El Pequeño Magnate I - Secretos y Revelaciones

domingo, 11 de noviembre de 2018

3 Rosas. Cap. 20


3 ROSAS



MAG



Historia

 


CAPÍTULO 20


Las cosas no son lo que parecen.



Había pasado una semana desde la pelea de Alejandro con Mario y desde entonces Rosa Paula no había podido hablar con el primero, este no se había comunicado con la joven ni había regresado a El Rosal. Ese día Alejandro estaba en su lugar favorito de toda la hacienda, el cerro más alto, desde donde podía ver el río, la laguna en la que muchas veces se había bañado junto a sus hermanos y desde donde también podía ver la carretera principal que llevaba al pueblo. 


Su hermana Mónica llegó junto a Rosa Paula, ambas iban en el mismo caballo. –¿Ves? Te dije que estaría aquí –dijo la menor–. Mira a quien encontré caminando por toda la hacienda, buscándote –le dijo a su hermano. 


El joven se levantó pero su semblante serio no cambió. –¿Qué haces aquí? –su pregunta estaba dirigida a Rosa Paula. 


–Necesitamos hablar. 


Mónica notó la tensión en la pareja y prefirió no hablar. Conocía a Las Rosas por Juan José, y Rosa Elena le caía muy bien, al contrario de Rosa María que no le caía bien, ni siquiera la soportaba, pero no tenía idea de cómo era Rosa Paula, por lo que prefirió ahorrarse sus comentarios y bromas, además, sabía que a Alejandro no le gustarían. –Yo los dejo solos… te dejo el caballo –le dijo a la chica. 


–No, llévatelo –respondió Alejandro–. Yo la llevaré de regreso –la jovencita sonrió pícaramente y se retiró, imaginaba que su hermano y su nueva cuñada terminarían reconciliados, bañándose en el río–. No tenemos nada que hablar –dijo Alejandro cuando se vieron solos. 


–Se supone que somos novios y hace una semana que no sé nada de ti, no has ido a mi casa, no contestas mis llamadas, y cuando llamo a tu casa siempre me dicen que no estás. 


–Si te dicen que no estoy, es porque no estoy –la interrumpió, no quería seguir alargando el momento. Los días anteriores había ido a ese lugar a meditar, mucho más frecuente de lo que había ido en todo el año. 


–Tenemos un trato –Rosa Paula fue firme, o al menos lo intentaba. 


–Nuestro trato se termina hoy –el joven fue más firme de lo que había sido la chica. 


–Ambos nos beneficiamos –replicó Rosa Paula. 


–Lo único que yo gané fueron dos golpizas, un sermón de mi padre y la preocupación de mi madre –explicó Alejandro para que la joven entendiera su punto sin revelarle el verdadero trasfondo de todo–. El que yo finja ser tu novio no me hace olvidar a Teresa. 


–Eres el único que sabe todo, no puedes hacerme esto… –Rosa Paula estaba desesperada por convencerlo nuevamente de seguir su juego, para ella era la única forma de olvidarse de dos hombres prohibidos. 


–No te estoy haciendo nada a ti, me lo estoy haciendo a mí. 


Hubo un momento de silencio largo e incómodo para ambos pero finalmente Rosa Paula lo rompió. –¡Eres un imbécil! 


–Que irónico, por ser un caballero y no un imbécil fue que Teresa me dejó –la joven no entendió el comentario y no pudo replicar, lo que generó otro momento de silencio que en esta ocasión rompió Alejandro después de un largo suspiro–. Ven, te llevaré a tu casa –le dijo mientras la agarraba por el codo. 


–¡Suéltame! No necesito que me hagas favores, puedo irme yo sola. 


–No sabes regresar a la casa. 


–No voy a tu casa –se dirigió a la ladera de la colina que tenía la vista hacia la carretera principal y comenzó a descender. 


–¿Estás loca? No puedes irte por ahí –siguiéndola. La joven no dijo nada y eso exasperó más a Alejandro y la volvió a agarrar por el brazo. 


–¡Suéltame! –girándose para enfrentarlo–. No creas que soy una muñequita de porcelana, sé defenderme bien, crecí en lugares como este. 


Alejandro no tuvo más opción que dejarla ir, Rosa Paula estaba decidida a marcharse y nada la detendría. Él se quedó en la cima de cerro, continuaba pensando en Teresa y en lo que sentía por ella, aún más después de haber hablado con su exnovia. 


