BLANCO Y NEGRO... ¿Y EL GRIS?
MAG
Historia
CAPÍTULO 6
LEEANNE
Me
costó un tiempo entender lo que había dicho Joe. Quería separar a mi hijo de mi
lado y no contento con eso pretendía meterlo en una de esas academias militares
que tanto detesto. Amo a mi país, pero más amo a mi hijo y no querría verlo
nunca en la guerra, y para eso preparan a esos chicos. Le pedí a Peter, de la
forma más calmada que pude, que se retirara junto a Kelly, la conversación, o
mejor dicho la pelea que tendría con mi esposo no debía tener testigos. –No se
te ocurra llevarte a mi hijo, Joe. Porque te va a pesar –amenacé.
–Leeanne,
esto se está saliendo de control y no voy a permitir…
–¿Se
está saliendo de control? Por favor, Joe. Solo tiene 15 años, es un niño.
–No
es un niño, ya está grande para entender que no puede pelear con todo el mundo.
–Es
normal que los niños peleen de vez en cuando.
–Pero
él ha peleado los dos días que ha ido a la escuela.
–¿Y
acaso has escuchado lo que él tiene que decir? –pregunté, sabiendo la
respuesta. Joe nunca ha sido un hombre comunicativo con Peter y va por el mismo
camino con Kelly. Sé que los ama, pero hablar no es su fuerte.
–Sé
lo que tengo que saber –me dijo muy arrogante.
–Sabes
lo que te dijo el director y lo que viste en su cara hoy, pero no has escuchado
su versión… Y ya te lo dije Joe, a mi hijo no te lo llevas –dije muy firme
antes de retirarme.
Fui
a la habitación de mi hijo pero no estaba allí, me dirigía al cuarto de juegos
cuando escuché las voces provenientes de la habitación de Kelly, y allí
encontré a mis dos amores. Me quedé detrás de la puerta, espiándolos. –Yo no
quiero que te vayas… Le diré a papi que no te lleve –le decía mi hija a Peter
con mucho cariño–. Ya no llores pepe –sonreí,
así le decía desde que aprendió a hablar.
–Te voy a escribir… ¿Ya aprendiste a
leer? –Kelly hizo un gesto con su mano, ladeándola–. Entonces aprende rápido.
–¿Y
por qué no me llamas por teléfono?
–Porque
no se vale hacer trampas, quiero aprender a leer –mi hija cruzó los brazos e
hizo pucheros, era su forma de decirle al mundo que estaba triste y molesta a
la vez.
Me
quedé pensando en lo que podrían haber hablado esos dos y llegué a la
conclusión de que Peter asumía que se iría a la bendita escuela militar, pero
no estaba dispuesta a permitirlo.
DIEGO
Cuando estábamos cenando mamá volvió a gritarme. Creo que
le gusta hacerlo, no le grita ni a Saraí ni a Johnny, solo a mí y no me parece
justo. Volvía a darle la razón a ese estúpido. Yo soy su hijo y ella le da
siempre la razón a otros. –¿Cómo pudiste ser tan grosero con ese niño? Era
nuestro invitado.
–¿Y
para que viene a mi casa? Fue su culpa… Primero me quita a Andrea y luego viene
aquí como si nada –¿Es que nadie veía mi punto de vista? No podía creer que
fuera tan difícil para ella entenderme. Iba a continuar pero Saraí me
interrumpió.
–No
te va a quitar a nadie, tarado, porque no tienes a nadie… Golpeaste a Peter
porque Franky y Marlon te incitaron a hacerlo, y tú muy obediente caíste en su
trampa… Andrea no es nada tuyo, métete eso en la cabeza –gritó. Me sentí mal,
era verdad lo que decía pero el mismo dolor me hizo reaccionar mal.
–Andrea
será mi novia muy pronto y no me importa lo que tú digas –le grité en la cara
con mucho odio y vi que la asuste.
–Ya
está bueno de gritos mientras comemos… ¡Siéntate Diego! –me dijo mamá, yo me había
levantado bruscamente cuando le grité a mi hermana–. Saraí tiene razón –y allí
estaba de nuevo, dándole la razón a otros–. Siempre estás metiéndote en
problemas por culpa de otros, especialmente por culpa de esos dos –en eso tenía
que darle la razón, era como una especie de reto y el retado debía actuar.
–A
mí me cae bien Peter –dijo Johnny, como si no hubiese pasado nada hacía un
momento.
–¿Tú
también? –fue lo único que se me ocurrió decir.
–Tú
estás celoso porque ya no tienes la atención del salón, en especial la de
Andrea.
–Ya
cállate, enano –grité.
–¡Diego,
por favor! ¡Quiero comer tranquila! Ya estás en muchos problemas, no solo en la
escuela sino también en la casa.
–Sí,
ya sé… Una semana suspendido, una semana castigado.
–¡Exacto!
Saraí, por favor mañana averiguas la dirección de Peter, por la tarde Diego irá
a disculparse con él y yo lo acompañaré.
