3 ROSAS
MAG
Historia
CAPÍTULO
12
Confidente.
Rosa
Paula llegó a su habitación y se tiró en la cama a llorar. Además de sus sentimientos
revueltos, donde no sabía qué sentía exactamente por Joaquín y qué sentía por Mario,
estaba el hecho de que su padre odiaba a los dos hombres y jamás permitiría su
relación con ellos.
Por
un lado Joaquín era su primo y por el otro lado Mario tenía fama de mujeriego. De
repente se sentó en la cama y se secó las lágrimas. No lloraría por hombres,
ellos no valían la pena. Además, ella se iría pronto y no tendría tiempo de
establecer una relación con nadie. Estaba decidida a continuar con su vida en
Francia y el paso más difícil, que era decirle a su padre, lo había dado,
aunque éste no lo aceptara. Sin embargo no podía dejar de pensar en ninguno de
los dos. Ahora sabía que Joaquín sentía lo mismo que ella y también que Mario
quería tener algo con ella, lo había dejado claro en varias ocasiones. Estaba
tan determinada a olvidarse de esos dos hombres que poco pensó en las consecuencias
de lo que se le había ocurrido. Salió de la casa dispuesta a encontrar a Rosa Elena,
necesitaba hablar con ella con cierta urgencia.
Rosa
Elena estaba con Juan José en el laboratorio que Eleazar había equipado para
que su hija trabajara con comodidad sin tener que trasladarse al pueblo o a
otro estado. Luego de analizar la mayoría de las muestras, seguía sin entender
por qué algunos animales presentaban síntomas específicos si todos se desenvolvían
en el mismo medio. Juan José la ayudaba haciendo sus anotaciones. Se quedó
mirándola fijamente mientras ella continuaba con la vista en el objetivo de su
microscopio. –¿Qué? –preguntó algo incómoda.
–Me
gustas.
Rosa
Elena rio. –Eso ya lo sé, tú también me gustas –besándolo.
–Me
gustas mucho.
–Tú
también me gustas mucho.
–¡Cásate
conmigo!
Rosa
Elena se sorprendió, no esperaba esa petición. –¡¿Estás loco?! Apenas llevamos
saliendo juntos cinco meses.
–Pero
no significa que no te quisiera de antes.
–Si
es por el sexo.
–No
pienso en el sexo –Rosa Elena entrecerró sus ojos–. Bueno, no solo pienso en el
sexo –la joven continuó con el gesto–. Quiero compartir todo contigo… Llegar a
casa y que estés esperándome.
–¿Y
que tenga la comida lista y te traiga las pantuflas?
–No,
quiero preparar la comida junto a ti y luego ir juntos a la habitación, las
pantuflas no las necesitaríamos.
Rosa
Elena volvió a reír. –Entonces sí es por el sexo ¡Lo sabía!
–Me
encantas –besándola–. Te amo.
–Yo
también te amo –correspondiendo el beso.
Rosa
Paula entró sin llamar sorprendiendo a la pareja que rápidamente se separó. La
menor se disculpó y pidió hablar a solas con su hermana, esta vio urgencia en
su voz y no fue necesario decirle a Juan José que se retirara. El joven beso a
su novia y ésta dijo que la esperara en su oficina.
La
menor de Las Rosas habló rápido acerca
de su plan para olvidarse de Joaquín y Mario, tanto que Rosa Elena no entendió
por qué hablaba de tres hombres totalmente diferentes. –A ver, a ver, a ver… Explícame
¿Qué tiene que ver Alejandro con Joaquín y Mario?
–Te
diré algo, pero tienes que prometerme que no se lo dirás a nadie.
–Rosa
Paula, no somos unas niñas.
–¡Por
favor, Rosa Elena, promételo!
–Está
bien, te lo prometo.
–Joaquín
y yo nos besamos, pero...
–¡¿Estás
loca?!
–No…
bueno, sí… estoy muy confundida.
–Quieres
explicarme desde el principio, porque no estoy entendiendo nada.
–Mario
me gusta…
–¿Ahora
es Mario? ¿Y qué tiene que ver Alejandro en todo esto? –interrumpió sin
entender.
–¿Quieres
dejarme explicarte?
–Te
escucho.
–Mario
me gusta, siempre me ha gustado, desde niña...