La jovencita llegó con mucha dificultad a la carretera, en varias ocasiones resbaló y cayó, estaba sucia y cansada y aún faltaba mucho camino por recorrer, no tenía medio de transporte, Rosa Elena la había dejado en los terrenos del padre de Alejandro y Juan José, no había pensado en eso cuando su impulso la instó a caminar y alejarse de él, eran aproximadamente 8 kilómetros los que tenía que caminar y se dijo que mejor comenzaba de una vez. 


No había caminado mucho cuando una camioneta blanca se detuvo unos metros adelante, Mario bajó del asiento del conductor, Rosa Paula maldijo internamente su suerte, lo último que quería era ver a los hombres que atormentaban sus pensamientos. Lo primero que hizo Mario al verla fue carcajearse, no pudo evitar reírse del aspecto que tenía la chica, parecía que hubiera participado en una pelea de lodo del sucio que tenía encima. Rosa Paula estaba furiosa, tanto por su encuentro con Alejandro como por lo que había pasado para llegar allí y la actitud de Mario no ayudaba a mejorar su humor. –¿Pero, qué te pasó? –preguntó cuando estuvo lo suficientemente cerca. 


–Déjame en paz –continuó caminando, dejándolo atrás. 


–Oye, oye –agarrándola por el codo, ella quiso zafarse pero él no lo permitió–. No sé a dónde vas, pero creo que lo intuyo, y no estás en condiciones de caminar todo ese trayecto. 


–¡Déjame en paz! –intentando zafarse nuevamente sin éxito. 


–¿Vas a tu casa? –la joven no respondió–. ¿Qué te pasó para que quedaras así? –continuó en silencio, no quería que Mario supiera que la relación con Alejandro había terminado, aunque en realidad nunca comenzó–. Puedo imaginar de dónde vienes –dijo el joven al saber que eran los terrenos del doctor del pueblo–. No sé qué te pasó para que estés en esas condiciones, pero... –Rosa Paula tenía ganas de llorar pero no le daría el gusto a Mario de verla derrotada–. Vamos, te llevaré a tu casa –continuó el joven. 


–No me hagas favores. 


–Voy a El Rosal… 


–No es cierto –lo interrumpió. 


–Te recuerdo que mi padre y tu padre son socios y justo ahora iba a El Rosal para tratar un pequeño asunto con Don Eleazar –Rosa Paula lo miró con desconfianza–. ¿Vamos? –tendiéndole la mano. 


–No tienes que darme la mano, puedo caminar sola –Mario asintió y la invitó a caminar delante de él, no tenía idea de por qué se comportaba así con ella, no podía dejar de pensar en ella y al verla así, en esas condiciones sintió deseos de golpear nuevamente a Alejandro. Él tenía que ser el culpable de esa situación. Se estaba enamorando y él lo sabía, era la primera vez que sentía la necesidad de proteger a una mujer. 


Durante el viaje a su casa ninguno dijo nada. La joven, todo el tiempo estuvo mirando por la ventanilla, se le veía pensativa y cohibida. Mario la miraba de soslayo, en varias oportunidades quiso tomar su mano pero no se atrevió, la chica decía ser novia de Alejandro y él lo estaba respetando, eso nunca lo había hecho, jamás había pensado en lo que las mujeres decían o querían, simplemente tomaba de ellas lo que quería y las dejaba, pero con Rosa Paula el sentimiento había cambiado. 


Cuando llegaron a la hacienda, la joven le agradeció y bajo rápidamente, él quiso ser caballero pero no le dio tiempo si quiera de abrir la puerta. Rosa María vio el aspecto de su hermana y se abalanzó sobre el joven, abofeteándolo y golpeándolo mientras lo insultaba. La menor de las hermanas intervino para defenderlo. –¿Este maldito te violo? –preguntó Rosa María una vez que se calmó. 


–¡¿Qué?! ¡No! Claro que no –aseguró Rosa Paula. 


Mario estaba tranquilo, aunque por dentro hervía de la rabia. –Aunque te cueste creerlo, todas las mujeres han querido estar conmigo. 


Rosa Paula bajó la mirada, lo que había dicho Mario la hizo sentir que lo había dicho por ella, pero él se había referido a las jovencitas del pueblo, que en su mayoría morían por estar con él. –¡Ya basta! Él no me hizo nada –le dijo a su hermana, luego, mirándolo continuó–. ¡Gracias!


