El Pequeño Magnate I - Secretos y Revelaciones

martes, 12 de diciembre de 2017

Blanco y Negro... ¿Y el Gris?: Cap. 12




BLANCO Y NEGRO… ¿Y EL GRIS?

MAG

Historia




CAPÍTULO 12




                   SARAÍ



Durante el camino a casa papá estuvo callado, solo miraba al frente y tenía cara de enojado. Johnny le hablaba y él le respondía “si, no, que bueno, me alegro”, pero sin ninguna emoción. 



Cuando llegamos a casa, mamá también iba llegando. Ellos se saludaron, a pesar de no vivir juntos se llevan bien. Papá dijo que entráramos pero a Diego lo envió a su habitación. Ya sabía que algo había hecho. Desde la ventana del salón pude ver como hablaban y como la cara de mamá se iba transformando y sus gestos se tornaban agresivos. Al verlos venir corrí a la cocina, no quería quedar en medio del fuego cruzado. 



Entraron en la habitación de Diego y mi mamá comenzó a gritarle, lo mismo de siempre “¿Cómo pudiste hacer eso? ¿Por qué lo hiciste? Y bla bla bla”. Sorprendentemente mi papá no decía nada o no le gritaba porque no se escuchaba nada en el salón. 



Johnny bajó corriendo, tenía cara de susto por todo lo que gritaba mi mamá, y no era para menos. –¿Qué hizo Diego, ahora? 



–No sé, pero esta mañana lo cambiaron de sección. 



De repente escuchamos a mi hermano gritar y luego llorar, sabíamos lo que estaba pasando. Johnny sintió más miedo y comenzó a llorar de manera silenciosa. Sea lo que sea que haya hecho había sido muy malo, porque quien lo castigaba era mi mamá.







                        JULIANA




–¿Qué estamos haciendo mal, Armando? –pregunté cuando entramos en mi habitación. 



Él se dejó caer sentado en el borde de la cama. –No lo sé –comentó derrotado–. Diego está superándonos… Creo que debemos regresar a las sesiones con el psicólogo. 



–¿Eso, de qué servirá? Diego no avanza, ya no sé qué hacer –comencé a llorar abiertamente–. Tengo problemas en la universidad, tengo problemas personales y tengo problemas en casa con mis hijos. No puedo más, de verdad no puedo más –me quejé haciendo más audible mi llanto. Armando se acercó para abrazarme. Sabía que él también estaba mal, Diego era su hijo y, aunque no fuera el padre del año, lo quería, por supuesto que lo quería y no le gustaba verlo en problemas o llorando como yo lo había dejado. 



De pronto su abrazo me recordó la discusión que tuve con Esteban, quise que fuese él quien me abrazara y me consolara en vez de mi exmarido. Eso me hizo sentir peor, me daba cuenta de la magnitud de mis sentimientos pero tenía miedo de la reacción de mis hijos y, por supuesto, de la sociedad. Esteban es doce años menor que yo, y eso no sería bien visto por nadie. Pero me daba cuenta que lo amaba, lo necesitaba a mi lado como apoyo para superar mis problemas con Diego. 








ARMANDO



Llegué a mi apartamento y me dejé caer en el sofá. No había comido. No tenía hambre. No iría a la empresa por la tarde. Había cancelado todas las reuniones que tenía. Lo bueno de trabajar en una empresa familiar es que tu padre y hermanos entienden que tienes problemas con tus hijos y que debes resolverlos aunque no tengas la menor idea de cómo. Es lo que me pasaba. Vicepresidente comercial de una gran empresa fabricante de calzados. Manejaba empleados, manejaba costos pero no podía manejar a mi hijo. Me sentí como el peor padre del mundo, totalmente derrotado. 



Luego recordé que Diego no había sido expulsado y decidí hacer lo que correspondía hacer. Toque la puerta de mi vecino. Esperé casi un minuto y luego vi a Soler con un delantal de florecitas y mariposas puesto. Me causó gracia y casi me rio pero me recompuse cuando advertí su cara de preocupación. –¡Gracias por interceder por Diego! –dije sin saludar. 



–No tiene nada que agradecerme, señor González. 



–Armando –lo interrumpí extendiendo mi mano derecha–. Fuera de la oficina soy Armando, el vecino. 