–Mario
no te conviene –volvió a interrumpir.
–Rosa
Elena –se quejó la menor.
–Solo
te digo que Mario no te conviene, continua.
–Cuando
estamos cerca, el corazón se me acelera, me gusta cuando me agarra la mano, me
acaricia el rostro y me dice cosas bonitas.
–Sí,
ese es su modus operandi.
–Y
me dijo que podría irse conmigo a Marsella en enero.
–¡¿Qué?!
¡Tú no te vas a ir con ese! ¡Te lo prohíbo!
–¿Por
qué?
–Ya
te lo dije, no te conviene.
–Sí
ya sé, es mujeriego y lo único que quiere es jugar con las mujeres.
–¡Exacto!
–Pero
Joaquín también me gusta.
–Rosa
Paula.
–Por
favor, déjame terminar –rogó la joven.
–No
sabía que me gustaba hasta esta mañana. Lo vi, lo olí, lo sentí. Llegué a desearlo –Rosa Elena abrió sus
ojos y su boca sorprendida–. Y él también siente lo mismo, se puso furioso
cuando le dije que me iba. Sé que me quiere, lo vi en sus ojos. Pero lo nuestro
no puede ser, papá nunca lo aceptaría.
–¿Tú
crees? –preguntó con sarcasmo, completamente escandalizada por el atrevimiento
de su hermana.
–Papá
odia a los dos, nunca permitirá que tenga algo con ellos.
–Rosa
Paula, creo que estás muy confundida.
–Sí…
bueno, no… sé que los quiero a los dos, por eso tú tienes que ayudarme.
–Ni
loca creas que voy a decirle a papá algo de esto.
–No,
no es eso –la interrumpió–. Necesito que arregles una cita entre Alejandro y yo
o que me facilites su número.
–¡¿Estás
loca?! ¡No vas a utilizarlo!
–No
voy a utilizar a nadie.
–Rosa
Paula, Alejandro está vulnerable, tuvo una ruptura traumática, no juegues con
sus sentimientos.
–No
soy tan cruel, nunca haría eso. Tú solo ponme en contacto con él.
A
Rosa Elena no le gustó el tono que usó su hermana. Algo tramaba la joven que le
dio mala espina. Rosa Paula siempre se metía en problemas con su padre por
tener una mente tan creativa y llegar a donde nadie más se atrevía. Entró en su
oficina y encontró a Juan José junto a la biblioteca hojeando un libro de
horticultura. El joven notó la preocupación en el rostro de su novia, ésta le
dijo el motivo. Su hermana menor estaba a punto de cometer una locura y ni ella
sabía cuál, mucho menos podía evitarla.
La
joven veterinaria no pudo continuar su trabajo ni concentrarse en nada más,
estaba preocupada por la presencia de Alejandro en el plan de Rosa Paula, pero
prefirió no comentar nada a Juan José. Al fin de cuentas era su hermano y tal
vez se molestaría si lo involucran en algo.
Salía del baño cuando Rosa María entró sin
llamar, no era común que lo hiciera. Su hermana mayor era extremadamente cortés.
Se sentó en su cama y comenzó a llorar. Rosa Elena se preocupó, era la primera
vez que la veía llorar desde que dejara atrás la pubertad. Rosa María se cubrió
el rostro con sus manos, pero era imposible ocultar el llanto desconsolado.
Rosa
Elena finalmente reaccionó y se acercó para abrazarla. –¿Qué te pasa? ¿Por qué
lloras así? ¿Qué pasó? –estaba desesperada de no saber qué le pasaba a su
hermana.
–Amo
a Felipe, me hace falta –respondió entre llanto y sollozo–. Sé que terminé con
él porque no me quiero casar, pero… pero...
–Cálmate
–apretó el abrazo para que entendiera que tenía su apoyo al cien por ciento.
Entendía por lo que pasaba, aunque era la primera vez que se acercaba a ella
para hablar de su relación con Felipe.
–Él
se va a ir y no regresará –sin dejar de llorar–. Pero es que yo… no puedo...
–Rosa
María, cálmate, no me gusta verte así, pareciera que estoy mirando a otra
persona –la miró a los ojos con su rostro entre las manos–. Cuéntame qué te
pasa para yo entender.
