El Pequeño Magnate I - Secretos y Revelaciones

jueves, 11 de enero de 2018

3 Rosas: Cap. 15



3 ROSAS

MAG

Historia

 

CAPÍTULO 15


Buscando la verdad 1.




Joaquín estornudó tres veces seguidas y luego un ataque de tos le impidió continuar con la discusión que tenía con su madre. 

Estaban en la cocina de la casa del joven. Joaquín desde la noche anterior no se encontraba bien, un malestar en todo el cuerpo se había apoderado de él en horas de la tarde abriéndole el camino a la fiebre que se presentó durante la noche, por la mañana los estornudos y la tos completaron el cuadro gripal. El joven se había quedado dormido por la mala noche que pasó, en vista de que no había ido a dar los buenos días ni el beso matutino, Aurora decidió verlo en su casa. 

Tenían casi una hora discutiendo, desde que la mujer lo despertara sin querer. El joven alegaba que debía trabajar, había mucho por hacer y lo último que quería era que su tío lo acusara de holgazán. Aurora se oponía porque veía que su hijo no estaba condiciones ni siquiera de dejar la cama. –Tengo que ir a trabajar, mamá –dijo por enésima vez–. Hay que marcar las reses, seleccionarlas, comprar cosas y mucho más. 

–Pero no puedes salir, Joaquín –elevó la voz para que su hijo por fin entendiera–. Todavía tienes fiebre… no dejas de toser y estornudar –Joaquín volvió a estornudar para confirmar lo que su madre decía–. ¿Ves? 

–Eso no importa, igual tengo que hacerlo –continuo testarudo–. Un simple resfriado no me va a detener. 

–Yo podría hablar con Eleazar y… 

–¡No! –la cortó–. No se te ocurra hablar con el viejo… no quiero que me ayudes con él, mamá. No necesito su compasión ni lástima porque estoy enfermo. 

–Pero Joaquín… 

–¡Dije que no, mamá! –el joven fue muy firme en sus palabras. 

–Eleazar no es malo, hijo. 

–Sabes mamá… siempre me he preguntado por qué tanto afán por hacerlo parecer más bueno de lo que es. Esa fe ciega y tenerlo en un pedestal como si lo mereciera… y a veces he pensado que toda la vida has estado enamorada de él –Aurora se horrorizó–. ¿Tengo razón? 

–¡Por Dios, Joaquín! ¿Cómo puedes pensar eso? Eleazar era el esposo de María Rosa, jamás le haría eso a mi hermana –escandalizada. 

–Solo júrame una cosa, mamá –la apremió en un tono desesperado que ni él mismo reconoció–. Dime que ese hombre no es mi padre –Aurora no sabía por qué preguntaba eso. El joven continuó–. ¡Júramelo, mamá, por favor! 

–¡Por supuesto que no! –respondió indignada. 

En medio de un nuevo ataque de tos, Joaquín dijo. –Es muy importante que me digas la verdad… ¿Eleazar Aldana es mi padre? 

–¡Ya te dije que no! No entiendo por qué lo preguntas. 

–Eso no importa –se sintió aliviado. De haber sido afirmativa la respuesta habría muerto en vida por lo que estaba comenzando a sentir por Rosa Paula. Sin esperar a que su madre saliera de casa fue al baño y abrió la regadera. Por instinto metió la mano bajo el chorro y enseguida supo que bañarse sería una tortura. Tenía fiebre y percibió el agua fría pero estaba seguro que eso lo ayudaría a sentirse mejor. 

Aurora era tan testaruda como su hijo y cuando vio que éste estaba dispuesto a trabajar sin importarle su salud, salió de la casa rumbo a la oficina de Eleazar, en la casa principal. Hablaría con el hombre para interceder por su hijo enfermo. No contó con la suerte que necesitaba, Eleazar había salido de la casa hacía diez minutos y ni siquiera el celular contestaba.