Mario la miró a los ojos, sí, se estaba enamorando de la chiquilla rubia de ojos claros, asintió sin decir nada y esta se retiró. –No te acerques a ella –gritó furiosa Rosa María mientras lo golpeaba. 


El joven molesto, le detuvo las manos. –Ya deja de golpearme, o se me olvidará que eres mujer y la novia de mi hermano. 


Rosa María se detuvo al instante, la situación con Felipe no se había arreglado, llevaban una semana sin verse, era el tiempo más largo que habían pasado así. –¿Qué es lo que pasa aquí? –Mario cerró los ojos y maldijo internamente, lo último que necesitaba era que el viejo Eleazar supiera que discutía con una de sus Rosas–. Pregunté, qué pasa aquí, joven –hizo énfasis en la última palabra. 


–Nada, Don Eleazar, le decía a su hija que traje los documentos que necesita su otra hija para la revisión de las reses de mi padre. 


Eleazar miró a Rosa María. –¿Eso es cierto? 


La joven quería llorar, con solo mencionar a Felipe sus sentimientos comenzaban a enredarse. –Sí, solo vino a eso –y se retiró antes de que cayera la primera lágrima. 


Eleazar y Mario se quedaron un buen rato hablando fuera de la casa, el viejo no quería tratar con él, pero entendía que su socio y padre del joven no podía ir por problemas de salud. Además, Mario era el administrador de la hacienda y era la mano derecha de Miguel.





Había pasado casi una hora desde que llegara, Rosa Paula, luego de ducharse, salió del cuarto de baño envuelta en un albornoz, se encontró con su padre en la habitación. Eleazar estaba absorto mirando las cosas que su pequeña tenía sobre el escritorio. La joven carraspeó para llamar su atención, él la miró con el ceño fruncido, sus ojos de padre veían a una bebé, a su niña, a su Rosa más pequeña. El hombre sabía que ya no era una niña, sino una mujer y que pronto se iría definitivamente de su lado, algo que estaba dispuesto a evitar o retrasar. 


Quiso saber qué había pasado, desde la ventana de su oficina la vio bajarse de la camioneta de Mario y como era de esperar no le gustó el aspecto que traía. La chica intentó responder con evasivas pero su padre era un zorro viejo y no se lo permitió. –Alejandro y yo no somos novios –admitió finalmente. 


El viejo frunció más el ceño y se levantó. –¿Te engañó con la que era su novia? 


–¡No! No, papá –se apuró en contestar. Suspiró cansada, no quería hablar del tema pero estaba segura que su padre no la dejaría en paz hasta hacerse con toda la verdad–. Él nunca fue mi novio, solo quería dejar a... –se detuvo antes de mencionar a Joaquín y Mario, no podía decirle a su padre que tenía sentimientos encontrados hacia su primo y hacia el hijo de su socio, el mismo que su padre no quería ver por tantos problemas. Sin embargo, decidió inventar una historia que no estaba muy lejos de la realidad–. Quería alejar a Mario, él ha estado buscándome y yo prefiero alejarme de él, no tiene buena fama en el pueblo. 


–Claro que no tiene buena fama y no quiero que te metas con él. 


La respuesta de su padre la hizo estremecer, había levantado la voz sin llegar a gritar. –Ya, papá –se levantó para calmar a la fiera–. No te preocupes, ya te dije que quiero alejarme de él. 


–¿Entonces no te gusta el hijo del doctor? –la desilusión fue evidente en el rostro de Eleazar pero Rosa Paula no supo interpretarlo. 


–¡No! Bueno sí, es guapo, pero no me siento atraída… Le hicimos creer a todos que estábamos juntos solo por conveniencia, pero ya eso se acabó –en esa ocasión la joven pudo ver que su padre estaba afectado por el fin de su relación con Alejandro, aunque no sabía por qué–. ¿Estás bien? 


–Sí, claro que sí –Eleazar se recompuso enseguida–. El hijo del doctor es un buen muchacho y ya sé que es mucho mayor que tú… –Rosa Paula no pudo evitar poner los ojos en blanco–. Hacían bonita pareja. 


Quiso aclararle que nunca habían sido pareja pero lo vio como un caso perdido, era mejor dejar pasar todo y que todos creyeran que habían terminado. Sin embargo, Eleazar no estaba dispuesto a dejarlo pasar, había decidido hablar con el muchacho al día siguiente. 




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