estos caminos son peligrosos –un poco más serio. 

–No es la primera vez que camino por aquí.  

–Lo sé, pero las cosas han cambiado mucho en estos años –Joaquín bajó del caballo e instó a la joven a subir, al principio estaba renuente pero luego accedió. 

Tomó el caballo por las riendas dispuesto a caminar a un lado pero decidió montarlo también, era un caballo fuerte y podía con el peso de ambos sin problemas. Se puso detrás de la joven y la rodeó con los brazos para agarrar las riendas, luego dio un suave golpe al caballo con sus botas y éste comenzó a andar. La joven sintió los fuertes brazos a su alrededor y se sintió protegida, giró la cabeza a la izquierda para agradecer pero percibió el aroma del joven. A pesar del olor a ganado y a sudor pudo oler la colonia que desde niño usaba. Aquella que vaciaba todos los días para parecer hombre. Ya el niño no estaba, ahora era un hombre hecho y derecho, además de guapo y atlético. Quiso alejar esos pensamientos de su mente pero en vez de ello, lo imaginó besándola y ella correspondiéndole. Deseaba a su primo y nada podía hacer. 

La primera parte del camino la hicieron en silencio, sin embargo el joven no aguantó su curiosidad y quiso saber lo que había pasado en la gran casa el día anterior. –¿Por qué La Rosa Grande terminó con el pintor? –así era como todo el mundo se refería a Felipe. 

Rosa Paula giró la cabeza a la derecha y de nuevo percibió el aroma a hombre de su primo y reprimió un suspiro, y reordenó sus pensamientos. –¿Rosa María y Felipe terminaron? 

–Eso es lo que se comenta en la hacienda, dicen que fue por lo que pasó ayer… No he ido al pueblo, así que no sé qué dicen por allá. 

–¿Y qué pasó ayer? 

–¿Acaso no sabes que el viejo... –Joaquín hizo una pausa y una mueca que Rosa Paula no pudo ver–. …digo, tu papá lo echo de la gran casa? Él y La Rosa Grande como que estaban… tú sabes… debajo de las sabanas. 

–¡Eso no es cierto! –comentó indignada–. Rosa María no sería capaz de eso… jamás lo haría en la casa. 

–Eso es lo que dicen en la hacienda. El viejo... –una vez más se lamentó llamarlo así delante de la joven. 

–¿Podrías no decirle viejo a mi padre? 

–Disculpa, es la costumbre –se disculpó y continuó–. Dicen que tu papá lo encontró desnudo saliendo de la habitación de La Rosa Grande. 

Rosa Paula se molestó con el joven por lo que estaban diciendo otros y lo que él repetía. Quiso bajar del caballo y continuar sola, faltaba poco para llegar a la casa. Joaquín intentó ayudarla a bajar, pero la joven en su enfado comenzó un forcejeo, resbaló y ambos terminaron en el suelo. Joaquín cayó de espaldas y Rosa Paula encima de él. La joven percibió aún más de cerca su aroma, se miraron a los ojos por unos segundos donde ambos sintieron las típicas mariposas en el estómago y las manos comenzaron a sudar. Sintió el impulso y la necesidad de besarlo y lo hizo sin miedo, pero de repente fue consciente de lo que hacía y el miedo que no había sentido, apareció de pronto y la inundó. Se levantó bruscamente, casi tropieza con el cuerpo tendido de Joaquín y salió corriendo. El joven también se levantó y la siguió, la agarró por el codo y la hizo girar. –¿Por qué hiciste eso? –necesitaba saber, quería una respuesta sincera. 

–No sé… yo... –la joven estaba muy nerviosa, sabía la respuesta pero no quería decirla. 

–¿Me quieres? –preguntó Joaquín en un susurro. 

–No, yo no… no sé qué me pasó –mintió–. ¡Suéltame! 

–No te soltaré hasta que me digas por qué lo hiciste. 

–¡Suéltame! ¡Me haces daño! –automáticamente el joven la soltó–. No sé por qué lo hice, fue un impulso, solo eso. 

–Yo no lo sentí como un impulso, querías hacerlo, sentí como te entregabas. 

–¡Cállate! ¡Yo no me entregué, no quise hacerlo! Nada puede pasar entre nosotros, somos primos. 

–Tenía cinco años sin verte, eras una niña cuando te fuiste, ahora… –hizo una pausa para señalar lo evidente. Rosa Paula había crecido–. Yo no te veo como una prima –dijo frustrado. 

–¡Basta, Joaquín! ¡Basta! Entre tú y yo no puede haber nada –sus ojos comenzaron a inundarse con lágrimas apenas contenidas– ¿Qué crees que dirá papá? 

–A la mierda tu padre –la interrumpió furioso–. Lo que él diga y lo que digan todos me importa una mierda. Solo me importa lo que tú y yo sentimos. Yo te quiero y sentí que tú me querías –dijo un poco más calmado. 

–Pero no puede ser, Joaquín. 

–¿Por qué no? 

–Porque tú eres como mi hermano –respondió en el tono más desesperado que jamás había usado. 

–Yo no tengo hermanas –esas palabras en su mente sonaron a verdad y mentira a la vez. Joaquín no tenía hermanas, pero habían crecido los cuatro juntos. Él había sido su cómplice, su mejor amigo, alguien a quien le había confiado el nombre de su primer amor, su primer beso. Y él de la misma manera confiaba en ella. Joaquín se acercó y desarmó todas sus barreras–. Creo que me estoy enamorando de ti, Rosita –la besó con ternura, había pasión y deseo en ese beso. 

Rosa Paula recordó el momento en el que lo vio sin camisa en su oficina, también recordó el momento en el que le dijo que pronto se marcharía y cómo había reaccionado. Se preguntó si no serían celos del chico. Se separó y negó con la cabeza, aunque pretendía despejar su mente. –No, ya te dije que esto no puede ser. 

–¿Por qué no, Rosita? 

–No me llames así –explotó de pura frustración. 

–Así te he llamado siempre. 

–A partir de hoy me llamarás Rosa Paula como todo el mundo, o mejor aún –suspiró antes de continuar–. No me llames, no te me acerques… ni siquiera me mires –respiró profundo y se dio valor para continuar–. No puede haber nada entre tú y yo –dio media vuelta y comenzó a caminar en dirección a la gran casa. 

Joaquín se quedó de pie sin decir nada, le dolía verla marchar de esa forma, quince años de amistad con su “Rosita” y unas pocas semanas de no poder dejar de pensar en ella, soñarla, desearla, habían terminado con una discusión. Sintió como si terminara con una relación de años. Rosa Paula por su parte caminaba a paso rápido, derramando lágrimas por sus mejillas, no se tomaba la molestia de limpiarlas porque no dejaban de caer. Tenía todos sus sentimientos revueltos. Desde que llegara de París las cosas no salían como ella quería. Creía estar enamorada de Joaquín, pero también le gustaba Mario, eso no lo podía negar. Se sentía atrapada entre dos hombres y aun no contaba con la reacción de su padre quien odiaba a los dos.




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