BLANCO Y NEGRO… ¿Y EL GRIS?
MAG
Historia
CAPÍTULO
12
SARAÍ
Durante el camino a
casa papá estuvo callado, solo miraba al frente y tenía cara de enojado. Johnny
le hablaba y él le respondía “si, no, que bueno, me alegro”, pero sin
ninguna emoción.
Cuando llegamos a
casa, mamá también iba llegando. Ellos se saludaron, a pesar de no vivir juntos
se llevan bien. Papá dijo que entráramos pero a Diego lo envió a su habitación.
Ya sabía que algo había hecho. Desde la ventana del salón pude ver como
hablaban y como la cara de mamá se iba transformando y sus gestos se tornaban
agresivos. Al verlos venir corrí a la cocina, no quería quedar en medio del
fuego cruzado.
Entraron en la
habitación de Diego y mi mamá comenzó a gritarle, lo mismo de siempre “¿Cómo
pudiste hacer eso? ¿Por qué lo hiciste? Y bla bla bla”. Sorprendentemente
mi papá no decía nada o no le gritaba porque no se escuchaba nada en el
salón.
Johnny bajó
corriendo, tenía cara de susto por todo lo que gritaba mi mamá, y no era para
menos. –¿Qué hizo Diego, ahora?
–No sé, pero esta
mañana lo cambiaron de sección.
De repente
escuchamos a mi hermano gritar y luego llorar, sabíamos lo que estaba pasando.
Johnny sintió más miedo y comenzó a llorar de manera silenciosa. Sea lo que sea
que haya hecho había sido muy malo, porque quien lo castigaba era mi mamá.
JULIANA
–¿Qué estamos
haciendo mal, Armando? –pregunté cuando entramos en mi habitación.
Él se dejó caer
sentado en el borde de la cama. –No lo sé –comentó
derrotado–. Diego está superándonos… Creo que debemos regresar a las sesiones con el
psicólogo.
–¿Eso, de qué
servirá? Diego no avanza, ya no sé qué hacer –comencé a llorar abiertamente–. Tengo problemas en la
universidad, tengo problemas personales y tengo problemas en casa con mis
hijos. No puedo más, de verdad no puedo más –me quejé haciendo más audible mi
llanto. Armando se acercó para abrazarme. Sabía que él también estaba mal,
Diego era su hijo y, aunque no fuera el padre del año, lo quería, por supuesto
que lo quería y no le gustaba verlo en problemas o llorando como yo lo había
dejado.
De pronto su abrazo
me recordó la discusión que tuve con Esteban, quise que fuese él quien me
abrazara y me consolara en vez de mi exmarido. Eso me hizo sentir peor, me daba
cuenta de la magnitud de mis sentimientos pero tenía miedo de la reacción de
mis hijos y, por supuesto, de la sociedad. Esteban es doce años menor que yo, y
eso no sería bien visto por nadie. Pero me daba cuenta que lo amaba, lo
necesitaba a mi lado como apoyo para superar mis problemas con Diego.
ARMANDO
Llegué a mi
apartamento y me dejé caer en el sofá. No había comido. No tenía hambre. No
iría a la empresa por la tarde. Había cancelado todas las reuniones que tenía.
Lo bueno de trabajar en una empresa familiar es que tu padre y hermanos
entienden que tienes problemas con tus hijos y que debes resolverlos aunque no
tengas la menor idea de cómo. Es lo que me pasaba. Vicepresidente comercial de
una gran empresa fabricante de calzados. Manejaba empleados, manejaba costos
pero no podía manejar a mi hijo. Me sentí como el peor padre del mundo,
totalmente derrotado.
Luego recordé que
Diego no había sido expulsado y decidí hacer lo que correspondía hacer. Toque
la puerta de mi vecino. Esperé casi un minuto y luego vi a Soler con un
delantal de florecitas y mariposas puesto. Me causó gracia y casi me rio pero
me recompuse cuando advertí su cara de preocupación. –¡Gracias por
interceder por Diego! –dije sin saludar.
–No tiene nada que
agradecerme, señor González.
–Armando –lo interrumpí
extendiendo mi mano derecha–. Fuera de la oficina soy Armando, el
vecino.
–Luis Gerardo –me respondió
mientras me estrechaba la mano–. Fue Andrea la que metió en problemas a
su hijo, él es inocente.
