3 ROSAS
MAG
Historia
CAPÍTULO
13
Mente
Maquiavélica.
Por la noche,
Joaquín desde su cama miraba al techo pensando en todo lo que había pasado.
Desde la visita de Rosa Paula a su oficina buscando respuestas acerca del
porqué él y su padre no se hablaban y se trataban con tanta indiferencia. Él
había sido sincero con ella del mismo modo como había sido 5 años atrás, con la
única diferencia que ahora su versión sí tenía credibilidad para la hija del
patrón, aunque con Damián en medio pensaba que era mejor dejar el pasado tal
como estaba. Para el niño él era su padre y eso no cambiaría. Él lo quería como
suyo.
Las preguntas
acerca de Mario no le sorprendieron. Había visto la actitud de ambos jóvenes y
era evidente que se gustaban, pero él no podía permitir que la chica se fijara
en él. De todos los hombres del pueblo, Mario era quien menos le convenía. No
era leal, no era de fiar y seguro terminaría llorando por el engaño de éste. De
allí que su respuesta fuera brusca y con toda la intención de desacreditar al
joven.
Con ese interés en
Mario, Joaquín no pensó que la menor de las hermanas reaccionara como lo hizo
al estar ambos tan cerca. Ese beso le confirmó lo que venía sospechando que
sentía desde el día que se encontró con ella en el río. Había sentido mucha
rabia cuando le dijo que regresaría a Francia. Llevaba 5 años sin verla, la
había extrañado desde el primer momento. Siempre se había sentido atraído por
ella aunque jamás lo hubiera expresado. Pero ahora sabía que no solo él estaba
enamorado, ella también.
Lo había sentido
mientras se besaban. Sintió la pasión y la entrega de la joven que se dejó
llevar por sus sentimientos, pero tenía que ser tan testaruda como su padre, se
le había metido en la cabeza que no podrían estar juntos y no había forma de
hacerla cambiar de opinión.
Intentó dormir con
el recuerdo del beso, del sabor de sus labios, del movimiento sensual de su
lengua, pero el recuerdo de la discusión y la brusca despedida no abandonaba su
mente ni le permitía que conciliara el sueño.
Rosa María había
intentado hablar con Felipe, no dejaba de llamarlo ni enviarle mensajes. Había
ido hasta su casa en La Esmeralda, y el joven se había negado a
recibirla. Estaba desesperada y sin saber qué hacer. Ahora estaba segura que
había cometido el mayor error de su vida. No al acostarse con él en su propia
cama y así provocar que su padre lo echara de la casa y la hacienda, sino al no
discutir como personas civilizadas el asunto del matrimonio.
Tenía que encontrar
la forma de que el joven al menos la escuchara, pero imaginaba que estaba muy
enojado y dolido, al punto de rechazar su presencia. Estaba dispuesta a llegar
a donde fuera necesario con tal de recuperarlo. Felipe la amaba y ella a él. El
único impedimento para estar juntos era el deseo de uno de casarse y el miedo
de la otra a fallarle. Caminaba de un lado a otro en su habitación pensando en
la mejor manera de acercarse a Felipe, aun sin que éste se diera cuenta.
De repente se
detuvo con una idea en su cabeza. Supo que necesitaría la ayuda de todos
aquellos que conocieran al joven, entre ellos sus hermanos. Diana, a la que
casi no le hablaba por la diferencia de edad y que era amiga de sus hermanas, y
de Mario, por el que sentía repulsión, pero eran quiénes más la podían ayudar.
Sobre todo Mario, así que debía llenarse de paciencia y soportar a su cuñado.
A la mañana
siguiente Rosa Paula había acordado desayunar en el pueblo con Alejandro. Al
joven no le sorprendió su llamada. Habían quedado en buenos términos el día que
se disculpó por su comportamiento. Lo que si le sorprendió fue la propuesta de
la joven totalmente descarada y fuera de lugar, según su opinión. –¡¿Estás hablando
en serio?! –estaba frente a un plato con huevos revueltos, arepa y queso. Había
dejado de comer al escuchar el descabellado plan que decía la joven sentada al
frente, que le sonreía de manera pícara.
–¿Tú qué
crees?
–¡Que estás loca! –respondió de
manera tajante.
–Yo necesito
olvidarme de Mario y tú necesitas olvidar a tu ex. Me parece lógico que nos
ayudemos.
–Yo no necesito
olvidar a Teresa.
–Sí, seguro que ya
no quieres volver con ella… Vamos, piénsalo, te benficiarás.
–¿Y según tú, cómo?
A ver... –cruzando sus brazos.
–Nos verán juntos,
Teresa se dará cuenta de lo que se ha perdido.
–Claro, y tu novio,
con el que ya he tenido problemas, querrá volver a golpearme.
–¿Le tienes
miedo?
–No, pero no me
gusta meterme en problemas.
–Ni a mí –mintió
rápidamente–. Vamos, por favor –rogó juntando sus manos–. Por favor –hubo unos minutos
de silencio donde Rosa Paula no separó sus manos y Alejandro no dejó de
mirarla–. Mario no es mi novio. Ok, admito que me gusta pero no tenemos
nada.
