El Pequeño Magnate I - Secretos y Revelaciones

miércoles, 13 de diciembre de 2017

Blanco y Negro... ¿Y el Gris?: Cap. 13



BLANCO Y NEGRO… ¿Y EL GRIS?

MAG

Historia

 

CAPÍTULO 13



                   DIEGO

            Llegué a la escuela y me senté en una banca esperando a Andrea, iban a ser las siete y no llegaba, ya me estaba preocupando. Marlon y Franky se acercaron pero como no tenía ganas de hablarles me aparté. Comenzaron a molestarme, pero yo ya tenía muchos problemas en casa así que no les hice caso. Sabía que en el recreo las cosas serían peor. 

Vi que en otra banca estaba sentado el nuevo, también estaba solo. Aparte de Andrea, mi hermana era la otra persona que le hablaba, por supuesto, ella se encargaba de que las otras chicas no se le acercaran. Me molestaba confesarlo pero Saraí era la líder de las chicas. Y los chicos no se le acercaban por solidaridad hacia mí. –Hola, nuevo –me miró extrañado. No esperaba que yo lo saludara, pero enseguida cambió su expresión–. ¿Todavía no tienes amigos? 

–Déjame tranquilo, no quiero problemas, ya tengo suficiente con la academia militar. 

–¿Cuál academia militar? 

–A la que me enviará mi papá por tu culpa. 

–¿Qué hiciste para que tu papá te envíe a una academia militar? 

–Yo no hice nada –eso lo dijo muy enojado, se le notaba cuando apretaba los dientes–. Tú me golpeaste y él cree que me peleé. 

–¡Ah! –no le di importancia a eso que me decía, para mí no la tenía. La verdad ni siquiera sé por qué le estaba hablando–. Oye, nuevo. 

–Mi nombre es Peter –me interrumpió y eso me molestó, por lo que repliqué para molestarlo. 

–Sí, como sea… ¿Siempre eres tan mojigato? 

–¿Qué? –me miró como si no entendiera. 

–Mojigato, bobo, tonto –expliqué. 

–Si lo dices porque no peleo, te diré que mi conducta no depende de ti sino de mi autocontrol –iba a replicarle pero en ese momento sonó el timbre para entrar a clases. Se levantó y antes de irse me dijo todo educadito–. Ahora si me disculpas, tengo clases –me dejó descolocado pero reflexioné lo que dijo sobre el autocontrol. 

En ese momento también me llegaron los consejos de mi hermana acerca de no seguirle el juego a Franky, a Marlon y a Dixon, y hacer lo que ellos decían. Era verdad, siempre terminaba en problemas y ahora hasta de sección me habían cambiado, separándome de mi grupo.



                PETER

Cuando llegué al salón el profesor aun no entraba, vi que todos estaban fuera de sus lugares pero yo me senté en el puesto que me habían asignado, aunque había notado que cada quien se sentaba donde quería. Tal vez Diego tiene razón y soy un monigote, demasiado tonto y por eso es que los demás se aprovechan, pero es que a mí no me gusta pelear, aunque me provoquen siempre recurro a mi autocontrol y prefiero retirarme. 

Saraí se sentó a mi lado. –¡Hola, Peter! ¿Vienes a mi casa hoy? 

–No… Hola… No puedo –me agarró desprevenido–. Además, no quiero que Diego pelee conmigo. 

–Por eso no te preocupes, Diego está en salsa. 

–¿En qué? –pregunté sin entender nada. 

–Que mi mamá lo tiene amenazado –me explicó–. No puede meterse en problemas porque lo suena –me dijo eso último en un susurro. 

–Eso de que lo suena ¿Significa que le pegará? –ella asintió–. No quiero que le peguen a tu hermano, no es de mis personas favoritas pero no soy un sádico. 

–Ya te dije que no te preocupes, él se portará bien. 

–¿Andrea puede venir también? –pregunté sin ninguna mala intención, lo juro. 

Ella gruñó y gritó de modo que todos en el salón nos miraron. –Ya no quiero que vengas –y se levantó furiosa para sentarse en la parte de atrás como siempre. 