–Luis Gerardo –me respondió mientras me estrechaba la mano–. Fue Andrea la que metió en problemas a su hijo, él es inocente. 



–Créame Soler… Luis Gerardo –corregí–. Mi hijo de inocente no tiene un pelo –pude ver y escuchar el llanto de la profesora Bastidas–. ¿Puedo? –pregunté, indicándole que quería pasar. Él se hizo a un lado. Me paré frente a la profesora, ella me miró con los ojos rojos, húmedos. Estaba conteniendo su llanto–. Me disculpo por lo que hizo Diego, profesora Bastidas. Si en algo puedo ayudar para que trabaje en otro colegio, dígamelo. Tengo conocidos en colegios tan buenos como ese. 



–No se preocupe señor González… Sabía que esto podría pasar desde el momento en el que empecé a salir con Luis Gerardo –se levantó y caminó hacia Soler, para abrazarlo con su brazo derecho–. Me duele perder a mis niños –se le escapó una lágrima–. Pero admito que me alegra no tener que esconderme. 





Los dejé solos y entré a mi apartamento. Me duché y vestí, y llamé a Roxana. Tenía que relajarme y nada mejor que el buen sexo para eso.









                JULIANA



Entré en la habitación de Diego y al verlo con los ojos cerrados creí que dormía, y me acerqué para besarlo. Me apartó con su mano y me gritó. Estaba muy molesto, hacía años que no lo castigaba pero al saber lo que había hecho supe que había traspasado todos los límites. Participó en una conspiración en contra de una maestra para que la despidieran y lo peor es que lo logró. Sentía mucha vergüenza con la profesora Bastidas. Ella siempre ha querido ayudar a Diego a pesar de todos los problemas que provocaba. –¡Tú no me quieres! –mi hijo me acusó de no quererlo cuando él y sus hermanos son lo que más amo en el mundo y sabía que lo decía por lo molesto y dolido que estaba por el castigo, pero a mí me dolía su rechazo. 



Preparé el almuerzo, dejé un plato servido dentro del microondas y serví otros dos en la mesa para Saraí y Johnny. –¿Qué hizo Diego, ahora? –preguntó mi hija entrando al comedor. 



–Hizo que despidieran a la profesora Bastidas. 



–¡¿Qué?! ¿Cómo? 



–Él y Andrea idearon un plan… 



–¿Nada más porque lo cambió de sección? 



–¿Cómo que lo cambiaron de sección? –no sabía de qué me estaba hablando. Tenía entendido que cualquier conducta o cambios en ella y todo lo que tuviera que ver con los niños debía ser notificado a los padres, y a mí nadie me había dicho nada–. Tenían que habérmelo informado. 



Saraí se encogió de hombros y se sentó a comer. –¿No vas a comer? 



–No. 



–¿Por qué no? ¿No tienes hambre? Yo sí tengo –dijo Johnny entrando al comedor y sentándose. 



Mi enano siempre tenía hambre. –No cariño –lo besé en la cabeza–. Perdí el apetito. 



Salí del comedor y marqué el número de Armando, lo dejé timbrar al menos cinco veces en cada intento sin obtener respuesta. Después del tercer intento desistí. Nunca podía encontrarlo cuando lo necesitaba.









                ARMANDO



Acababa de correrme dentro de Roxana. Fui brusco y salvaje y no me importó su placer. Por norma general espero a que la mujer acabe al menos tres veces antes de hacerlo yo, excepto cuando estoy estresado, frustrado o enojado. Lo bueno de tener una pareja de años es que te conoce tan bien que no se molesta por esos detalles, porque te entiende y porque sabe que el segundo round será a su favor. 



El celular sonó insistentemente pero yo lo dejé pasar. Tenía la respiración acelerada y entrecortada mientras Roxana me acariciaba el rostro y me besaba instándome a recuperarme. La segunda llamada fue tan insistente como la primera, tomé el celular y miré la pantalla. Era Juliana. Lo tiré en la mesita con evidente enojo. No quería más problemas, estaba cansado de que los problemas que causaba Diego alteraran mi vida. Roxana me preguntó quién era pero yo no respondí, en vez de eso me dirigí hacia el sur de su cuerpo y me dediqué a darle el placer que tanto requería y se había ganado al soportar mi enojo. 












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