–¿Y si te gusta y
es obvio que tú le gustas por qué no están juntos?
–Es complicado…
¿Viste cómo se puso mi papá con Mario?
–A ver si entiendo,
tú quieres olvidar al fantoche saliendo con otro.
–Sí, más o menos…
Que él se olvide de mí y yo olvidarme de él –pensó en Mario y en Joaquín, aunque
solo le hubiera hablado del hijo del socio de su padre. No se atrevía a decirle
a nadie más acerca de su primo. Ella tenía que olvidarse de ellos.
–¿Y yo qué
gano?
–A ver… –comenzó a enumerar
con sus dedos–. Primero, soy una novedad en el pueblo. Muchos, incluyendo a Mario
quieren salir conmigo, pero solo tú tendrás ese privilegio…
–¡Vaya, que
modesta! –interrumpió con sarcasmo.
La joven no dejó de
sonreír. –Segundo, podrás echarle en cara a tu ex que te vale mie… que no te
importa lo que hizo, porque ahora estás conmigo.
–Pero sí me
importa.
–Una mujer que se
acuesta con otro y engaña como ella lo hizo no es una buena persona…
–Tú tampoco lo eres
–volvió a interrumpirla–. Quieres engañar al fantoche.
Alzando la voz y
levantándose, Rosa Paula contraatacó. –¿Sabes qué? ¡Ya me cansaste! –todos en el
pequeño restaurante miraron a la pareja–. La conversación y todo esto se acabó –gritó antes de
dirigirse a la salida.
Alejandro sintió
las miradas interrogantes sobre él y lo que había sucedido con la chica. Supo
que Rosa Paula había logrado lo que quería. Todos en el lugar pensarían que
estaban saliendo juntos y que eran pareja, que habían tenido una discusión como
cualquier otra. Alejandro conocía al dueño del lugar y algunas camareras, eso
se traducía en que para la noche, todo el pueblo estaría hablando de ellos.
Pago el consumo y salió con el firme propósito de participar en el plan de la
rosa menor.
Rosa María estaba
sentada frente a Mario en su oficina, los dos estaban en silencio, ella ya
había hablado, el otro había escuchado y cavilaba sobre si aceptar la propuesta
de la joven o no. La menor de las hermanas le gustaba mucho pero no estaba
enamorado de ella, más bien la veía como una especie de trofeo que quería
conquistar. Y ahora venía la hermana de ésta ofreciéndole ayuda para conquistar
su trofeo. Sin embargo había algo que no le cuadraba. –¿Qué hay con el
peón? –preguntó finalmente ladeando un poco la cabeza como quien pregunta algo
obvio.
–¿Quién? –Rosa María no
entendió a quién se refería ni por qué preguntaba eso.
–El peón… tu
primo.
–¡Por favor! ¿Qué
tiene que ver ese tipo en todo esto?
–Es muy evidente
que a ese tipo le gusta Rosa Paula.
–Mi hermana jamás
se fijaría en un tipo como él.
–No… Tú, jamás te
fijarías en un tipo como él… te fijaste en el hijo mayor del socio de tu padre,
eso sí que es mirar alto.
–¿Crees que estoy
con Felipe por el dinero de tu padre?
Mario se cruzó de
brazos y se reclinó en su asiento, estuvo un rato largo en silencio mirando
fijamente a Rosa María. –No –dijo sin ninguna emoción en su voz
para luego continuar con un tono burlón–. Si quisieras el dinero de mi padre te
hubieras fijado en mí.
Rosa María se
carcajeó. –Yo jamás me fijaría en un hombre como tú.
–Así como yo jamás
me fijaría en una mujer como tú.
–Que bueno, así me
evitarías tener que rechazarte –lo interrumpió–. ¿Vas a ayudarme sí
o no?
–Quiero a mi
hermano, aunque no me interesa saber por qué terminó contigo, admito que sí me
interesa que se vaya y que no regrese en un buen tiempo.
–Prometo que si me
ayudas a reconciliarme con tu hermano, me iré con él y lo mantendré lejos el
tiempo que tú quieras.
–¡Hecho! –extendiendo la
mano para cerrar el trato, como buen negociante–. Pero si tu hermana
no es oficialmente mi novia antes de que ustedes se marchen, ten por seguro que
le diré a Pipe de esta conversación –advirtió antes de que la joven se la
estrechara.
–Por eso no te
preocupes, yo cumpliré mi parte del trato –estrechando su mano.
La mayor de Las
Rosas salió de la oficina de su cuñado con sentimientos encontrados.
Primero su amor por Felipe la había llevado a entregar a su hermana a un hombre
que estaba segura que la haría sufrir, y segundo, sabía que ni ella ni Mario
eran los más adecuados para suplantar a cupido. No tenía idea de cómo haría
para que Rosa Paula se fije en Mario, y también sabía que el joven estaba en
las mismas condiciones.
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