El Pequeño Magnate I - Secretos y Revelaciones

domingo, 1 de octubre de 2017

3 Rosas: Cap. 6



3 ROSAS

MAG

Historia

  

CAPÍTULO 6

La Reacción de Papá.


Rosa María salió de la casa de Felipe dos horas después, llevaba una gran sonrisa, los empleados de La Esmeralda que la habían visto entrar sabían muy bien lo que había pasado adentro pero ninguno hacía comentarios al respecto. A la joven eso no le importaba, disfrutaba de esos momentos junto a su novio, y esta ocasión había sido más especial, creía que por fin los problemas que se habían suscitado los últimos días con Felipe, habían quedado en el olvido, ninguno mencionó nada acerca del matrimonio, poco importaba en ese momento. 

Regresó a El Rosal pensando en repetir la dosis esa noche. Aun con la sonrisa en su rostro se encontró con su cuñado, Mario. El joven bajaba de su carro, en el mismo momento que ella lo hacía del suyo, no era común verlo allí, Rosa María supo que la razón de la visita del moreno era su hermana menor. –Hola cuñadita, se te ve contenta, seguro que vienes de ver a mi hermanito –tenía una sonrisa burlona, como si supiera lo que había pasado entre la pareja. 

–Así es, vengo de La Esmeralda –respondió la joven con la frente en alto–. ¿Y tú? ¿Qué haces aquí? Nunca vienes a mi hacienda. 

–Quise visitar a Rosa Paula, invitarla a dar una vuelta por el pueblo. 

–Que iluso eres, Mario –cruzando sus brazos–. Mi hermana nunca se fijaría en ti, acaba de llegar de París, una ciudad demasiado desarrollada para este pueblo… Ella te ve como un peón de hacienda. 

–Tal vez porque acaba de llegar de París es que me gusta, porque no tiene ningún pudor como las putitas del pueblo… y lo demostró ayer, con el hermoso vestido que llevaba –el joven se retiró y dejó a Rosa María conteniendo su furia. No había dicho nada que no fuera verdad, le molestaba saber que su hermana menor venía de una ciudad demasiado desarrollada, tal como había dicho, pero a la vez demasiado liberal. Pensaba que a la jovencita no le importaría acostarse con uno y con otro como seguramente ya lo había hecho. 

Mario estuvo buscando por largo rato a Rosa Paula, preguntó a varios peones pero ninguno sabía dónde se había metido la joven. Estaba a punto de marcharse cuando la vio acercarse a la casa, le pareció que había llorado pero no lo mencionó, prefería que la joven se desahogara. Sin decir nada se acercó a ella y tomó su rostro entre sus manos, Rosa Paula quiso desviar la mirada, pero las manos de Mario eran fuertes y mantuvo su rostro firme. La abrazó muy fuerte y Rosa Paula no pudo más, se abrazó a él y lloró. Sentía que tenía un amigo. 

Poco antes de terminar el bachillerato le había dicho a Mario, que estaba enamorada de él, por supuesto el joven, que para entonces tenía 20 años, se había tomado la declaración de la chiquilla como una ilusión de adolescente. Ahora, después de 5 años, Mario estaba más guapo que antes, se veía más maduro y seguía gustándole, tal vez no al punto de estar enamorada, pero sí para buscar apoyo y tenerlo como aliado.

Caminaron por el jardín, abrazados. Los empleados de El Rosal los miraban de reojo y murmuraban, había muchos rumores de la vida que había llevado la jovencita en Francia, todo el mundo pensaba que por ser un país liberal, Rosa Paula había llevado una vida de libertinaje. 

Durante su caminata hablaron de muchas cosas, aunque Mario esperaba saber qué la había hecho llorar y terminar abrazada a él. Rosa Paula nunca mencionó el tema, solo recordaron su vida de adolescente y cómo la chica hacía lo imposible para que el joven se fijara en ella. –Así que Diana era tu cómplice –dijo riendo. 

–Me ayudaba a entrar en tu casa y en tu habitación para que pudiera dejar mi perfume y te enamoraras de mí –riendo al recordar. 

Desde la distancia Joaquín miraba a la pareja caminar y reír. Estaba molesto por la noticia de que Rosa Paula se iría después de las fiestas de Navidad y Año Nuevo. Él era el único que lo sabía y estaba seguro de que el viejo Eleazar explotaría cuando se enterara. Su Pequeña Rosa se marchaba de nuevo y no tenía intención de regresar en los próximos años. –Hay que ver lo rápido que se te pasó el llanto –comentó cuando la pareja paso a su lado. 

–¿Por qué no me dejas tranquila y vas a hacer lo que sea que tengas que hacer? –preguntó Rosa Paula con evidente molestia. 

–¿Este tipo te ha molestado? –quiso saber Mario mirando con desprecio a Joaquín–. Habrá que recordarle cuál es su sitio en esta hacienda. 

–Sé muy bien cuál es mi lugar –parándose frente a Mario. Ambos jóvenes eran altos, Mario era unos centímetros más alto que Joaquín, pero eso no lo intimidó. 

