El Pequeño Magnate I - Secretos y Revelaciones

domingo, 1 de octubre de 2017

Blanco y Negro... ¿Y el Gris?: Cap. 6



BLANCO Y NEGRO... ¿Y EL GRIS?

MAG

Historia 

 

 

CAPÍTULO 6



                LEEANNE


Me costó un tiempo entender lo que había dicho Joe. Quería separar a mi hijo de mi lado y no contento con eso pretendía meterlo en una de esas academias militares que tanto detesto. Amo a mi país, pero más amo a mi hijo y no querría verlo nunca en la guerra, y para eso preparan a esos chicos. Le pedí a Peter, de la forma más calmada que pude, que se retirara junto a Kelly, la conversación, o mejor dicho la pelea que tendría con mi esposo no debía tener testigos. –No se te ocurra llevarte a mi hijo, Joe. Porque te va a pesar –amenacé. 

–Leeanne, esto se está saliendo de control y no voy a permitir… 

–¿Se está saliendo de control? Por favor, Joe. Solo tiene 15 años, es un niño. 

–No es un niño, ya está grande para entender que no puede pelear con todo el mundo. 

–Es normal que los niños peleen de vez en cuando. 

–Pero él ha peleado los dos días que ha ido a la escuela. 

–¿Y acaso has escuchado lo que él tiene que decir? –pregunté, sabiendo la respuesta. Joe nunca ha sido un hombre comunicativo con Peter y va por el mismo camino con Kelly. Sé que los ama, pero hablar no es su fuerte. 

–Sé lo que tengo que saber –me dijo muy arrogante. 

–Sabes lo que te dijo el director y lo que viste en su cara hoy, pero no has escuchado su versión… Y ya te lo dije Joe, a mi hijo no te lo llevas –dije muy firme antes de retirarme. 

Fui a la habitación de mi hijo pero no estaba allí, me dirigía al cuarto de juegos cuando escuché las voces provenientes de la habitación de Kelly, y allí encontré a mis dos amores. Me quedé detrás de la puerta, espiándolos. –Yo no quiero que te vayas… Le diré a papi que no te lleve –le decía mi hija a Peter con mucho cariño–. Ya no llores pepe –sonreí, así le decía desde que aprendió a hablar.

–Te voy a escribir… ¿Ya aprendiste a leer? –Kelly hizo un gesto con su mano, ladeándola–. Entonces aprende rápido. 

–¿Y por qué no me llamas por teléfono? 

–Porque no se vale hacer trampas, quiero aprender a leer –mi hija cruzó los brazos e hizo pucheros, era su forma de decirle al mundo que estaba triste y molesta a la vez. 

Me quedé pensando en lo que podrían haber hablado esos dos y llegué a la conclusión de que Peter asumía que se iría a la bendita escuela militar, pero no estaba dispuesta a permitirlo.



DIEGO


            Cuando estábamos cenando mamá volvió a gritarme. Creo que le gusta hacerlo, no le grita ni a Saraí ni a Johnny, solo a mí y no me parece justo. Volvía a darle la razón a ese estúpido. Yo soy su hijo y ella le da siempre la razón a otros. –¿Cómo pudiste ser tan grosero con ese niño? Era nuestro invitado. 

–¿Y para que viene a mi casa? Fue su culpa… Primero me quita a Andrea y luego viene aquí como si nada –¿Es que nadie veía mi punto de vista? No podía creer que fuera tan difícil para ella entenderme. Iba a continuar pero Saraí me interrumpió. 

–No te va a quitar a nadie, tarado, porque no tienes a nadie… Golpeaste a Peter porque Franky y Marlon te incitaron a hacerlo, y tú muy obediente caíste en su trampa… Andrea no es nada tuyo, métete eso en la cabeza –gritó. Me sentí mal, era verdad lo que decía pero el mismo dolor me hizo reaccionar mal. 

–Andrea será mi novia muy pronto y no me importa lo que tú digas –le grité en la cara con mucho odio y vi que la asuste. 

–Ya está bueno de gritos mientras comemos… ¡Siéntate Diego! –me dijo mamá, yo me había levantado bruscamente cuando le grité a mi hermana–. Saraí tiene razón –y allí estaba de nuevo, dándole la razón a otros–. Siempre estás metiéndote en problemas por culpa de otros, especialmente por culpa de esos dos –en eso tenía que darle la razón, era como una especie de reto y el retado debía actuar. 

–A mí me cae bien Peter –dijo Johnny, como si no hubiese pasado nada hacía un momento. 

–¿Tú también? –fue lo único que se me ocurrió decir. 

–Tú estás celoso porque ya no tienes la atención del salón, en especial la de Andrea. 

–Ya cállate, enano –grité. 

–¡Diego, por favor! ¡Quiero comer tranquila! Ya estás en muchos problemas, no solo en la escuela sino también en la casa. 

–Sí, ya sé… Una semana suspendido, una semana castigado. 

