BLANCO Y NEGRO… ¿Y EL GRIS?
MAG
Historia
CAPÍTULO 15
JULIANA
Al
llegar a la escuela de mis hijos bajé del carro y fui hasta la puerta a
retirarlos. El primero en llegar fue Johnny, vino corriendo a decirme que
estaría en la obra de final de curso el siguiente mes. Él, como siempre, estaba
emocionadísimo, yo ya me había acostumbrado al talento histriónico de mi enano.
Saraí y Diego llegaron casi juntos y los cuatro nos dirigimos al carro. –Tengo
algo muy importante que decirles –estaba muy nerviosa por su reacción. Ya sabía
que se conocían, pero también sabía que no habían congeniado.
Saraí
se detuvo a pocos metros del carro y Diego, a quien estaba abrazando, se
deshizo de mi abrazo cuando vio que no era mi carro y quien estaba al volante.
–¿Es tu novio, mami? –preguntó Johnny con una gran sonrisa. Al parecer era el
único que no le caía mal la noticia de mi noviazgo.
–Sí,
él es Esteban, mi novio –respondí muy firme.
–¿Por
qué viniste con él? –Diego se notaba muy enojado y estaba conteniéndose. Sé que
mi hijo estaba haciendo un gran esfuerzo por controlarse y no gritar, algo que
yo jamás había visto.
–Estábamos
juntos y se hizo la hora de la salida… Esteban irá con nosotros a almorzar.
–¿Qué?
¿A nuestra casa? –la reacción de Saraí fue más parecida a la que esperaba de
ellos–. ¿Te volviste loca? –ese grito hizo que varias personas nos miraran.
–Saraí,
por favor, no quiero escenas en la calle –le susurré para no seguir llamando la
atención, pero por mi tono sabía que tendría problemas al llegar a casa.
–Yo no
voy a entrar a ese carro –se cruzó de brazos y miró hacia otro lado.
Esteban
nos miraba desde dentro y decidió salir, yo no quería que interviniera pero era
de esperar que dijera algo. Sin embargo fue Johnny quien habló primero, lo
saludó y le preguntó tan directo como siempre, cuáles eran sus intenciones
conmigo. Esteban se quedó perplejo por lo maduro que era mi hijo menor. –Por
ahora solo quiero almorzar con ella… y con ustedes, si lo permiten. Ya después veremos
–le respondió sin dejar de mirarlo, algo que Johnny apreciaba y veía con buenos
ojos. Luego buscó mi mirada y comprendió que teníamos que hablar de muchas
cosas antes de decidir el destino de nuestra relación.
–Esperaré
a papá aquí –la voz de Saraí me sacó de mis pensamientos, pero lo que más me
sorprendió fue la actitud de Diego.
–¿Por
qué no te comportas como la mujer que dices ser? –Saraí lo miró sin creer lo
que decía su hermano, y la verdad yo tampoco lo creía. Diego abrió la puerta
trasera y entró al carro seguido de Johnny. Todos, inclusive Esteban nos
quedamos sin palabras.
DIEGO
Me
sentía diferente. Algo había cambiado al autoanalizarme. Las palabras de Peter
sobre el autocontrol y evitar meterse en problemas por culpa de otros me habían
hecho reflexionar. Había pasado mis tres años de bachillerato metiéndome en
problemas para agradarles a unos chicos que creía mis amigos pero que jamás se
arriesgaban por mí. Y ahora pasaba esto.
Mi mamá
vino con su novio adolescente y yo hervía de la rabia y los celos. Sí, tenía
celos porque ya su atención no sería exclusiva para nosotros. Ahora entendía a
Andrea cuando veía a la profesora Bastidas y no quería que me pasara lo mismo. No
quería que mi mamá nos dejara por ese tonto noviecito adolescente. Sin embargo
respiré profundo y me dije que no haría escándalos delante de toda la escuela,
quedaría como el niño mimado que llora por su mamá. Además la actitud de Saraí
me hizo ver lo ridículo que me vería. –¿Por qué no te comportas como la mujer
que dices ser? –no sé de dónde me salió decir eso, tal vez para hacerle creer a
los demás que nada me importaba cuando no era así. Por supuesto no iba a
quedarme allí y que todos me miraran como si fuera un extraterrestre, así que
entré en el carro del noviecito de mi mamá y Johnny entró detrás de mí. No sé
qué fue lo que pasó afuera pero no pasó mucho tiempo hasta que Saraí nos
acompañó en el asiento trasero.
Mi mamá
y su novio subieron casi al mismo tiempo. –Creo que no nos han presentado
formalmente –dijo el tipo mientras aceleraba.
Yo
no dije nada pero Saraí no se pudo quedar callada. –No hace falta saber el
nombre del chulo de mi mamá.
–Saraí,
por favor... –mi mamá iba a comenzar a regañarla pero vi como el tipo le tocó el
brazo para que no continuara.
–Me llamo
Esteban Méndez, tengo veintidós años y estoy enamorado de Juliana –mi mamá lo
miró sin creer lo que escuchaba y hubiera hablado pero de nuevo Saraí no se
quedó callada.
–¿Y
lo dices así como así?
–Yo
me llamo Jonathan pero me dicen Johnny –el enano estaba muy entusiasmado con el
tipo–. Él es Diego y ella Saraí –dijo señalándonos–. ¿Dónde comeremos? –mi mamá
iba a responder pero su novio la interrumpió.
–Iremos
a la finca donde crecí, comeremos carne en vara y lo que quieran.
Era evidente
que ya se había ganado al enano y que trataba de ganarnos a nosotros.