–Créame Soler… Luis
Gerardo –corregí–. Mi hijo de inocente no tiene un pelo –pude ver y escuchar el llanto de la
profesora Bastidas–. ¿Puedo? –pregunté, indicándole que quería pasar. Él se hizo a un lado. Me paré
frente a la profesora, ella me miró con los ojos rojos, húmedos. Estaba
conteniendo su llanto–. Me disculpo por lo que hizo Diego, profesora
Bastidas. Si en algo puedo ayudar para que trabaje en otro colegio, dígamelo.
Tengo conocidos en colegios tan buenos como ese.
–No se preocupe señor
González… Sabía que esto podría pasar desde el momento en el que empecé a salir
con Luis Gerardo –se levantó y caminó hacia Soler, para abrazarlo con su brazo derecho–. Me duele perder a mis
niños –se le escapó una lágrima–. Pero admito que me alegra no tener que
esconderme.
Los dejé solos y
entré a mi apartamento. Me duché y vestí, y llamé a Roxana. Tenía que relajarme
y nada mejor que el buen sexo para eso.
JULIANA
Entré en la
habitación de Diego y al verlo con los ojos cerrados creí que dormía, y me
acerqué para besarlo. Me apartó con su mano y me gritó. Estaba muy molesto,
hacía años que no lo castigaba pero al saber lo que había hecho supe que había
traspasado todos los límites. Participó en una conspiración en contra de una
maestra para que la despidieran y lo peor es que lo logró. Sentía mucha
vergüenza con la profesora Bastidas. Ella siempre ha querido ayudar a Diego a
pesar de todos los problemas que provocaba. –¡Tú no me quieres! –mi hijo me acusó
de no quererlo cuando él y sus hermanos son lo que más amo en el mundo y sabía
que lo decía por lo molesto y dolido que estaba por el castigo, pero a mí me
dolía su rechazo.
Preparé el
almuerzo, dejé un plato servido dentro del microondas y serví otros dos en la
mesa para Saraí y Johnny. –¿Qué hizo Diego, ahora? –preguntó mi hija
entrando al comedor.
–Hizo que despidieran
a la profesora Bastidas.
–¡¿Qué?! ¿Cómo?
–Él y Andrea idearon
un plan…
–¿Nada más porque lo
cambió de sección?
–¿Cómo que lo
cambiaron de sección? –no sabía de qué me estaba hablando. Tenía
entendido que cualquier conducta o cambios en ella y todo lo que tuviera que
ver con los niños debía ser notificado a los padres, y a mí nadie me había
dicho nada–. Tenían que habérmelo informado.
Saraí se encogió de
hombros y se sentó a comer. –¿No vas a comer?
–No.
–¿Por qué no? ¿No
tienes hambre? Yo sí tengo –dijo Johnny entrando al comedor y
sentándose.
Mi enano siempre
tenía hambre. –No cariño –lo besé en la cabeza–. Perdí el apetito.
Salí del comedor y
marqué el número de Armando, lo dejé timbrar al menos cinco veces en cada
intento sin obtener respuesta. Después del tercer intento desistí. Nunca podía
encontrarlo cuando lo necesitaba.
ARMANDO
Acababa de correrme
dentro de Roxana. Fui brusco y salvaje y no me importó su placer. Por norma
general espero a que la mujer acabe al menos tres veces antes de hacerlo yo,
excepto cuando estoy estresado, frustrado o enojado. Lo bueno de tener una
pareja de años es que te conoce tan bien que no se molesta por esos detalles,
porque te entiende y porque sabe que el segundo round será a su favor.
El celular sonó
insistentemente pero yo lo dejé pasar. Tenía la respiración acelerada y
entrecortada mientras Roxana me acariciaba el rostro y me besaba instándome a
recuperarme. La segunda llamada fue tan insistente como la primera, tomé el
celular y miré la pantalla. Era Juliana. Lo tiré en la mesita con evidente
enojo. No quería más problemas, estaba cansado de que los problemas que causaba
Diego alteraran mi vida. Roxana me preguntó quién era pero yo no respondí, en
vez de eso me dirigí hacia el sur de su cuerpo y me dediqué a darle el placer
que tanto requería y se había ganado al soportar mi enojo.
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