Fue una forma brusca de evadir la invitación, y aunque lo hice sin querer me salió bien. No quería más problemas en mi casa. Mi papá seguía firme en su decisión de enviarme a la academia militar y por eso mi mamá estaba molesta y no le hablaba. El ambiente en mi casa es muy tenso, sobre todo a la hora de la cena. Mi papá por la misma situación ha dejado de ir a casa para almorzar.



                JOSEPH

De la conversación entre el embajador y dos colegas que se estaba llevando a cabo enfrente de mí solo me había enterado que era acerca de lo que nuestro presidente había declarado contra el gobierno de Corea del Norte. El resto me lo había perdido. Estaba tan metido en mis pensamientos que nada me importaba. 

Pensaba en Mayra, una hermosa mujer color chocolate de ojos verdes y grandes caderas. La conocí hace una semana en un almuerzo con los embajadores de Colombia y Panamá. Desde que la vi me sentí atraído, aun sin cruzar palabras. Luego me enteré de que es colombiana y además de asesorar al embajador también es su esposa. Eso no impidió que quisiera conocerla más a fondo. Se notaba que era una mujer interesante en muchos aspectos, su físico impresionaba pero su conversación fue lo que me cautivó. Es una mujer muy preparada en las relaciones internacionales, y por su trabajo, igual al mío, había conocido muchos países. Lamentablemente no habíamos coincidido en ninguno hasta ahora. 

Durante toda la semana nos reunimos con diferentes embajadores latinoamericanos. Con el embajador colombiano, aconsejado por mí, nos reunimos tres veces más. Por supuesto, más que estrechar lazos entre los países, mi objetivo era verla. Sé que también le resulto interesante. La forma como se dirigía hacia mí me lo decía, y esta mañana lo confirmé. Había acordado un almuerzo conmigo, sin asesores, sin embajadores y por supuesto sin marido. 

No dejo de pensar en ella y en el almuerzo de hoy. Lo único que hago es imaginármela desnuda en mi cama.



                LUIS GERARDO

Andrea no había ido al colegio, además de estar suspendida por las notas enviadas al director no se sentía bien. Había pasado toda la noche con fiebre, bajaba por unas horas luego de darle el medicamento. Había tomado su temperatura por séptima vez desde la noche y la fiebre continuaba, se quejaba de dolor de cabeza y había vomitado dos veces. Mi pequeña casi nunca se enfermaba y eso me preocupaba aún más. Miré el termómetro y suspiré al ver que casi llegaba a los treinta y nueve grados. Decidí llevarla a la clínica y le dije que se diera un baño para bajar la temperatura. Ya no podía darle más medicamento, tenía miedo de pasarme de dosis. 

No esperaba que ella se resistiera, por lo general era muy dócil cuando se sentía mal, aunque no le gustaban los médicos. El malestar, la fiebre y el dolor hacían que obedeciera a la primera orden que le daba. Pero hoy no estaba por la labor. –Andrea por favor, ve a bañarte. 

–No quiero, no quiero ir a la clínica –se cruzó de brazos y miró al otro lado. 

–Andrea, por favor… ya no sé qué más hacer para bajar la fiebre, tiene que verte un médico. 

–No voy a ir a la clínica –se giró al otro lado. 

–Andrea… 

–¡No! Te escuché a hablando con ella, seguro que nos encontrará en la clínica –se notaba que estaba llorando–. Solo por eso quieres llevarme. 

Me acosté a su lado y la abracé, ni siquiera en esas circunstancias podía olvidarse del tema de Aymé. –Solo quiero que te sientas mejor… y si quiero que Aymé esté a mi lado mientras te examinan... 

–¡No! –me interrumpió–. ¡No quiero que vaya! 

–Déjame terminar –sentí que continuaba llorando–. Si quiero que Aymé esté a mi lado mientras te examinan, es para sentirme mejor, porque necesito a alguien que me apoye. 

–Iré solo si ella no va. 

–Andrea, no vas a chantajearme –le dije muy serio–. Te bañarás y después iremos a la clínica –fui firme esta vez–. Y si tengo que gastarme todo lo que tengo para que un médico te vea así sea en casa, lo haré… y eso no significa que Aymé no pueda venir para apoyarme –me levanté y salí de su habitación. 

Esperaba que me obedeciera sin necesidad de volver a discutir. Todo este asunto de celos ya me estaba cansando, y pensé seriamente en el consejo de Aymé de consultar un psicólogo para que Andrea acepte los hechos.



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