–A
Felipe lo invitaron a una exposicion en España.
–¡Pero,
eso es buenísimo!
–No,
eso no es buenísimo… Se irá a mediados de enero –nuevas lágrimas cayeron por
sus mejillas y Rosa Elena las limpió–. Serán dos o tres meses que dure la
exposición, pero él no piensa regresar.
–¿Por
qué no?
–Dice
que aquí no tiene futuro.
–¿Como
pintor?
–Cree
que yo no lo amo porque no quiero casarme con él, pero sí lo amo –Rosa Elena no
sabía qué tenía que ver su futuro como pintor y el matrimonio al que su hermana
se negaba. Cuando estaba a punto de preguntar, Rosa María continuó–. Dice que
no tiene futuro conmigo.
–Rosa
María, ustedes siempre terminan peleando cuando él te menciona el matrimonio.
–Es
que él no me entiende, no quiero casarme.
–Nunca
le has dicho por qué no quieres casarte, solo gritas y peleas –Rosa María la
miró molesta sin dejar de llorar–. Y no lo niegues, que los he visto.
–Tengo
miedo –renovando el llanto–. Yo no quería perderlo, pero papá lo echó y ahora
todo se complicó. Terminó conmigo, lo llamo y no me contesta, ni siquiera sé si
lee los mensajes.
–¿Por
qué papá lo echó? –preguntó aprovechando la historia para saber qué había
pasado.
–Ayer
tuvimos sexo en mi habitación y me enojé mucho cuando mencionó el matrimonio,
lo eché al pasillo y papá lo vio y lo echó de casa.
–¡Ay,
Rosa María! ¿Por qué no lo buscas y arreglas todo con él?
–Ya
te dije, él no quiere verme, me evade.
–Es
lógico si está dolido, pero sé que te ama y seguro te perdona este y todos tus
berrinches –una vez más la mayor la miró molesta–. Dile las verdaderas razones
por las que no te quieres casar todavía, él te entenderá y llegarán a un
acuerdo.
–Ya
te dije que tengo miedo.
–Es
normal que tengas miedo al matrimonio.
–¡No!
–la interrumpió–. Tengo miedo de no ser la esposa que él espera que sea.
Rosa
Elena no entendió a qué se refería, entendía el miedo al matrimonio, al
compromiso, pero no entendía como Rosa María le temía a no estar a la altura de
algo, si ésta conseguía todo lo que se proponía, y nunca demostró miedo a nada.
Ahora, se daba cuenta que su miedo a fallarle a su futuro esposo estaba
poniendo en peligro su relación. Porque aunque Rosa Maria dijera que había
terminado con Felipe y éste no contestara sus llamadas o mensajes, sabía que se
necesitarían muchas cosas más para que esos dos terminaran definitivamente.
Rosa
María le contó que su miedo se debía a que Felipe toda su vida había vivido con
ambos padres, tenía una madre que siempre ha estado a su lado y que ha llevado
las riendas del hogar, mientras que su padre se ha encargado de los negocios y
proveer que nada falte en su casa. Se decía a si misma que Felipe tenia
idealizada la imagen de una esposa como la mujer que se queda en la casa y se
encarga de los hijos, y ella sabía que no sería capaz de complacerlo. Sencillamente
no estaba dispuesta a quedarse en casa cocinando y limpiando, cuando lo que
quería era llevar las riendas de la hacienda junto a su padre, era su legado y
estaba en su derecho.
Al
finalizar su alegato, Rosa Elena le hizo ver que todo el drama estaba en su
cabeza, Felipe nunca le había comentado nada de ello ni de cómo debía ser la
esposa perfecta. Además el joven, más diferente a su familia no podía ser. Mientras
su padre era un importante hacendado y su hermano seguía sus pasos aunque con
menos compromiso, y su madre y hermana eran las perfectas amas de casa, Felipe
se había revelado al imponer su deseo de ser un artista, un pintor que
trabajaba duro para consagrarse en el medio y que por lo que contaba, lo había
logrado con la exposición en España. Felipe no era una persona de campo, a
diferencia de Rosa María que sí lo era, eso estaba claro. Pero allí radicaba
todo, la pareja debía discutir y ponerse de acuerdo en lo que ambos querían en
sus vidas, que compaginara con lo que su pareja quería.
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