JOSEPH
Estar
con Mayra es realmente agradable. Nuestra conversación nada tiene que ver con
el trabajo, ni siquiera mencionamos a nuestras familias. Así que ella no sabe
que estoy casado y tengo hijos ni yo sé más allá de que está casada con el
embajador colombiano. Sin embargo hablamos de todos los países que hemos
visitado y las culturas que a los dos nos gustan. La impresión que tenía de
ella de mujer atractiva y hermosa además de culta la pude confirmar mientras
conversábamos.
Mayra
me tenía hipnotizado, no podía apartar la mirada de sus labios rojos seductores,
su mirada me decía que también me deseaba, quizás tanto como yo a ella, pero
ninguno se atrevía a decir nada ni hablar de sexo. A pesar de que cuando la
imaginé desnuda junto a mí, disfrutando de todas esas curvas que solo poseen
las mujeres latinas, mi entrepierna comenzó a palpitar y agrandarse haciendo
presión con el pantalón. –Creo que deberíamos hablar de lo que realmente
queremos –dejó su copa en la mesa y entrelazó sus manos.
–¿A qué
te refieres? –le dije, aunque intuía la respuesta.
–El
almuerzo casi termina y no hemos hablado del tema que nos interesa.
–¿Y
ese tema es...? –dejé que fuera ella quien contestara, no por temor a
equivocarme, sabía de qué hablaba. Lo hice por educación. No quería que pensara
que estaba acosándola.
–Nos
vemos aquí en una hora –dejó una tarjeta sobre la mesa, era de un hotel
reconocido de la ciudad–. Detrás está el número de la habitación.
No supe
de dónde la había sacado, la giré, vi el número y lo memoricé. Le regresé la
tarjeta y antes de que pensara que no estaba interesado o que me había
retractado, le aseguré. –Allí estaré –se levantó y yo hice lo propio, nos
despedimos con un apretón de manos como si hubiéramos tenido una reunión de
negocios y se retirara con ese movimiento sensual que tiene al caminar.
Me
senté y antes de pedir la cuenta ordené un whisky, necesitaba un trago fuerte
para pensar en lo que estaba a punto de hacer. Hace algún tiempo tuve algunas
aventuras, nada serio, al menos de mi parte. Sin embargo una de esas aventuras
tuvo consecuencias de las cuales Leeanne sospechó pero nunca comprobó nada.
Ahora el asunto se complica más, ambos somos personas reconocidas en nuestro
medio y hay que cuidarse de todos.
Pagué
la cuenta y salí del restaurante, mientras estaba en el auto miré el
retrovisor, sigo siendo un hombre joven, apenas tengo treinta y cinco años y me
mantengo en forma sin llegar a tener el cuerpo de un modelo o un físico-culturista.
Miré el reloj y me di cuenta que aún faltaba mucho para nuestra cita. Salí del
estacionamiento y comencé a recorrer la ciudad rumbo al hotel, antes de llegar
entré en una farmacia y compré condones y lubricante, esperaba tener una tarde
muy placentera con Mayra.
ANDREA
La
comida estaba muy rica, eso me confirmó que no la preparó mi papá, pero aun así
yo no hablé durante el almuerzo, no quería hacerle ningún cumplido a esa. Mi papá y ella se pasaron todo el
rato hablando de posibles trabajos para esa,
el colegio tal o el colegio no sé cuál, que si también podía trabajar en no sé
cuál ministerio, en fin. Si por mi papá fuera le leería los clasificados, está
completamente babeado por esa. Yo
seguía comiendo aun cuando ellos habían terminado hacía rato, la puerta sonó y
mi papá fue a abrir, se asomó por la mirilla y luego pegó la frente a la puerta,
obviamente se lamentaba del visitante. Respiró profundo, se recompuso y abrió,
ni siquiera pudo saludar, su jefe estaba furioso. –Dijo que iba a llegar tarde,
Soler. No que no iría… ¿Y todo lo que hay que hacer hoy, qué?
–Pensé
que fuera de la oficina seríamos Armando y Luis Gerardo –mi papá habló bastante
calmado, pero lo conozco bien y sé que se estaba conteniendo.
–No me
cambie el tema, Soler –continuó gritando el papá de Diego.
Fui hasta
la puerta y me paré al lado de mi papá, él me abrazó y antes de que hablara yo
lo hice. –Perdónelo, señor González, yo me enfermé y tuvo que llevarme a la
clínica. Llegamos hace rato y entre los dos hicieron el almuerzo. Está rico y
hay mucha comida ¿Quiere acompañarnos? –nada más decirlo y me arrepentí, mi
papá me miró sorprendido con ganas de matarme y el papá de Diego también estaba
sorprendido, y estoy segura, aunque no pude verle la cara, la profesora
Bastidas estaba en las mismas–. Es que no es bonito comer solo –dije como quien
no quiere la cosa para remendar la gran metida de pata.
Sabía
que mi papá me perdonaría eso por el hecho de no dejarlo comer solo. –Gracias,
Andrea –respondió mirándome y sin gritar–. Pero ya almorcé –me sonrió. Pocas
veces lo había visto sonreír y se parecía a Diego o más bien Diego se parecía a
él cuando sonreía–. Espero
que te mejores.
–Gracias.
–Y
disculpa, Luis Gerardo. No sabía los motivos por los que no fuiste a la
oficina. Debo aprender a separar una cosa de la otra.
–Descuida,
Armando, no acostumbro a faltar al trabajo.
–Lo
sé, y debí tener eso en cuenta.
Papá
cerró la puerta, luego de que el señor González se retirara a su casa, me
preguntó, aun sorprendido pero no molesto, por qué lo había invitado y le
respondí que no sabía, lo había notado extraño y me pareció lo correcto. Por su
cara vi que dudaba de mi sinceridad, tal vez pensó que quería fastidiar su
tarde con la profesora Bastidas pero no era mi intención. Realmente creí que
debía invitarlo.
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