El Pequeño Magnate I - Secretos y Revelaciones

lunes, 26 de noviembre de 2018

Blanco y negro... ¿Y el Gris? Cap. 21


BLANCO Y NEGRO… ¿Y EL GRIS?



MAG



Historia




CAPÍTULO 21






JOSEPH



Juro por Dios que escuchar la voz de Peter al otro lado del teléfono ha sido lo mejor hasta ahora…


Ver a mi hijo al lado de dos policías me dio el alivio que no había sentido nunca, corrí a abrazarlo, está grande pero aun así logré alzarlo un poco del suelo. Los dos lloramos, Leeanne llegó apenas segundos después, también lo abrazó y lo besó, ella también lloraba. Solo habían sido horas sin saber dónde estaba pero definitivamente han sido las peores de nuestras vidas. Peter no dejaba de pedir perdón, pero nosotros hacíamos lo mismo, le habíamos fallado como padres al no protegerlo. 


Alrededor de nosotros los policías hacían su trabajo llevándose detenidos a las personas que tenían a mi hijo. De repente todo se alteró, un hombre gritaba a los oficiales, habían más niños de por medio, yo solo quería poner a salvo a Peter de esas personas, hasta que me gritó. –Dad, please! Listen to me! La señora Juliana es inocente. 


Yo no sabía a qué se refería ni de qué hablaba, solo quería llevarlo a casa pero el jefe de la policía se acercó a nosotros junto a uno de los niños. –¿Ustedes se conocen? –preguntó el jefe de la policía, yo iba a intervenir pero Peter habló enseguida. 


–Estudiamos juntos, Diego me ayudó a entrar a su casa sin que su mamá lo supiera, la señora Juliana no hizo nada, ella no sabía que yo estaba aquí –dijo todo muy rápido, estaba nervioso y no sabía si era por todo lo que estaba pasando o porque pensaba que estaba en problemas con la policía–. Yo me escapé de casa y ella me convenció de llamar a mi papá y regresar –a medida que explicaba lo que había pasado yo empezaba a enojarme con él. ¿Cómo era posible que mi hijo nos hiciera pasar por todo esto?





                JULIANA


Sé que no estuvimos mucho tiempo después de que nos llevaron a la comisaría, nos habían separado en diferentes cuartos con la clara intención de interrogarnos, pero no pasaron ni diez minutos cuando entró una mujer para quitarme las esposas y dejarme salir. No tenía idea de si me estaban dejando libre o me trasladaban a otro sitio. 


Al primero que vi fue a mi cuñado Jesús, él y yo nunca hemos sido cercanos pero en ese momento me sentí tan agradecida que lo abracé con fuerza, él correspondió el abrazo y lo sentí sincero. Solo podía darle las gracias, no me salía nada más. Me separé de él y vi a Esteban que lo traían ya sin esposas, corrí a abrazarlo y nos besamos mientras continuaba derramando lágrimas, tanto de alivio como de felicidad. 


Jesús nos llevó a casa y de camino nos explicó que Peter había contado todo a la policía, él y Diego eran los responsables de todo este lío. Me di cuenta que miraba mucho a Esteban por el retrovisor, estoy segura de que Armando no le había dicho nada de mi relación con él, su egocentrismo no le permite que otros piensen que hay más hombres en mi vida además de él. Esteban miraba por la ventana, pero su mirada parecía perdida. 


Al llegar a casa encontramos a Armando, Diego y Saraí en el salón, estaban esperándonos, seguramente Jesús les había dicho que ya estaba libre. Abracé a mis hijos y luego a Armando, agradeciendo su ayuda, quizás todo hubiera sido peor si él no me hubiera llamado. Fue un abrazo muy sentido y debo admitir que me reconfortó. –Yo… Voy a buscar mis cosas –interrumpió Esteban, estaba serio como pocas veces lo había visto–. Yo no debo estar aquí –no entendí por qué dijo eso, si era por el abrazo, no había nada de malo, a pesar de tantos años separados, Armando y yo no nos llevamos mal, si bien es cierto que discutimos mucho y que casi siempre me saca de mis casillas, nos llevamos bien por los chicos. 


–Al contrario, quien no debe estar aquí soy yo –cada vez estaba más sorprendida, no sé si porque quería matar a uno por irse o porque quería besar al otro por irse. No entendía la reacción de ninguno de los dos–. Gracias por querer protegerla –Armando extendió su mano hacia Esteban–. Vi como te comportaste con la policía. 


Esteban estrechó su mano. –La protegeré siempre que pueda –Armando asintió y yo no podía salir de mi asombro por su actitud, desde que sabía de mi relación con Esteban estuvo fastidiándome para dejarlo. 


–Adiós, Juli –me dio un beso en la mejilla y me abrazó de una manera muy especial que me hizo recordar nuestros días de novios–. Te dejo a los niños, Johnny se durmió y creo que es mejor que Diego y Saraí también se queden –Diego iba a protestar, pero Armando continuó–. Querrás hablar con Diego mañana y… yo no voy a casa ahora –se despidió de los chicos, Diego quería protestar, sin embargo él mismo se contuvo, sabiendo que era lo mejor, yo continuaba tan sorprendida que solo supe cuando Armando lo detuvo antes de que continuara y salió acompañado de Jesús.





                ARMANDO


      Sí. Fue una despedida y mi hermano lo sabía, por eso me acompañó hasta mi carro y cuando estaba casi listo para arrancar, se asomó por la ventana del copiloto. –¿Estás bien? 


–Sí, todo bien –le respondí muy seguro de mí mismo. Esperó unos minutos sin decir nada, luego abrió la puerta y entró, sentándose a mi lado–. ¿Y qué haces aquí? 


–Quiero que me lleves a mi casa. 


–¿Por qué? Tu carro está justo detrás. 


–Quiero asegurarme de que estás bien. 


–Ya te dije que estoy bien. 


–Por eso, llévame a mi casa. 


–¡No! No te voy a llevar a tu casa, vas a bajarte de mi carro y voy a arrancar porque voy a coger con una hermosa mujer. 


–Armando... 


–Chui... –lo interrumpí antes de continuar, ya me estaba sacando la piedra su actitud protectora–. Bájate de mi carro, voy a coger toda la noche y no pienso compartir a mi mujer –lo dije pensando en Roxana, ella era mi mujer ahora y no Juliana. Chui me miró poco convencido–. ¡Ya bájate! –lo volví a animar. 


–Ya, ya me bajo –alzó las manos dándose por vencido y salió del carro, yo no esperé a ver qué hacía, aceleré y apenas miré por el retrovisor. 


Llamé a Roxana, contestó al segundo repique. –Voy a tu casa. 


–Te espero –tenía la voz somnolienta pero noté el deseo implícito, colgué la llamada y seguí mi camino. 


Me había despedido definitivamente de Juliana y tenía que cerrar el ciclo con sexo, aunque no fuera con ella. 




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