Joaquín se había sentado bajo un árbol y había cerrado sus ojos tratando de mitigar el dolor de cabeza y la pesadez de su cuerpo. La voz de Guillermo, su mano derecha y la de Eleazar, lo trajo de vuelta. Abrió sus ojos exacerbando el dolor, respiró profundo para buscar alivio internamente. Guillermo le informó que Eleazar había llegado y preguntaba por él. Con dificultad se levantó, un nuevo ataque de tos lo acompañó a su encuentro con su tío. Eleazar no tuvo que preguntar si se encontraba bien, era evidente que no lo estaba. Sin embargo lo saludó como siempre, una inclinación de cabeza, y esperó a que el joven hablara. –Todas las reses se ven sanas y en buenas condiciones, la señorita Rosa Elena tiene que examinarlas para confirmar –Eleazar asintió–. De las setenta reses que le compró a Don Agustín solo faltan veinticinco por marcar. Cincuenta y cuatro se seleccionaron como lecheras, y las diez mejores se seleccionaron  para los toros –a Eleazar le gustaba como Joaquín le daba sus reportes pero la tos se hizo presente en un nuevo ataque y eso le confirmó que el joven no estaba en condiciones, bastaba con solo mirarlo a los ojos rojos. 

Lo interrumpió antes de continuar. –Deberías estar en tu casa, descansando. 

–Hay mucho por hacer, señor. 

–No estás en condiciones –dijo con más autoridad–. Dile a Guillermo que te lleve a casa. 

–Estoy bien, señor –sin dejar de toser. 

–No te ves bien. 

–Solo es un resfriado, un poco de tos. 

–No está a discusión, dile a Guillermo que te lleve a casa. 

–No se preocupe, me iré solo –montando su caballo. 

–Marcos, acompáñalo. No quiero que vaya solo –le dijo a otro de sus empleados. El hombre asintió y montó su caballo. 

Guillermo dirigía a los empleados a falta de los “patrones” como llamaba a Eleazar y Joaquín. Eleazar comenzó a caminar hacia donde estaban marcando las reses. No habían dado más de cinco pasos cuando vio como Joaquín caía del caballo lastimándose el lado izquierdo del cuerpo y quedando inconsciente. Marcos bajó del caballo para ayudarlo. Eleazar se acercó también, igual que otros hombres. –¿Qué le pasó? –pregunto el hombre. 

–Está hirviendo, Don Eleazar –respondió Marcos. 

Eleazar lo tocó y lo confirmó. –Llamen a Guillermo y que lo lleve al hospital, rápido –apremió–. Y avísenle a su madre. 

Por primera vez en mucho tiempo Eleazar estaba preocupado por el joven. Por un momento olvidó el problema que hacía cinco años habían tenido. Estaba preocupado por la salud del muchacho.



Joaquín estaba acostado en su cama, su madre había llegado y lo regañaba. El joven había recuperado el sentido y se había negado a ir al hospital, por lo que el mismo Eleazar había mandado a buscar al médico en el pueblo. 

Mientras Aurora regañaba a Joaquín, Eleazar estuvo presente, el joven se sintió como un mocoso adolescente que su madre lo regaña delante de extraños, aunque su tío no era un extraño y en varias ocasiones había presenciado escenas similares y hasta él mismo había tenido que reprenderlo cuando era adolescente, no solo verbalmente sino físicamente. 

En menos de media hora el doctor Juan Daniel Zamora, el hermano mayor de Juan José, entró en la casa amarilla que estaba en la entrada de la hacienda El Rosal. Saludó a Eleazar, Aurora y Joaquín, se sentó al borde de la cama junto al muchacho y comenzó a hacerle las preguntas de rigor, Aurora no le daba oportunidad a responder. –¿Por favor, mamá podrías salir? No soy un niño. 

–No me voy, puede que no seas un niño pero te comportas como uno y sea lo que sea que diga el doctor quiero saberlo. 

Eleazar salió de la habitación y decidió esperar en la sala. Juan Daniel reía por la forma como madre e hijo interactuaban. Examinó a Joaquín de pies a cabeza. Estaba en casa de Eleazar examinando a su sobrino. Siempre intentaba hacer bien su trabajo pero sentía que debía esmerarse más, quizás porque era el sobrino del suegro de su hermano. El diagnóstico fue bronquitis, lo que parecía un simple resfriado se había complicado con una infección respiratoria. –Te inyectaré para la fiebre. Los antibióticos serán por cinco días, vendré a verte y decidiré si es necesario continuarlos o no –dijo Juan Daniel preparando el medicamento–. Si no tienes quien te inyecte, puedo hacerlo por las noches. 