–¡Exacto! Saraí, por favor mañana averiguas la dirección de Peter, por la tarde Diego irá a disculparse con él y yo lo acompañaré. 

Abrí mis ojos lo más que pude, no podía creerlo. –¡No! ¡No voy a ir! –mi mamá me lanzó una de esas miradas que dicen “sabes muy bien lo que te conviene, no me tientes”. Bajé la cabeza y contuve las lágrimas. No le daría el gusto a Saraí de verme llorar solo porque me regañaron. Ella había empezado todo cuando se metió en la conversación y ahora mamá quería que me disculpara. Sé que hice mal, tal vez sobre reaccioné, pero me daba mucha rabia que me humillara al pedirle disculpas a ese imbécil.



ARMANDO


Acababa de dejar a Roxana en su casa y, mientras subía en el ascensor a mi apartamento, reviví parte de la conversación que tuvimos durante la cena. La mujer se quería casar ¿Qué les estaba pasando a las mujeres, que todas se querían casar? Parecía una epidemia. Tengo apenas 35 años, no estoy para pensar en matrimonio. Cometí ese error hace muchos años y soy de los que piensan que uno no debe repetirlos. Tal vez hice mal al darle esperanzas diciéndole que más adelante lo discutiríamos, pero es que esa mujer me gusta mucho. Llevamos 3 años saliendo, claro, con los respectivos “rompemos y volvemos”, y de todas, es la más centrada. 

En eso pensaba cuando el ascensor se abrió y al salir vi a mi vecino, es decir, a mi asistente y al padre de la niña que metía en problemas a mi hijo, besándose con una bella mujer. La verdad, allí no estaba el problema. El gran detalle era quien era la bella dama, nada más y nada menos que la coordinadora del colegio de mis hijos, y vaya que la conocía, si casi todas las semanas la visitaba en su oficina. –Buenas noches, señorita Bastidas –dije sin ocultar la satisfacción de descubrir una relación prohibida… bueno, no sé si están prohibidas las relaciones entre maestros y padres, no me importaba, pero si ellos la ocultaban era por algo–. Que gusto poder saludarla fuera de su oficina y el horario de trabajo –continué sonriendo. 

–Señor González, yo... –se notaba el nerviosismo, miró a Soler como si éste pudiera desaparecerme con la mirada, solo que el pobre estaba tan nervioso como ella. 

–Buena elección, Soler –dije guiñando el ojo y mirando bien a la coordinadora–. Muy buena elección. 

Abrí la puerta de mi apartamento y entré, no me quedé a espiar qué se decían ni cómo se despedían, pero me pareció que la escena era semejante a los novios adolescentes que son atrapados por uno de los padres. ¡Por Dios! ¡No estoy tan viejo! Ellos son contemporáneos conmigo. Aunque su actitud sea la de unos adolescentes.



AYMÉ


Cuando vi al señor González, el padre de uno de mis alumnos, salir del ascensor, sentí que toda la sangre abandonó mi cuerpo para luego regresar con más intensidad. –Buenas noches, señorita Bastidas –me dijo con el tono de voz más burlón que el de su hijo cuando me tocaba regañarlo–. Que gusto poder saludarla fuera de su oficina y el horario de trabajo. 

Era evidente que estaba disfrutando ese momento tan bochornoso para Luis Gerardo y para mí. –Señor González, yo... –no sabía qué decir, las palabras no me salían. 

–Buena elección, Soler... muy buena elección. 

Entró en su apartamento y yo creí que me desmayaría. Luis Gerardo me abrazó para evitar que me cayera. –Esto no debió pasar –comencé a balbucear–. El señor González...

–Cálmate, hablaré con él mañana –Luis Gerardo intentaba calmarme, pero yo sencillamente no podía, temblaba de miedo, nadie en el colegio podía enterarse de mi relación con un representante. Seria cuestionada mi ética y mi imparcialidad. 

–¿Cómo me pides que me calme, si es mi trabajo el que está en juego? –me sacudí para evitar su abrazo, una parte de mí lo culpaba por lo que había pasado. 

–Sabíamos que esto podría pasar… tarde o temprano alguien se iba a enterar –tomando mi rostro con sus manos–. Andrea no ha dicho nada porque yo todos los días le pido que no lo haga. 

–Luis Gerardo… 

–Sí, ya sé, es tu trabajo, tu credibilidad, todo… lo entiendo –me dijo muy calmado aunque sé que estaba tan nervioso como yo–. Mañana hablaré con el señor González –fruncí el ceño. No entendí por qué lo llamaba señor González si era su vecino, pero enseguida llegó mi respuesta–. Es mi jefe… él va a entenderme y sé que no me delatará –me dio un beso tierno aun con mi rostro en sus manos y secó mis lágrimas. 

Mientras íbamos a mi casa intentamos iniciar una conversación lejos del tema, pero la tensión era mucha y nos quedamos a medias. Después de despedirnos como siempre lo hacíamos, entré a mi casa y sin saludar a mi madre fui a mi habitación para llorar de la vergüenza.


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