El Pequeño Magnate I - Secretos y Revelaciones

jueves, 11 de enero de 2018

Blanco y Negro... ¿Y el Gris?: Cap. 15



BLANCO Y NEGRO… ¿Y EL GRIS?

MAG

Historia

 

CAPÍTULO 15




                JULIANA


Al llegar a la escuela de mis hijos bajé del carro y fui hasta la puerta a retirarlos. El primero en llegar fue Johnny, vino corriendo a decirme que estaría en la obra de final de curso el siguiente mes. Él, como siempre, estaba emocionadísimo, yo ya me había acostumbrado al talento histriónico de mi enano. Saraí y Diego llegaron casi juntos y los cuatro nos dirigimos al carro. –Tengo algo muy importante que decirles –estaba muy nerviosa por su reacción. Ya sabía que se conocían, pero también sabía que no habían congeniado. 

Saraí se detuvo a pocos metros del carro y Diego, a quien estaba abrazando, se deshizo de mi abrazo cuando vio que no era mi carro y quien estaba al volante. –¿Es tu novio, mami? –preguntó Johnny con una gran sonrisa. Al parecer era el único que no le caía mal la noticia de mi noviazgo. 

–Sí, él es Esteban, mi novio –respondí muy firme. 

–¿Por qué viniste con él? –Diego se notaba muy enojado y estaba conteniéndose. Sé que mi hijo estaba haciendo un gran esfuerzo por controlarse y no gritar, algo que yo jamás había visto. 

–Estábamos juntos y se hizo la hora de la salida… Esteban irá con nosotros a almorzar. 

–¿Qué? ¿A nuestra casa? –la reacción de Saraí fue más parecida a la que esperaba de ellos–. ¿Te volviste loca? –ese grito hizo que varias personas nos miraran. 

–Saraí, por favor, no quiero escenas en la calle –le susurré para no seguir llamando la atención, pero por mi tono sabía que tendría problemas al llegar a casa. 

–Yo no voy a entrar a ese carro –se cruzó de brazos y miró hacia otro lado. 

Esteban nos miraba desde dentro y decidió salir, yo no quería que interviniera pero era de esperar que dijera algo. Sin embargo fue Johnny quien habló primero, lo saludó y le preguntó tan directo como siempre, cuáles eran sus intenciones conmigo. Esteban se quedó perplejo por lo maduro que era mi hijo menor. –Por ahora solo quiero almorzar con ella… y con ustedes, si lo permiten. Ya después veremos –le respondió sin dejar de mirarlo, algo que Johnny apreciaba y veía con buenos ojos. Luego buscó mi mirada y comprendió que teníamos que hablar de muchas cosas antes de decidir el destino de nuestra relación. 

–Esperaré a papá aquí –la voz de Saraí me sacó de mis pensamientos, pero lo que más me sorprendió fue la actitud de Diego. 

–¿Por qué no te comportas como la mujer que dices ser? –Saraí lo miró sin creer lo que decía su hermano, y la verdad yo tampoco lo creía. Diego abrió la puerta trasera y entró al carro seguido de Johnny. Todos, inclusive Esteban nos quedamos sin palabras.




                DIEGO


Me sentía diferente. Algo había cambiado al autoanalizarme. Las palabras de Peter sobre el autocontrol y evitar meterse en problemas por culpa de otros me habían hecho reflexionar. Había pasado mis tres años de bachillerato metiéndome en problemas para agradarles a unos chicos que creía mis amigos pero que jamás se arriesgaban por mí. Y ahora pasaba esto. 

Mi mamá vino con su novio adolescente y yo hervía de la rabia y los celos. Sí, tenía celos porque ya su atención no sería exclusiva para nosotros. Ahora entendía a Andrea cuando veía a la profesora Bastidas y no quería que me pasara lo mismo. No quería que mi mamá nos dejara por ese tonto noviecito adolescente. Sin embargo respiré profundo y me dije que no haría escándalos delante de toda la escuela, quedaría como el niño mimado que llora por su mamá. Además la actitud de Saraí me hizo ver lo ridículo que me vería. –¿Por qué no te comportas como la mujer que dices ser? –no sé de dónde me salió decir eso, tal vez para hacerle creer a los demás que nada me importaba cuando no era así. Por supuesto no iba a quedarme allí y que todos me miraran como si fuera un extraterrestre, así que entré en el carro del noviecito de mi mamá y Johnny entró detrás de mí. No sé qué fue lo que pasó afuera pero no pasó mucho tiempo hasta que Saraí nos acompañó en el asiento trasero. 

Mi mamá y su novio subieron casi al mismo tiempo. –Creo que no nos han presentado formalmente –dijo el tipo mientras aceleraba. 

Yo no dije nada pero Saraí no se pudo quedar callada. –No hace falta saber el nombre del chulo de mi mamá. 

–Saraí, por favor... –mi mamá iba a comenzar a regañarla pero vi como el tipo le tocó el brazo para que no continuara. 

–Me llamo Esteban Méndez, tengo veintidós años y estoy enamorado de Juliana –mi mamá lo miró sin creer lo que escuchaba y hubiera hablado pero de nuevo Saraí no se quedó callada. 

–¿Y lo dices así como así? 

–Yo me llamo Jonathan pero me dicen Johnny –el enano estaba muy entusiasmado con el tipo–. Él es Diego y ella Saraí –dijo señalándonos–. ¿Dónde comeremos? –mi mamá iba a responder pero su novio la interrumpió. 

–Iremos a la finca donde crecí, comeremos carne en vara y lo que quieran. 

Era evidente que ya se había ganado al enano y que trataba de ganarnos a nosotros.