–Yo lo haré doctor –intervino Aurora–. Soy enfermera. Hace mucho que no ejerzo la profesión, pero no he olvidado nada. 

Juan Daniel sonrió. –Son cosas que nunca se olvidan –luego se dirigió a Joaquín–. El brazo no está fracturado, pero sufriste una fuerte contusión… Esto te ayudará para aliviar el dolor. –inyectándolo en el brazo derecho–. Luego tomaras analgésicos cada ocho horas. 

–Dígaselo a ella –moviendo la cabeza hacia Aurora–. Ella es la enfermera y la madre. 

Juan Daniel se carcajeó por la mueca y el tono de voz que utilizó el joven. Luego de la inyección le dio la receta a Aurora y comenzó a recoger sus cosas. –¿Cuál es su nombre, doctor? Me gustaría que usted sea el medico del terco de mi hijo. 

El doctor se volvió a carcajear. –Mi nombre es Juan Daniel Zamora, mi padre es el famoso doctor Juan Andrés Zamora –Aurora se sorprendió y no pudo disimularlo–. Lo buscaron a él pero no está en la ciudad. 

–Ahora seguro que querrá que mi médico sea su padre y no usted, solo por ser famoso –dijo Joaquín con fastidio. 

–No, no se preocupe doctor, si usted no puede, buscaré a otro –Aurora estaba muy nerviosa. 

–No se preocupe, señora, yo puedo ver a Joaquín las veces que sean necesarias. 

–¡Gracias! –respondió la mujer muy tímida. 

–¡Gracias, doctor! –dijo el joven. 

–Vendré en cinco días –se despidió Juan Daniel. Al salir, Guillermo estaba esperándolo en la sala. Le dijo que Eleazar pagaría sus honorarios profesionales pero el joven doctor se negó a aceptarlos. Ambos hombres salieron de la casa comentando el cuadro del joven y las recomendaciones médicas. Debía estar toda la semana descansando en casa.

En la habitación, Aurora vio cómo su hijo se levantaba y buscaba una camisa limpia. –¿A dónde vas? 

–Tengo cosas que hacer. 

–Pero Joaquín... 

–Ya me inyectaron, mamá. Eso me bajará la fiebre, me aliviará el dolor y el malestar –dijo mientras se abrochaba la camisa y caminaba a la salida seguido por su madre. 

–Pero todavía no estás bien –levanto la voz cuando llegaron al pequeño jardín de la casa. 

–Mamá –girándose para enfrentarla–. Tengo algo muy importante que hacer. Prometo regresar luego y obedecer las órdenes del doctor –Aurora asintió, luego acarició y besó el rostro aún caliente de su hijo. Si estaba afanado por salir en esas condiciones, tenía que hacer algo muy importante. 

Joaquín necesitaba hablar con Eleazar lo antes posible, quería verlo en su oficina antes de que saliera de nuevo al lugar donde estaban las reses. Necesitaba saber la verdad. Su madre en la mañana había respondido muy rápido y se había molestado con él cuándo le dijo lo que pensaba acerca del viejo. Eso no le dio buena espina. Aunque su respuesta había sido negativa y en un primer momento había sentido alivio, con las horas no dejaba de pensar que de ser cierto lo que creía, el amor que se tenían Rosa Paula y él, era un amor prohibido. No podía apartar de su mente el hecho de que Eleazar pudiera ser su padre y necesitaba que el hombre se lo confirmara o se lo negara cuánto antes. 

Cuando iba a mitad de camino vio a Rosa Paula hablando con Alejandro en una de las caminerías del jardín. La chica se veía muy sonriente y tocaba con mucha confianza al joven en los brazos y hombros. Apuró el paso, lo que provocó un ataque de tos que se exacerbó por la furia que crecía en su pecho.





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