–Entonces regresa a tu lugar, peón. 

Joaquín reaccionó al comentario de Mario, iba a golpearlo pero Rosa Paula se interpuso para evitar una pelea. –¡No peleen! –gritó interponiendo sus manos entre ambos–. ¿Pero, qué te pasa? –le gritó a Joaquín. 

El joven capataz la miró alucinado. –El imbécil me insulta ¿Y lo defiendes? 

Mario sintió que había ganado una batalla, sonrió de manera triunfal y pasó su brazo derecho alrededor de la cintura de Rosa Paula. La joven al principio se cohibió pero luego se relajó y se pegó más a su cuerpo. –Tal vez lo defiendo porque él me entiende –Joaquín se retiró y una vez solos, Rosa Paula se separó de golpe–. ¿Por qué le dijiste eso? 

–Porque es la verdad, es un peón… Puede ser tu primo pero tu padre no lo ve así. 

Estuvieron unos minutos en silencio, abrazados, Rosa Paula se sentía segura. –Me iré en enero –Mario frunció el ceño–. Regresaré a Francia, tengo una oferta de trabajo. 

–¡Wow! No sé qué decir ¿Por qué me lo dices ahora? ¿Así? 

–Porque confío en ti y… todavía me gustas –respondió sonriendo. 

–Entonces tengo unos meses para disfrutarte –tomándola por la cintura y hablándole cerca de su boca.

La joven sonrió y lo abrazó. Mario intentó besarla pero ella desvió su rostro en el último momento. El joven se separó, descolocado, no esperó esa actitud por parte de Rosa Paula. Entendió que la joven no se lo pondría fácil.


A la hora de almorzar se reunió la familia en el comedor, como siempre el único que no estaba presente era Joaquín. Rosa Paula seguía sin entender qué había pasado para que su padre tomara esa actitud. 

Había invitado a Mario a almorzar con ellos pero el joven sabía que no era del agrado de Eleazar ni de Rosa María, por lo que declinó la invitación. Rosa Paula estaba decidida a darle la noticia de su regreso a Francia a la familia, no tenía idea de cómo lo haría pero no podía esperar más, cada minuto que pasaba allí se sentía más presa de sí misma. No estaba cómoda, a veces el simple olor a bosta le daba náuseas, ella no había nacido para vivir en el campo, eso lo había comprobado al pasar tanto tiempo fuera. Estaba perdida en sus pensamientos cuando la voz de su padre la trajo a la realidad. –Rosa Paula ¿Tú qué opinas? 

–¿Qué? –dijo ella sin saber de qué hablaban. 

–Papá está hablando de la fiesta que dará en tu honor el fin de semana –respondió Rosa María con cierta molestia en su voz. 

–¿Darás una fiesta en mi honor? 

–Claro que sí, hija… Invitaré a todo el pueblo, quiero que todo el mundo sepa que estás de regreso –un sonriente Eleazar la miraba embelesado. 

–Papá... –comenzó a hablar muy nerviosa. Eleazar no dijo nada, esperando a que continuara–. ¿Qué pasaría si quisiera regresar en unos meses? –todos dejaron de comer en ese momento, Rosa María la miró con odio, Rosa Elena estaba tan sorprendida como Aurora. Eleazar la miró sin entender por qué preguntaba eso–. Creo que sería más fácil conseguir trabajo allá. 

–¡No lo puedo creer! –gritó Rosa María levantándose y enfrentándola–. ¿Para qué regresaste? ¿Para hacer sufrir a papá? 

–¿Pero, qué…? –preguntó Eleazar aun sin entender. 

–¿Acaso no lo entiendes, papá? Se irá en unos meses… ¿Por qué no te largas de una vez? 

–¿Cómo que te vas? –reaccionó Eleazar por fin enterándose de lo que pasaba. 

–Tengo una oferta de trabajo en Marsella para el próximo año –habló rápidamente y casi se enreda con sus palabras–. No me siento bien aquí, de verdad… los caballos y las vacas no son para mí, papá perdóname pero no quiero vivir aquí para siempre. 

–Eres mi hija, esto algún día será tuyo, tu deber es aprender a llevar las riendas de la hacienda como lo hacen tus hermanas. 

–Pero yo no soy mis hermanas. 

–Eres una egoísta, solo piensas en ti –continuó gritando Rosa María. Aurora y Rosa Elena no dijeron nada, solo miraban la escena con ganas de desaparecer. Rosa Paula no sabía dónde meterse o qué explicaciones dar para que su padre por fin entendiera, pero Rosa María y Eleazar lo único que hacían era gritar. 

La menor de Las Rosas no sabía si había cometido un error al mencionar tan pronto su deseo de marcharse, pero ya no había vuelta atrás, una parte de ella se sentía liberada pero la otra parte estaba presionada por su propia familia. –Tú de aquí no sales… Y si tengo que encerrarte o amarrarte lo haré, pero tú no te vas –gritó Eleazar antes de salir del comedor. Rosa Paula comenzó a llorar, no porque su padre quisiera encerrarla sino porque sentía que lo había decepcionado.



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