        


                    JOSEPH


Estar con Mayra es realmente agradable. Nuestra conversación nada tiene que ver con el trabajo, ni siquiera mencionamos a nuestras familias. Así que ella no sabe que estoy casado y tengo hijos ni yo sé más allá de que está casada con el embajador colombiano. Sin embargo hablamos de todos los países que hemos visitado y las culturas que a los dos nos gustan. La impresión que tenía de ella de mujer atractiva y hermosa además de culta la pude confirmar mientras conversábamos. 

Mayra me tenía hipnotizado, no podía apartar la mirada de sus labios rojos seductores, su mirada me decía que también me deseaba, quizás tanto como yo a ella, pero ninguno se atrevía a decir nada ni hablar de sexo. A pesar de que cuando la imaginé desnuda junto a mí, disfrutando de todas esas curvas que solo poseen las mujeres latinas, mi entrepierna comenzó a palpitar y agrandarse haciendo presión con el pantalón. –Creo que deberíamos hablar de lo que realmente queremos –dejó su copa en la mesa y entrelazó sus manos. 

–¿A qué te refieres? –le dije, aunque intuía la respuesta. 

–El almuerzo casi termina y no hemos hablado del tema que nos interesa. 

–¿Y ese tema es...? –dejé que fuera ella quien contestara, no por temor a equivocarme, sabía de qué hablaba. Lo hice por educación. No quería que pensara que estaba acosándola. 

–Nos vemos aquí en una hora –dejó una tarjeta sobre la mesa, era de un hotel reconocido de la ciudad–. Detrás está el número de la habitación. 

No supe de dónde la había sacado, la giré, vi el número y lo memoricé. Le regresé la tarjeta y antes de que pensara que no estaba interesado o que me había retractado, le aseguré. –Allí estaré –se levantó y yo hice lo propio, nos despedimos con un apretón de manos como si hubiéramos tenido una reunión de negocios y se retirara con ese movimiento sensual que tiene al caminar. 

Me senté y antes de pedir la cuenta ordené un whisky, necesitaba un trago fuerte para pensar en lo que estaba a punto de hacer. Hace algún tiempo tuve algunas aventuras, nada serio, al menos de mi parte. Sin embargo una de esas aventuras tuvo consecuencias de las cuales Leeanne sospechó pero nunca comprobó nada. Ahora el asunto se complica más, ambos somos personas reconocidas en nuestro medio y hay que cuidarse de todos. 

Pagué la cuenta y salí del restaurante, mientras estaba en el auto miré el retrovisor, sigo siendo un hombre joven, apenas tengo treinta y cinco años y me mantengo en forma sin llegar a tener el cuerpo de un modelo o un físico-culturista. Miré el reloj y me di cuenta que aún faltaba mucho para nuestra cita. Salí del estacionamiento y comencé a recorrer la ciudad rumbo al hotel, antes de llegar entré en una farmacia y compré condones y lubricante, esperaba tener una tarde muy placentera con Mayra.




                ANDREA


La comida estaba muy rica, eso me confirmó que no la preparó mi papá, pero aun así yo no hablé durante el almuerzo, no quería hacerle ningún cumplido a esa. Mi papá y ella se pasaron todo el rato hablando de posibles trabajos para esa, el colegio tal o el colegio no sé cuál, que si también podía trabajar en no sé cuál ministerio, en fin. Si por mi papá fuera le leería los clasificados, está completamente babeado por esa. Yo seguía comiendo aun cuando ellos habían terminado hacía rato, la puerta sonó y mi papá fue a abrir, se asomó por la mirilla y luego pegó la frente a la puerta, obviamente se lamentaba del visitante. Respiró profundo, se recompuso y abrió, ni siquiera pudo saludar, su jefe estaba furioso. –Dijo que iba a llegar tarde, Soler. No que no iría… ¿Y todo lo que hay que hacer hoy, qué? 

–Pensé que fuera de la oficina seríamos Armando y Luis Gerardo –mi papá habló bastante calmado, pero lo conozco bien y sé que se estaba conteniendo. 

–No me cambie el tema, Soler –continuó gritando el papá de Diego. 

Fui hasta la puerta y me paré al lado de mi papá, él me abrazó y antes de que hablara yo lo hice. –Perdónelo, señor González, yo me enfermé y tuvo que llevarme a la clínica. Llegamos hace rato y entre los dos hicieron el almuerzo. Está rico y hay mucha comida ¿Quiere acompañarnos? –nada más decirlo y me arrepentí, mi papá me miró sorprendido con ganas de matarme y el papá de Diego también estaba sorprendido, y estoy segura, aunque no pude verle la cara, la profesora Bastidas estaba en las mismas–. Es que no es bonito comer solo –dije como quien no quiere la cosa para remendar la gran metida de pata. 

Sabía que mi papá me perdonaría eso por el hecho de no dejarlo comer solo. –Gracias, Andrea –respondió mirándome y sin gritar–. Pero ya almorcé –me sonrió. Pocas veces lo había visto sonreír y se parecía a Diego o más bien Diego se parecía a él cuando sonreía–. Espero que te mejores. 

–Gracias. 

–Y disculpa, Luis Gerardo. No sabía los motivos por los que no fuiste a la oficina. Debo aprender a separar una cosa de la otra. 

–Descuida, Armando, no acostumbro a faltar al trabajo. 

–Lo sé, y debí tener eso en cuenta. 

Papá cerró la puerta, luego de que el señor González se retirara a su casa, me preguntó, aun sorprendido pero no molesto, por qué lo había invitado y le respondí que no sabía, lo había notado extraño y me pareció lo correcto. Por su cara vi que dudaba de mi sinceridad, tal vez pensó que quería fastidiar su tarde con la profesora Bastidas pero no era mi intención. Realmente creí que debía invitarlo. 





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