Abrí
mis ojos lo más que pude, no podía creerlo. –¡No! ¡No voy a ir! –mi mamá me
lanzó una de esas miradas que dicen “sabes
muy bien lo que te conviene, no me tientes”. Bajé la cabeza y contuve las
lágrimas. No le daría el gusto a Saraí de verme llorar solo porque me
regañaron. Ella había empezado todo cuando se metió en la conversación y ahora
mamá quería que me disculpara. Sé que hice mal, tal vez sobre reaccioné, pero
me daba mucha rabia que me humillara al pedirle disculpas a ese imbécil.
ARMANDO
Acababa
de dejar a Roxana en su casa y, mientras subía en el ascensor a mi apartamento,
reviví parte de la conversación que tuvimos durante la cena. La mujer se quería
casar ¿Qué les estaba pasando a las mujeres, que todas se querían casar?
Parecía una epidemia. Tengo apenas 35 años, no estoy para pensar en matrimonio.
Cometí ese error hace muchos años y soy de los que piensan que uno no debe
repetirlos. Tal vez hice mal al darle esperanzas diciéndole que más adelante lo
discutiríamos, pero es que esa mujer me gusta mucho. Llevamos 3 años saliendo,
claro, con los respectivos “rompemos y
volvemos”, y de todas, es la más centrada.
En
eso pensaba cuando el ascensor se abrió y al salir vi a mi vecino, es decir, a
mi asistente y al padre de la niña que metía en problemas a mi hijo, besándose
con una bella mujer. La verdad, allí no estaba el problema. El gran detalle era
quien era la bella dama, nada más y nada menos que la coordinadora del colegio
de mis hijos, y vaya que la conocía, si casi todas las semanas la visitaba en
su oficina. –Buenas noches, señorita Bastidas –dije sin ocultar la satisfacción
de descubrir una relación prohibida… bueno, no sé si están prohibidas las
relaciones entre maestros y padres, no me importaba, pero si ellos la ocultaban
era por algo–. Que gusto poder saludarla fuera de su oficina y el horario de
trabajo –continué sonriendo.
–Señor
González, yo... –se notaba el nerviosismo, miró a Soler como si éste pudiera
desaparecerme con la mirada, solo que el pobre estaba tan nervioso como ella.
–Buena
elección, Soler –dije guiñando el ojo y mirando bien a la coordinadora–. Muy
buena elección.
Abrí
la puerta de mi apartamento y entré, no me quedé a espiar qué se decían ni cómo
se despedían, pero me pareció que la escena era semejante a los novios
adolescentes que son atrapados por uno de los padres. ¡Por Dios! ¡No estoy tan
viejo! Ellos son contemporáneos conmigo. Aunque su actitud sea la de unos
adolescentes.
AYMÉ
Cuando
vi al señor González, el padre de uno de mis alumnos, salir del ascensor, sentí
que toda la sangre abandonó mi cuerpo para luego regresar con más intensidad. –Buenas
noches, señorita Bastidas –me dijo con el tono de voz más burlón que el de su hijo
cuando me tocaba regañarlo–. Que gusto poder saludarla fuera de su oficina y el
horario de trabajo.
Era
evidente que estaba disfrutando ese momento tan bochornoso para Luis Gerardo y
para mí. –Señor González, yo... –no sabía qué decir, las palabras no me salían.
–Buena
elección, Soler... muy buena elección.
Entró
en su apartamento y yo creí que me desmayaría. Luis Gerardo me abrazó para
evitar que me cayera. –Esto no debió pasar –comencé a balbucear–. El señor
González...
–Cálmate,
hablaré con él mañana –Luis Gerardo intentaba calmarme, pero yo sencillamente
no podía, temblaba de miedo, nadie en el colegio podía enterarse de mi relación
con un representante. Seria cuestionada mi ética y mi imparcialidad.
–¿Cómo
me pides que me calme, si es mi trabajo el que está en juego? –me sacudí para evitar
su abrazo, una parte de mí lo culpaba por lo que había pasado.
–Sabíamos
que esto podría pasar… tarde o temprano alguien se iba a enterar –tomando mi
rostro con sus manos–. Andrea no ha dicho nada porque yo todos los días le pido
que no lo haga.
–Luis
Gerardo…
–Sí,
ya sé, es tu trabajo, tu credibilidad, todo… lo entiendo –me dijo muy calmado
aunque sé que estaba tan nervioso como yo–. Mañana hablaré con el señor
González –fruncí el ceño. No entendí por qué lo llamaba señor González si era
su vecino, pero enseguida llegó mi respuesta–. Es mi jefe… él va a entenderme y
sé que no me delatará –me dio un beso tierno aun con mi rostro en sus manos y
secó mis lágrimas.
Mientras
íbamos a mi casa intentamos iniciar una conversación lejos del tema, pero la
tensión era mucha y nos quedamos a medias. Después de despedirnos como siempre
lo hacíamos, entré a mi casa y sin saludar a mi madre fui a mi habitación para
llorar de la vergüenza.
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